Fe, fronteras y derechos humanos: la lucha silenciosa de líderes religiosos en defensa de los migrantes
En el corazón de San Diego, un grupo de líderes religiosos busca ser testigo, consuelo y voz para migrantes que enfrentan el sistema migratorio de EE. UU.
El poder simbólico de la presencia espiritual
El pasado 20 de junio, conmemorando el Día Mundial del Refugiado, un grupo de líderes religiosos de distintas confesiones en San Diego realizó una silenciosa pero poderosa acción: ingresar a las cortes federales de inmigración simplemente para estar presentes. Lo que podría parecer un gesto simbólico encierra una carga emocional y política profunda. Como explicó el sacerdote jesuita Scott Santarosa, organizador de la iniciativa, “las personas anhelan que gente de fe camine junto a los migrantes vulnerables”.
En tiempos donde el aparato migratorio en Estados Unidos se presenta cada vez más hostil, especialmente bajo políticas intensificadas desde la administración Trump, esa presencia adquiere un carácter subversivo y protector. No se trata de interrumpir procesos judiciales, sino de resistir desde la compasión, de observar lo que sucede en las sombras del sistema legal y brindar testimonio al mundo exterior.
Una misa como punto de partida
Antes de acudir a las cortes, los líderes religiosos —entre ellos obispos, clérigos y pastores— ofrecieron una misa en la Catedral Católica de San Diego. Entre ellos destacó la figura del obispo Michael Pham, quien ha sido recientemente nombrado obispo por el Papa León XIV. Pham no solo lidera espiritualmente: su propia historia como refugiado vietnamita que llegó solo a Estados Unidos siendo niño añade un peso moral incuestionable a su compromiso con los migrantes.
Durante la liturgia, las oraciones se dirigieron a quienes enfrentan procesos de deportación, a los que han sido detenidos por agentes migratorios fuera de las cortes y a los que viven “en las sombras”, sin documentos, en el sur de California. La emoción no se disimuló. Varios asistentes compartieron temores: “Padre, sentimos que nos están cazando, como si fuéramos animales”, le dijo una mujer migrante en español a Santarosa.
La caza silenciosa en las cortes de migración
Lo que se vive en las cortes migratorias no siempre aparece en los titulares. Organizaciones como National Immigration Forum han documentado cómo agentes de ICE (Servicio de Control de Inmigración y Aduanas) han detenido personas incluso dentro o fuera de los tribunales. Las llamadas “arrestos colaterales” son frecuentes y generan un clima de miedo.
En este contexto, los líderes religiosos no buscan interferir en los procedimientos, sino simplemente observar, hacer notar la humanidad de quienes están siendo procesados. Este acto de presencia se convierte en una protección simbólica. Como documenta la fundación HIAS, el simple hecho de que haya testigos puede cambiar el tratamiento que los agentes dan a los migrantes.
Una estrategia pastoral con raíces hondas
La idea de entrar al sistema judicial no surgió espontáneamente. Según Santarosa, todo comenzó con una convocatoria diocesana para pensar acciones con motivo del Día Mundial del Refugiado. Cada iglesia planeó su propia misa, pero el grupo quiso dar un paso más. Así, sacerdotes católicos, líderes protestantes, rabinos y representantes musulmanes decidieron acompañar físicamente a los migrantes en uno de los escenarios más temidos: las audiencias judiciales.
Esta acción encuentra eco en tradiciones de solidaridad interreligiosa. Movimientos históricos como el Sanctuary Movement de los años 80, cuando comunidades religiosas daban refugio a centroamericanos perseguidos, sirven como referencia. Hoy, con condiciones migratorias aún más complejas —incluyendo la vigencia del Título 42 e iniciativas legislativas restrictivas—, este tipo de testimonio vuelve a ser necesario.
La espiritualidad como respuesta política
En contextos donde las democracias liberales fallan en ofrecer procesos justos para los más vulnerables, la espiritualidad puede convertirse en herramienta de resistencia. El papa Francisco ha sido particularmente vocal sobre el tema migratorio, llamando a la acogida y criticando la indiferencia. Su mensaje encuentra eco en Estados Unidos en figuras como el arzobispo José Gómez, presidente de la Conferencia de Obispos Católicos, quien no ha dudado en criticar políticas migratorias abusivas.
Pero no solo el catolicismo abraza estas posturas. El reverendo Jim Wallis, del movimiento Sojourners, afirmó en una ocasión: “La manera en que tratamos a los migrantes define nuestra integridad moral como nación”.
Más allá del espectáculo mediático
La acción de los líderes religiosos no tuvo cobertura nacional; no fue transmitida en vivo por grandes cadenas. Y sin embargo, abarca cuestiones que deberían estar al centro del debate público. Según datos del American Immigration Council, más de 1 millón de personas tienen procesos pendientes en cortes migratorias. Muchas acuden sin representación legal, enfrentando barreras lingüísticas, culturales y legales.
La asistencia de líderes religiosos le recuerda a todos —funcionarios, jueces, abogados— que esas personas no son expedientes, sino seres humanos. “Nuestra fe nos obliga a estar presentes donde hay sufrimiento. Es una obligación moral”, declaró la pastora protestante Emily Garner, quien también participó en la visita.
San Diego como microcosmos migratorio
Ubicada justo en la frontera con México, San Diego ha sido durante décadas un punto neurálgico del fenómeno migratorio. Gracias a su ubicación, conviven allí comunidades de origen centroamericano, mexicano, filipino, africano y asiático. Algunos llegaron por vías regulares; otros, huyendo de guerras, pobreza extrema o persecución política.
En este mosaico cultural, la iglesia —y más ampliamente las comunidades religiosas— se han convertido en referentes. Proveen albergue, alimento, asistencia legal, y en días como este, incluso abrigo espiritual dentro de los espacios más fríos: los pasillos de justicia migratoria.
¿Y ahora qué?
Santarosa espera que este acto se repita y se convierta en tradición. Más allá de fechas simbólicas, como el Día Mundial del Refugiado, la idea es establecer una presencia permanente. Existen iniciativas que podrían articularse, como el Court Observer Program (COP), presente en ciudades como Nueva York y Chicago, donde ciudadanos comunes observan procesos migratorios para garantizar transparencia.
Asimismo, se ha iniciado un diálogo interreligioso más robusto sobre migración. Mesas redondas, investigaciones teológicas y hasta movilizaciones públicas están siendo organizadas para vincular la fe con la justicia migratoria de una manera más orgánica. “La fe no es una ideología; es un lente para ver la dignidad humana”, dijo el rabino David Shapiro, presente en la acción.
Una promesa en tiempos inciertos
En el contexto estadounidense actual, marcado por tensiones políticas, polarización y narrativas deshumanizantes hacia los migrantes, este gesto sereno, fiel y firme es un bálsamo. Es una promesa silenciosa: los más vulnerables no están solos. Como dijo el obispo Pham al concluir la misa: “Nosotros también fuimos forasteros alguna vez. Y alguien nos ayudó. Hoy nos toca a nosotros hacer lo mismo”.