El legado en llamas: Inseguridad, impunidad y la crisis persistente en Nigeria

La visita de Tinubu a Benue tras una masacre de 150 personas evidencia las profundas grietas de un sistema incapaz de ofrecer paz y justicia

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Un país sumido en el dolor

El horror se repite una vez más en Nigeria: al menos 150 personas fueron masacradas en la localidad de Yelewata, estado de Benue, durante el pasado fin de semana. Dormían, descansaban, intentaban rehacer sus vidas tras haber huido de otras zonas también golpeadas por la violencia. Hasta que, en la madrugada, la muerte llegó acompañada de fuego y ráfagas de disparos.

El presidente Bola Ahmed Tinubu emprendió una visita al estado días después, con promesas de justicia y recriminaciones a las fuerzas de seguridad por la falta total de arrestos. "¿Cómo es posible que no haya ni un solo detenido?", preguntó públicamente a altos cargos policiales de la región. Pero muchos se preguntan si estas frases no suenan huecas, casi rituales, en un país donde los patrones de violencia masiva se han vuelto endémicos.

Un conflicto que nunca se apaga

Lo ocurrido en Benue no es un hecho aislado. Hace años que el centro-norte de Nigeria es escenario de conflictos letales entre agricultores y pastores, rivalidades que se han visto intensificadas por el cambio climático, la desertificación y tensiones étnicas y religiosas. El estado de Benue, en particular, ha sido una de las regiones más afectadas. Según ReliefWeb, más de 70.000 personas han sido desplazadas solo en ese estado durante los últimos dos años por este tipo de violencia.

Históricamente, los pastores fulani —un grupo de origen nómada— han cruzado tierras en el medio de Nigeria para alimentar a su ganado. Esto ha derivado en enfrentamientos con comunidades agrícolas que acusan a los fulani de pastar ilegalmente en sus cultivos. Cuando estos conflictos escalan, muchas veces implican ataques armados, represalias y desplazamientos masivos.

Una respuesta presidencial demasiado tardía

A pesar de la gravedad de la situación, el presidente Tinubu no se pronunció hasta más de 24 horas después del ataque, y su visita a Makurdi, la capital estatal, ocurrió cinco días después del suceso. Ese retraso provocó fuertes críticas por parte de sectores opositores y analistas, quienes acusan al gobierno de falta de voluntad política para enfrentar la violencia no estatal que devasta múltiples regiones del país.

“Al final, el resultado es el mismo: sin justicia, sin rendición de cuentas y sin cierre para las víctimas y sus comunidades.” — Senator Iroegbu, analista de seguridad en Abuja

Precisamente, este último punto —la ausencia de justicia— es el que más inquieta a observadores internacionales y a organizaciones humanitarias. A menudo, los responsables de masacres rurales ni siquiera son detenidos, y mucho menos juzgados. El resultado: una cultura de impunidad que se perpetúa, alimentando el terror y la desconfianza hacia el Estado.

Benue: una tierra en constante luto

No es la primera vez que Yelewata es víctima de la violencia. En 2018, una matanza similar derivó en protestas nacionales, lo que obligó al entonces presidente Muhammadu Buhari a enviar tropas a la región. Sin embargo, la presencia militar no se mantuvo en el tiempo y el problema persiste.

Actualmente, Benue es uno de los estados con más desplazados internos en Nigeria. Según el Consejo Noruego para los Refugiados (NRC), cerca de 2 millones de personas se encuentran en situación de desplazamiento forzoso en el país, muchas de ellas sin acceso a agua potable, educación o atención médica adecuada.

Las grietas de un gobierno débil frente a la violencia

Analistas como Sadiq Umar, del Instituto para Estudios de Seguridad, señalan que el Estado nigeriano sufre una falta crónica de presencia efectiva en vastas regiones del país. Esto ha sido aprovechado por grupos armados, bandas criminales y extremistas que operan con total libertad en áreas rurales.

El ejército y la policía están mal financiados y peor equipados, y la corrupción dentro de las instituciones de orden público impide investigaciones eficaces. A menudo, las comunidades recurren a medios de defensa propios, formando milicias autodefensivas que, lejos de resolver el problema, a veces lo agravan.

Dos millones de problemas esperando soluciones

  • 2 millones de desplazados internos según el NRC
  • 11.000 muertes por conflictos entre pastores y agricultores entre 2001 y 2019, según Crisis Group
  • Más de 3.600 escuelas cerradas en las regiones más peligrosas, según UNICEF (2023)

Estas cifras evidencian el amplio impacto estructural de la violencia en Nigeria, desde la educación hasta la salud y la economía agrícola.

¿Puede Tinubu revertir esta tendencia?

Bola Tinubu llegó al poder prometiendo estabilidad, crecimiento y mano dura contra la corrupción. Sin embargo, tras más de un año de gestión, muchos ciudadanos ven con escepticismo su capacidad de encarar una tarea tan titánica como lo es reconstruir el tejido social y la seguridad interior de Nigeria.

Hasta ahora, su administración ha estado marcada por reformas económicas impopulares como la eliminación de subsidios a los combustibles, lo cual ha generado inflación, protestas y pérdida de poder adquisitivo. Frente a eso, su reciente visita simbólica a Benue parece más un gesto político que una estrategia estructural.

El silencio internacional

A diferencia de conflictos en otras partes del mundo que captan atención global, la violencia en el Cinturón Medio de Nigeria raramente aparece en las portadas internacionales. La falta de visibilidad alimenta un ciclo en el que la tragedia se vuelve normal, y las soluciones, cada vez más lejanas.

El grito ahogado de las víctimas

“No olviden nuestros nombres”, dice un cartel improvisado colgado en la entrada de uno de los mercados atacados en Yelewata. Allí murieron decenas que ya habían huido antes. Hombres, mujeres, niños. Personas invisibilizadas que ahora tienen una lápida colectiva: la indiferencia.

Una justicia tardía, cuando llega, casi no tiene sentido. La historia de Nigeria, de norte a sur, de los fulani hasta los igbo, está marcada por una pregunta que aún hoy nadie puede responder: ¿quién protege a los que no tienen nada?

Este artículo fue redactado con información de Associated Press