La militarización del descontento: Texas y el auge del autoritarismo en la era Trump
Entre protestas, despliegues militares y disputas políticas, el estado de Texas se convierte en símbolo del choque entre seguridad e identidad nacional
Por estos días, Texas no es solo el epicentro de una controversia política, sino también el escenario de un experimento social a gran escala sobre el papel del poder estatal frente al desacuerdo popular. El gobernador republicano Greg Abbott ha ordenado el despliegue de más de 5,000 efectivos de la Guardia Nacional de Texas y más de 2,000 policías estatales para vigilar y contener las protestas contra el presidente Donald Trump y las continuas redadas migratorias federales. Esto ocurre en medio de un tenso panorama nacional y una creciente movilización ciudadana bajo el lema “No Kings”, que denuncia la expansión autoritaria del poder ejecutivo estadounidense.
Un Texas cada vez más militarizado
Desde su llegada al poder en 2014, Greg Abbott ha impulsado una política de mano dura orientada principalmente a la contención de la inmigración irregular. El operativo “Lone Star”, iniciado en 2021, ha desplegado miles de soldados en la frontera sur como estrategia paralela y muchas veces en tensión con las funciones del gobierno federal. Esto culminó en 2025 con un acuerdo con la administración Trump que otorga a los soldados de la Guardia Nacional de Texas autoridad para arrestar personas por ingreso ilegal al país, una potestad inusual en un Estado que no tiene competencia constitucional plena en materia migratoria.
“Texas no tolerará la anarquía que hemos visto en Los Ángeles”, dijo Abbott en referencia a las protestas en California, donde el gobernador demócrata Gavin Newsom ha confrontado abiertamente la narrativa de Trump. La comparación no es casual: mientras California ha optado por limitar la intervención militar en protestas civiles, Texas parece abrazarla como medida de disuasión y afirmación estatal. Esto genera un nuevo paradigma legal y cultural en el contexto estadounidense post-Covid y post-elección: el Estado de derecho contra el derecho del Estado.
El Movimiento “No Kings” y la rebelión desde las ciudades
Aunque Abbott ha justificado el despliegue como una herramienta preventiva ante “actos de violencia o vandalismo”, la verdad es que muchas autoridades locales —como los alcaldes de San Antonio y Austin— han declarado públicamente que no solicitaron la presencia de la Guardia Nacional. Este conflicto interno pone de manifiesto la vieja tensión federativa de los Estados Unidos, ahora potenciada por intereses ideológicos divergentes. Mientras el movimiento “No Kings” se organiza para marchar pacíficamente en ciudades como Dallas, Houston y Austin, el gobierno estatal responde con tanques, tropas y un discurso que recuerda al de regímenes autoritarios.
El nombre del movimiento tiene una fuerte carga simbólica: "No Kings" alude directamente al temor de que el ejecutivo federal —especialmente en su versión trumpista— adquiera poderes dictatoriales, ignorando límites constitucionales y controles institucionales. Las protestas, aunque hasta ahora en su mayoría pacíficas, ya han sido objeto de represión moderada en Dallas y Austin, con incidentes que incluyen el uso de gases irritantes y más de una docena de arrestos.
Operación Lone Star: el laboratorio legal de Abbott
Uno de los aspectos más inquietantes de este fenómeno es la consolidación de una infraestructura estatal permanente dedicada a la militarización de la frontera. Abbott ha iniciado la construcción de una base permanente de la Guardia Nacional en un terreno de 80 acres, que alojará hasta 1,800 soldados. Este tipo de infraestructuras solían ser exclusivas del ámbito federal; que un estado individual asuma tal función cambia de manera drástica el equilibrio de poderes en la nación.
Todo esto ocurre tras el acuerdo con la administración Trump, que otorga a soldados estatales la capacidad de arrestar inmigrantes indocumentados. Estamos ante algo más que una reinterpretación polémica de la Décima Enmienda: se institucionaliza la soberanía paralela de un Estado dentro de una república federal. ¿Qué impide que otros gobernadores adopten políticas similares si Washington es percibido como ineficiente o ideológicamente antagónico? Lo que ocurre hoy en Texas podría ser solo el inicio de un nuevo ciclo de balcanización política en Estados Unidos.
Entre fronteras e identidades: la otra cara del nacionalismo texano
La figura de Abbott no solo debe analizarse en términos de administración pública sino también como símbolo cultural. Desde hace décadas, sectores ultraconservadores de Texas defienden una visión particular del “tejano auténtico”: blanco, cristiano, nacionalista y autosuficiente. Cualquier intromisión del gobierno federal —especialmente si viene de presidentes demócratas— es vista como ilegítima. Este ethos es caldo de cultivo para políticas extremas y se alimenta de un relato heroico sobre la soberanía estatal, la vigilancia ciudadana y el uso de la fuerza como herramienta de orden.
En ese marco, la Guardia Nacional no solo cumple una función logística, sino también simbólica: representa el brazo armado de una ideología antiinmigrante que encuentra eco en una parte activa del electorado. Según el Pew Research Center, un 49% de los texanos republicanos apoyan el uso del ejército estatal para frenar la inmigración, incluso si eso significa entrar en conflicto con normativas federales.
California vs Texas: la guerra cultural y administrativa
La confrontación de visiones no podría ser más evidente. Mientras Greg Abbott avanza en un modelo de gobernanza autoritaria bajo la supuesta justificación de seguridad nacional, Gavin Newsom en California promueve políticas de protección a inmigrantes, uso restringido de fuerzas armadas y garantías civiles como eje rector. El contraste también se da en el uso del aparato legal: mientras en Nevada tribunales estatales multan al propio gobierno por no proporcionar atención psiquiátrica oportuna a reos (un fallo simbólico sobre la protección de derechos fundamentales), en Texas se refuerza la idea de la ley como instrumento de fuerza y disciplina.
Como bien señaló el historiador Timothy Snyder, autor de Sobre la tiranía: “Un Estado que militariza rápidamente frente a sus propios ciudadanos y busca soluciones a través del uso de la fuerza, está peligrosamente cerca de cruzar la línea hacia el autoritarismo.” El caso texano debería ser motivo de preocupación no solo para progresistas o defensores de los derechos humanos, sino para cualquier ciudadano que crea en el equilibrio entre seguridad y libertad, entre cohesión y diversidad.
Los ecos de la historia y el futuro que se dibuja
La historia de los Estados Unidos está marcada por protestas y violencia institucional: desde la respuesta militar a las marchas por los derechos civiles en los 60 hasta el despliegue de tropas tras el asesinato de George Floyd. Pero cada ciclo de represión ha provocado también oleadas de cambio democrático. Abbott y Trump pueden estar buscando sofocar la resistencia social, pero podrían estar alimentando una nueva generación de líderes que demandan reformas profundas al sistema migratorio, policial y judicial.
El precio de ignorar estos reclamos es alto. Como lo resume un analista de Human Rights Watch: “Criminalizar la protesta es el primer paso hacia la criminalización de la disidencia.” Y Texas ya parece caminar firme por ese sendero.
La pregunta ahora no es qué tan fuerte es el movimiento “No Kings” sino cuánto resistirá Texas la tensión de ser el laboratorio político más polarizado del país. Porque la democracia, como dijo Franklin D. Roosevelt, siempre será “algo que debe protegerse, no algo que debe asumirse asegurado.”