Doña Violeta Chamorro: Una luz de paz en la Nicaragua de la guerra

De ama de casa a presidenta histórica: el legado de reconciliación de la líder que venció a Ortega y puso fin a una guerra civil

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Violeta Barrios de Chamorro ha fallecido a los 95 años, dejando atrás un legado político y moral que marcó un antes y un después en la historia de Nicaragua. Su historia no es solo la de la primera mujer presidenta en Centroamérica, sino la de una madre, viuda y periodista que transformó la tragedia personal en una cruzada nacional por la paz, la democracia y la reconciliación.

Una lideresa inesperada nacida del dolor

Nacida el 18 de octubre de 1929 en Rivas, Nicaragua, Violeta Barrios creció en una familia acomodada y fue enviada a colegios en Estados Unidos, lejos del hervidero político que su país comenzaba a ser. Nada indicaba que tiempo después ocuparía el máximo cargo de poder ejecutivo en su nación.

Su irrupción en la arena pública se dio trágicamente tras el asesinato de su esposo, Pedro Joaquín Chamorro, entonces director del periódico opositor La Prensa. El crimen, cometido el 10 de enero de 1978, encendió la llama que terminaría por derrocar a la dictadura de Anastasio Somoza}. Chamorro pasó de madre dedicada a activista política casi de un día para otro.

La heredera de La Prensa y la lucha contra los extremismos

Violeta se convirtió en editora de La Prensa, usando el diario como trinchera contra los abusos del nuevo régimen, encabezado por el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), liderado por Daniel Ortega. Aunque inicialmente los apoyó como parte de una junta de gobierno transicional en 1979, pronto se desencantó con el linaje autoritario y la orientación socialista que caracterizó la administración sandinista.

Su desilusión fue dura: “No estoy alabando el gobierno de Somoza, fue horrible. Pero nunca creí que los sandinistas, que decían seguir los pasos de Pedro Joaquín, me tratarían así”, expresó alguna vez.

El salto a la presidencia: campaña desde una silla de ruedas

La situación nacional era desesperada; Nicaragua sufría un embargo económico de EE.UU., una guerra civil sostenida con los Contras y un desgaste generalizado. En ese contexto, en 1990, una coalición de 14 partidos opositores, la Unión Nacional Opositora (UNO), propuso como candidata presidencial a Chamorro, quien aceptó a regañadientes.

Aunque no era oradora, ni hábil política, y llegó incluso a romperse la pierna en campaña, se convirtió en un símbolo esperanzador. Se presentó como una madre de la Nación, dispuesta a curar las heridas y a cerrar el ciclo de odio y confrontación que había marcado al país. “Llevo la bandera del amor”, proclamó en un mitin, “con amor vendrá la paz y el progreso”.

El 25 de febrero de 1990, Chamorro dio la sorpresa y venció a Ortega con el 54% de los votos. Desde su silla de ruedas, y con el cabello canoso recogido con sencillez, se volvió la personificación de una victoria ciudadana contra el autoritarismo.

Del fusil a la reconciliación nacional

Su llegada al poder no fue una tarea fácil. Aunque logró el desarme de 19,000 combatientes contras en apenas tres meses y el fin formal del conflicto armado, fue recibida por un país saqueado por los últimos actos de los sandinistas en el poder —conocidos como "la piñata"— y dominado por una economía en ruinas e inflación desbordada.

Debió negociar directamente con Humberto Ortega, hermano del expresidente y jefe del ejército, para mantener la estabilidad del país. Sufrió huelgas, protestas y revueltas. Al poco tiempo, su popularidad bajó. A pesar de ello, su mantra de paz se mantuvo firme.

¿Qué más quieren que he terminado la guerra?”, declaró luego de sus primeros doce meses en el poder. Aunque sus reformas económicas convirtieron a Nicaragua en un país más abierto al comercio internacional, muchos excombatientes, campesinos e incluso excontras volvieron a levantarse en armas ante la lentitud en la respuesta del Estado y la persistencia del aparato sandinista en los organismos de poder.

Una nación herida, una familia dividida

La política tuvo un costo personal: su familia se dividió. Pedro Joaquín hijo fue opositor activo, Cristiana Chamorro siguió sus pasos en el periodismo y fue detenida décadas más tarde por el régimen de Ortega; mientras Carlos Fernando y Claudia Chamorro se mantuvieron vinculados al sandinismo original.

Doña Violeta se mantuvo como un símbolo de moderación y diálogo, capaz de tender puentes sin ceder en principios. Su Fundación Violeta Barrios de Chamorro fue, durante años, un bastión de la libertad de prensa, hasta que, como muchas ONG, fue cerrada por el régimen actual.

Un legado de dignidad y democracia

En 1997, Chamorro entregó la banda presidencial al electo Arnoldo Alemán, cumpliendo lo que pocos caudillos latinoamericanos habían logrado: salir del poder en paz y sin manipular las elecciones. Su salida marcó un momento inédito en la historia del país: dos presidentes electos por vía democrática, uno sucediendo al otro.

Chamorro escribió un libro de memorias titulado Sueños del corazón, donde reafirmó su fe en el perdón y el entendimiento. En él, describió su presidencia más como un llamado maternal que como un proyecto político. En palabras de Los Angeles Times: “Incluso a sus oponentes políticos como Ortega los critica brevemente… para luego perdonarlos generosamente”.

Silencio forzado, pero presencia eterna

En sus últimos años, Chamorro padeció de un tumor cerebral y fue hospitalizada varias veces desde 2018. Su familia, como miles de nicaragüenses, terminó viviendo en el exilio, aparentemente debido a la persecución del actual régimen.

El anuncio de su fallecimiento en Costa Rica, “hasta que Nicaragua vuelva a ser República”, fue un acto profundamente político en sí mismo. Incluso muerta, Doña Violeta sigue elevándose como una figura de dignidad ante la represión, la injusticia y el caudillismo.

Hoy, cuando Daniel Ortega ocupa de nuevo el poder con puño de hierro y sin libertades civiles, el legado de Chamorro resuena con más fuerza: la paz no es solo la ausencia de balas, sino la presencia de democracia, respeto y diálogo.

Frases memorables de Doña Violeta

  • “Yo no vengo a buscar venganza, sino reconciliación”
  • “La patria no se vende ni se alquila, se dignifica con actos de paz”
  • “Traigo la bandera del amor, porque el odio solo trajo guerra y hambre”

Una inspiración regional

En tiempos de nuevas dictaduras y democracias tambaleantes en América Latina, Chamorro representa una rara flor: la política al servicio del bien común, sin ambición personal. Ella enseñó que incluso desde el dolor más profundo se puede construir algo noble y trascendente.

Violeta Chamorro no fue una política profesional. Fue algo mucho más raro y valioso: una ciudadana valiente, dispuesta a poner el corazón al servicio de su pueblo.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press