La fractura política de Israel: Haredim, reclutamiento militar y el futuro de Netanyahu

Con el gobierno de Netanyahu al borde del abismo, la exención militar para los ultraortodoxos desencadena una crisis que podría remodelar el panorama político israelí en plena guerra con Gaza

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El gobierno de Benjamin Netanyahu se tambalea. La constante tensión entre el deber cívico igualitario y las excepciones religiosas ha alcanzado su punto crítico en Israel. La actual coalición liderada por el primer ministro enfrenta una moción para disolver el parlamento –el Knéset– mientras sus socios ultraortodoxos amenazan con apoyar a la oposición, todo mientras Israel sufre su conflicto bélico más duradero y mortal desde la fundación del Estado en 1948.

Una política al borde del colapso

La raíz del conflicto es antigua, pero se ha vuelto insoportable: el servicio militar obligatorio para los judíos ultraortodoxos. En medio de la guerra contra Hamás que estalló tras el ataque del 7 de octubre de 2023, donde murieron más de 1,200 israelíes y fueron secuestradas otras decenas, se han intensificado las exigencias públicas para que todos los ciudadanos, incluidos los Haredim, cumplan con sus obligaciones militares.

Actualmente, el 13% de la población israelí pertenece a la comunidad ultraortodoxa. Durante décadas, se han beneficiado de una exención del servicio militar si estudian a tiempo completo en yeshivot (seminarios religiosos). Este trato diferenciado genera tensiones cada vez más intensas, exacerbadas por la crisis de seguridad y el número creciente de muertos en combate: más de 866 soldados israelíes han muerto desde el inicio del conflicto actual con Gaza.

Los Haredim bajo presión

El martes, importantes rabinos ultraortodoxos emitieron una prohibición religiosa contra el servicio militar. Esta orden complica aún más la capacidad de los políticos Haredim para llegar a un acuerdo con su propia coalición. Integrarse al ejército, alegan, podría representar una amenaza a su estilo de vida tradicional, incluyendo la separación estricta por género, la dedicación al estudio religioso y la obediencia a la Halajá (ley judía).

Sin embargo, en medio de un conflicto bélico prolongado que exige la movilización de miles de reservistas, muchos de los cuales han sido llamados en múltiples ocasiones durante estos meses, el resentimiento hacia la comunidad Haredi ha alcanzado cuotas nunca antes vistas.

“Mientras nuestros hijos están arriesgando sus vidas en Gaza, otros despreciando el deber nacional con respaldo legal van al Knéset a sabotear el funcionamiento del país”, afirmó un oficial de reserva en declaraciones a la televisión pública israelí (KAN).

El arriesgado juego político de Netanyahu

El miércoles, el partido opositor presentó una ley para disolver el parlamento. El bloque de Netanyahu respondió sobrecargando la agenda del día con leyes menores, una maniobra ya usada en el pasado para demorar votaciones. La clave está en los partidos ultraortodoxos: si votan a favor de la disolución, se convoca a elecciones anticipadas.

La coalición actual está sostenida por una unión frágil entre partidos nacionalistas religiosos y los bloques Haredim: el Shas y el Judaísmo Unido de la Torá. Netanyahu depende de su apoyo, pero la presión social y el desgaste militar están empujando a estos partidos a un terreno incómodo.

¿Un nuevo mapa político?

Incluso si la moción para disolver el parlamento pasa, las elecciones podrían tardar semanas o meses en celebrarse, y se abre una ventana de incertidumbre política. Si fracasa, no se podrá volver a presentar una moción de disolución en seis meses, asegurando estabilidad temporal al gobierno.

En cualquier caso, el episodio revela una crisis social profunda en Israel: la tensión entre la democracia secular y la religiosidad política que ha caracterizado al país desde sus inicios. El mandato de Netanyahu, que en 2024 logró ser nuevamente primer ministro tras su juicio por corrupción y sus polémicas reformas judiciales, se ve forzado ahora a batallar no contra Hamás, sino dentro de sus propias filas.

Guerra en Gaza como telón de fondo

Israel continúa librando su guerra más prolongada, con consecuencias humanitarias y militares dramáticas. La presión sobre el ejército para conseguir más soldados ha llegado al punto de convertir a escuelas y universidades en centros de reclutamiento y entrenamiento. Las consecuencias psicológicas y sociales de esta extensión del servicio se hacen cada vez más visibles.

En este contexto, la negativa de los ultraortodoxos a integrarse en el ejército se percibe como privilegio desmedido y una amenaza para la cohesión nacional. Protestas como las de Bnei Brak, donde miles de Haredim bloquearon carreteras reclamando su derecho a no alistarse, abren heridas internas que difícilmente serán sanadas con promesas políticas.

¿Un conflicto irresoluble?

Durante años, los diferentes gobiernos han intentado encontrar fórmulas para equilibrar el principio de igualdad con el respeto por las minorías religiosas. En 2018, la Corte Suprema invalidó una ley que eximía a los Haredim, exigiendo al parlamento nuevas normativas. Desde entonces, las reformas propuestas han fracasado una a una en el legislativo ante la amenaza del fin de la coalición.

Lo que parecía una contradicción manejable se ha transformado en principio de descomposición institucional. Así lo evidencia este proceso llevado por la oposición para forzar elecciones anticipadas, que bien podría disolver la coalición más duradera de la historia reciente de Israel.

Lo que está en juego

Más allá de una moción parlamentaria o el calendario electoral, lo que está en juego es la definición misma de ciudadanía en Israel: ¿puede un país sostener una democracia liberal moderna con sectores de su población que viven bajo normas religiosas que no reconocen el principio de igualdad de deberes?

Las próximas semanas podrían marcar un punto de inflexión. Si Netanyahu no logra pactar una última solución con sus socios ultraortodoxos, es probable que se convoquen elecciones, lo que también podría reconfigurar el panorama político. Encuestas recientes indican una desilusión creciente con el actual gobierno, y figuras como Benny Gantz o Yair Lapid podrían capitalizar este momento de crisis.

Crisis interna, impacto regional

La situación política no ocurre en un vacío. La debilidad interna del gobierno israelí puede tener consecuencias estratégicas en la región. Una eventual ruptura del ejecutivo enviaría señales de inestabilidad, quizás alentando a Hezbollah al norte o avivando tensiones con Irán.

Además, en medio de todo este caos, el presidente argentino Javier Milei visita Jerusalén y tiene previsto hablar ante el Knéset. El acto, aunque simbólico, se produce en un momento de máxima tensión política, con la coalición tambaleando y el ejército anhelando refuerzos.

El dilema de Israel: modernidad e identidad

Israel enfrenta, una vez más, el gran dilema de su existencia como nación moderna: ¿cómo equilibrar las exigencias del Estado-nación secular con las demandas de una comunidad religiosa que no reconoce esa base secular?

Por ahora, la solución parece lejana. Lo que es claro es que el modelo actual sufre una crisis terminal. La exención de los Haredim ya no es solo cuestión de política interna, sino el detonante de una transformación estructural.

Lo que decidan los miembros del Knéset esta semana, y cómo reaccionen los movimientos sociales y los líderes religiosos, podría definir no solo el fin de una coalición más, sino delinear el futuro institucional del Estado de Israel.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press