Trump, entre tanques y diplomacia: la nueva era de poder en la Casa Blanca

En medio del conflicto Israel-Irán y celebraciones militares grandiosas, Trump enfrenta el mayor reto de su discurso: mantenerse fuera de las guerras, sin perder el control del escenario internacional.

El rugido de los tanques y la sombra de la guerra

El presidente Donald Trump ha vuelto a colocar a Estados Unidos en el centro del escenario mundial. Mientras Washington se prepara para una fastuosa celebración militar en honor al 250º aniversario del Ejército, las bombas estallan en el Medio Oriente con la ofensiva “León Ascendente” de Israel contra Irán. Trump, quien prometió alejar a su país de los conflictos internacionales, ahora navega por aguas turbulentas entre la diplomacia y la presión bélica.

Una promesa de campaña en tensión

Desde su primera campaña presidencial, Trump ha cultivado una retórica anti-intervencionista: prometió acabar con las guerras “eternas” y centrar sus esfuerzos en intereses internos. Sin embargo, la reciente escalada entre Israel e Irán pone esa promesa a prueba. Israel lanzó un ataque preventivo contra instalaciones nucleares iraníes como Natanz y contra su programa de misiles balísticos. Irán ha prometido una respuesta contundente, y varias voces temen represalias contra personal y bases estadounidenses en la región.

Rubio asume el rol de portavoz de seguridad

Curiosamente, el anuncio oficial de la respuesta estadounidense no vino directamente de Trump, sino de su Secretario de Estado y Consejero de Seguridad Nacional, Marco Rubio. Rubio fue claro: “Estados Unidos no participó en la operación israelí y se ha enfocado en proteger a sus efectivos en la región”.

Este tipo de separación institucional es estratégica: permite a Trump mantener la narrativa de que es un líder a favor de la paz, mientras su administración maniobra discretamente entre alianzas militares y amenazas regionales.

Diplomacia a contrarreloj

Horas antes del ataque israelí, Trump aún apostaba por la vía diplomática. Su enviado especial, Steve Witkoff, estaba programado para reunirse en Omán con Abbas Araghchi, canciller iraní, como parte de una ronda de negociaciones sobre el programa nuclear iraní.

Esas conversaciones, ahora pausadas o completamente desplazadas, representaban uno de los pocos canales formales de comunicación entre Teherán y Washington. La tensión bélica no solo amenaza la estabilidad regional, sino la escasa posibilidad de revivir un acuerdo similar al del 2015, del cual Trump retiró a EE.UU. en 2018 llamándolo “el peor acuerdo de la historia”.

El dilema MAGA: guerra o coherencia

Dentro del movimiento MAGA (Make America Great Again), el debate sobre política exterior es más intenso que nunca. Figuras como Charlie Kirk y Jack Posobiec, aliados clave del trumpismo, han advertido que una participación estadounidense más activa en esta guerra dividiría gravemente a la base conservadora. “Esto podría causar una grieta masiva en MAGA y frenar nuestro impulso”, escribió Kirk en X (antes Twitter).

Una celebración militar en tono nacionalista

Mientras cae el telón sobre la diplomacia, otro escenario se prepara en Washington: un desfile militar sin precedentes. Con una inversión estatal estimada entre $25 a $45 millones —parcialmente cubierta por donaciones de empresas como Lockheed Martin y Amazon—, el evento coincide con el cumpleaños 79 de Trump y con el Día de la Bandera.

“Es hora de celebrar nuestro país por un cambio”, dijo Trump, sonriente, mientras se preparaba para presenciar desfiles de tanques, aviones militares y paracaidistas que le entregarán la bandera estadounidense desde el cielo.

El evento fue inspirado en el desfile del Día de la Bastilla al que Trump asistió en París en 2017. Desde entonces, su deseo fue replicar el espectáculo en suelo estadounidense. “Tenemos que superarlo”, dijo entonces.

¿Una muestra de fuerza o de ego?

Los críticos acusan que el gran desfile, más allá de honrar al ejército, funciona como un show personalista que recuerda a las celebraciones militares de regímenes autoritarios. Grupos de protesta como “No Kings” han organizado manifestaciones paralelas —la principal en Filadelfia— con el mensaje: “La bandera no le pertenece al presidente Trump. Nos pertenece a nosotros”.

Sin embargo, Trump ha restado importancia a esas críticas: “No me siento como un rey”, declaró. “Tengo que pasar por el infierno sólo para que aprueben algo”.

Celebración vs. preocupación

Este despliegue ha causado alarma entre congresistas y sectores sociales. Aunque la Casa Blanca sostiene que es un homenaje a los veteranos y fuerzas activas, varios consideran que el momento elegido y el contexto regional lo convierten en un movimiento políticamente insensible. El senador Tim Kaine —habitualmente crítico de Trump— incluso reconoció el esfuerzo diplomático de la administración, aunque alertó: “Me preocupa profundamente lo que esto significa para nuestro personal en la región”.

Una reputación dividida a nivel internacional

El problema no es sólo hacia adentro. El resto del mundo observa con incertidumbre. Israel calcula que la operación “León Ascendente” durará “tantos días como sea necesario”, según Netanyahu. Mientras tanto, Irán continúa desarrollando su capacidad nuclear, y Trump ha perdido su mejor carta de negociación al haber cancelado el acuerdo de 2015 sin tener un plan alternativo robusto.

La situación recuerda al fatídico error de cálculo en la invasión a Irak en 2003: una intervención ciega que terminó fortaleciendo la influencia de Irán en la región. Rosemary Kelanic, directora del programa de Oriente Medio en Defense Priorities, lo explicó así: “Una guerra abierta con Irán sería repetir los errores catastróficos del 2003. El público estadounidense se opone abrumadoramente a una nueva campaña militar prolongada”.

Una administración con varios frentes abiertos

La situación con Irán se suma a los conflictos sin cerrar en Gaza y Ucrania, áreas donde las promesas de resolución de Trump han topado con la complejidad geopolítica. Ahora, Trump se encuentra en la difícil posición de contener a su principal aliado en Medio Oriente, proteger a sus efectivos y, a la vez, no perder el apoyo de su base patriótica, que celebra los desfiles pero no desea otra guerra.

¿Qué sigue?

Todo indica que el gobierno estadounidense seguirá apostando a la disuasión indirecta: no participar activamente en acciones militares, pero enviar señales claras sobre los costes de futuros ataques contra sus fuerzas. No obstante, el margen es estrecho, y cualquier represalia iraní podría arrastrar a Estados Unidos a una guerra no deseada.

En el fondo, Trump se enfrenta a una paradoja de liderazgo: mientras alardea de músculo militar en las calles de Washington, su verdadera prueba estará en evitar que ese músculo termine empujando a su gobierno hacia una nueva guerra en Medio Oriente. De fracasar, sus tanques podrían dejar de ser un símbolo de orgullo y convertirse en un recordatorio de una promesa incumplida.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press