Trump, Irán y el eco de las guerras infinitas: ¿otro capítulo en la historia del caos?

La posibilidad de una nueva intervención de EE.UU. en Medio Oriente revive los fantasmas de Irak, Afganistán y Libia, mientras el conflicto entre Israel e Irán escala peligrosamente.

El eterno retorno de la guerra ‘preventiva’

Las tensiones entre Israel e Irán han alcanzado niveles alarmantes. Con ataques israelíes recientemente dirigidos contra generales iraníes, defensas aéreas y sitios nucleares clave, el mundo observa expectante si Estados Unidos, bajo el liderazgo de Donald Trump, volverá a involucrarse militarmente en Medio Oriente.

Trump ha sido un crítico feroz de las “guerras estúpidas e interminables”, refiriéndose así a las intervenciones estadounidenses en Afganistán e Irak. Sin embargo, declaraciones recientes, ambiguas como suelen ser, alimentan la especulación: “Puedo hacerlo, o tal vez no”, respondió cuando se le preguntó si lanzaría una ofensiva contra Irán. En este contexto se abre un debate crucial: ¿qué tan viable —o peligroso— es repetir la historia?

Lecciones no aprendidas: intervenciones pasadas de EE.UU.

Desde el derribo del régimen talibán en Afganistán en 2001 hasta la caída de Saddam Hussein en 2003, las intervenciones estadounidenses en Medio Oriente se caracterizaron por un éxito inicial fugaz seguido de prolongados conflictos internos e insurgencias feroces.

  • Afganistán: La intervención posterior al 11-S logró derrocar rápidamente al régimen talibán, pero EE.UU. terminó retirándose en 2021, dejando a los talibanes nuevamente en el poder tras 20 años de ocupación.
  • Irak: Saddam fue depuesto en semanas. Sin embargo, el vacío de poder dio lugar a una guerra civil, al auge de grupos terroristas como el Estado Islámico, y a una creciente influencia iraní en el nuevo gobierno iraquí.
  • Libia: La OTAN apoyó a insurgentes en 2011 para derrocar a Gadafi. Sin fuerzas terrestres ni una estrategia post-conflicto coherente, el país cayó en manos de milicias rivales.

Estos casos demuestran que destruir un enemigo es fácil comparado con construir una paz sostenible. Por ello, proyectar un resultado similar en un contexto iraní no es solo ingenuo, sino letalmente imprudente.

Irán y su aparato represivo: más allá del poder militar

Si bien Israel ha mostrado capacidad técnica para asestar golpes quirúrgicos, eliminar sus defensas y dañar infraestructura nuclear, Irán conserva un formidable aparato interno de seguridad. El Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica y las milicias Basij han sido claves en sofocar las masivas protestas recientes.

Se estima que el Cuerpo de la Guardia Revolucionaria posee más de 125.000 efectivos, con subdivisiones que van desde ciberseguridad hasta unidades especiales de élite. La represión interna ha sido brutal, como se evidenció durante las protestas de 2019 y tras la muerte de Mahsa Amini en 2022.

Terreno montañoso y voluntad de lucha: una combinación letal

Irán, con 80 millones de habitantes y un terreno cuatro veces más grande que Irak, representa un reto logístico monumental para cualquier fuerza invasora. Su terreno montañoso, falta de grupos insurgentes internos eficaces, y la memoria histórica del intento de invasión iraquí en los años 80, hacen que sea poco probable que la población acoja una intervención extranjera con brazos abiertos.

Durante la Guerra Irán-Irak (1980-1988), la sociedad iraní, aún en shock por la Revolución Islámica, se unificó ante la agresión extranjera. Es probable que ante una nueva amenaza externa, especialmente de Israel o EE.UU., renazcan reflejos nacionalistas similares.

La oposición en el exilio: ¿héroes o ilusos?

Una intervención a menudo se justifica en nombre de una nueva clase política prometedora. Pero el caso de los exiliados iraníes recuerda al fiasco iraquí, donde figuras como Ahmed Chalabi fueron consideradas salvadores, solo para ser políticamente irrelevantes tras la caída de Saddam.

El exile más visible es Reza Pahlavi, hijo del derrocado Shah de Irán. Aunque ha ganado notoriedad fuera del país, su rol es problemático. Muchos asocian su apellido con el autoritarismo y la represión previa a 1979. Además, su cercanía con Israel podría ser vista como traición por sectores conservadores y nacionalistas.

Sin insurgencia local, no hay cambio sostenible

En Libia, las fuerzas rebeldes apoyadas por la OTAN tardaron siete meses en vencer a Gadafi. En Irán, no existe un frente interno armado con capacidad logística ni cohesión política para enfrentar al régimen de Teherán desde dentro.

La única posibilidad de colapso sería una división en las fuerzas de seguridad —un escenario caótico que podría escalar hacia una guerra civil como en Siria.

El caos importa: consecuencias geopolíticas de un ataque

Una guerra abierta en Irán podría provocar un efecto dominó como poco se ha visto desde la Primavera Árabe. Países como Arabia Saudita, Rusia, China y Turquía tendrían intereses en el conflicto. Además, el estrecho de Hormuz, por donde circula el 30% del petróleo mundial transportado por mar, podría cerrarse parcial o totalmente.

Los precios del crudo podrían dispararse, afectando las economías de Europa y Latinoamérica. Proyecciones conservadoras sugieren aumentos de hasta el 30%-40% en los precios al consumidor si el conflicto se prolonga más de tres meses (Reuters).

¿Una nueva teocracia o la misma historia?

En caso de intervención exitosa, ¿quién gobernaría Irán? La historia muestra que incluso el derrocamiento efectivo de un régimen no garantiza estabilidad. En Irak, tras la caída de Saddam, la autoridad pasó a manos de milicias chiítas proiraníes. En Afganistán, el vacío lo llenó el Talibán. En Libia, aún no hay un gobierno central efectivo.

La transición siempre es vulnerable a actores extremistas, mafias del narcotráfico, estados títeres y caos social prolongado. Según datos del Instituto Watson de la Universidad de Brown, las guerras posteriores al 11-S han costado más de $8 billones y han causado por lo menos 900.000 muertes directas.

El dilema moral y estratégico de Trump

Trump, en busca de capital político en año electoral, podría ver una intervención como vía para reforzar su imagen de hombre fuerte. Sin embargo, los costos —económicos, humanos e internacionales— serían inmensos.

Además, la ironía es cruda. Un presidente que ascendió prometiendo cerrar las guerras, podría agregar una nueva al listado, con consecuencias quizás incluso más destructivas.

Como advirtió recientemente el general retirado estadounidense David Petraeus: “Irán no es Irak. Cualquier acción militar debe considerar la resiliencia estratégica de un Estado que ha evolucionado como nación sitiada durante décadas”.

¿Y la comunidad internacional?

Europa, en especial Alemania y Francia, ha sido cautelosa en condenar directamente a Irán pero también han criticado las provocaciones israelíes. La ONU insiste en la diplomacia, pero sus posibilidades de éxito se reducen mientras el conflicto escala.

La única salida sostenible pasa por una mesa multilateral con presencia de las potencias más involucradas: EE.UU., Israel, Irán, China y Rusia. Sin embargo, en medio de un mundo cada vez más polarizado, la diplomacia parece más una utopía que una opción viable.

¿Será esta otra guerra sin fin? O, como muchos temen, ¿el conflicto definitivo del siglo XXI? El tiempo lo dirá, pero los antecedentes nos gritan una advertencia: una vez que se enciende la mecha, apagar el incendio no está garantizado.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press