Siarhei Tsikhanouski: el opositor bielorruso que sobrevivió al encierro y vuelve a alzar la voz

Tras casi cuatro años de reclusión, tortura y aislamiento, uno de los rostros más reconocibles del activismo en Bielorrusia vuelve a la escena política con emociones, cicatrices e intenciones claras

La liberación sorpresa de una figura clave

El 22 de junio de 2025, el mundo volvió a ver a Siarhei Tsikhanouski, pero no como lo conocían. El popular bloguero y activista bielorruso fue liberado después de casi cuatro años de una cruel reclusión impuesta por el régimen de Alexander Lukashenko. Con 46 años, una salud notablemente deteriorada y apenas 79 kilos —muy lejos de sus robustos 135 kg iniciales—, Tsikhanouski reaparece como símbolo de resistencia, pero también como testimonio viviente de las violaciones de derechos humanos en Bielorrusia.

Su puesta en libertad junto con otros 13 prisioneros políticos fue precipitada tras una inusual visita diplomática de Keith Kellogg, enviado especial de los Estados Unidos, lo que algunos interpretan como un paso táctico del régimen para reconstruir puentes con Occidente.

Un símbolo incómodo para el régimen de Lukashenko

Tsikhanouski cobró notoriedad en 2020 con su lema “¡Basta de cucarachas!”, en abierta referencia a Lukashenko. Su objetivo era claro: postularse a las elecciones presidenciales y desafiar al hombre que lleva en el poder desde 1994. Fue arrestado incluso antes del inicio oficial de la campaña, y posteriormente condenado a 19 años y seis meses de prisión por cargos ampliamente considerados como fabricados.

Su esposa, Sviatlana Tsikhanouskaya, tomó la posta y se convirtió en la principal líder de la oposición en el exilio, radicándose en Lituania. Las elecciones de ese año, que oficialmente dieron el sexto mandato consecutivo a Lukashenko, fueron ampliamente tachadas de fraudulentas tanto por la oposición como por las democracias occidentales, dando lugar a protestas masivas y una represión sin precedentes en Bielorrusia.

Encierro, torturas y supervivencia

En su primera entrevista tras salir en libertad, Tsikhanouski relató las condiciones inhumanas que vivió: celdas de castigo heladas, escasez extrema de alimentos y medicinas, aislamiento total y amenazas constantes de que jamás saldría con vida. "Tenía convulsiones. Me sangraban la nariz y la boca. Todo consecuencia del frío. Nadie entendía qué estaba pasando", declaró, describiendo un sistema carcelario diseñado para quebrar psicológica y físicamente a los disidentes.

“Esto era tortura, sin lugar a dudas”, afirmó. El líder opositor también mencionó que había casi olvidado cómo hablar debido al prolongado aislamiento. Ni siquiera podía comprar productos básicos, y las mínimas provisiones le eran entregadas como "donaciones arbitrarias" de los guardias, como un tubo minúsculo de pasta dental o un pedazo de jabón.

Las condiciones le recordaron la muerte de Alexei Navalny en febrero de 2024, que marcó un punto de inflexión. “Pensé: probablemente seré el próximo”, recordó, mientras mencionaba que, tras el deceso del opositor ruso, sus carceleros parecieron recibir la orden "desde arriba" de mantenerlo con vida.

Reencuentro familiar: una emoción indescriptible

Su liberación fue tan inesperada como cargada de emoción. Fue trasladado encapuchado y esposado sin saber su destino hasta que llegó a Vilna. El reencuentro con su esposa e hijos —una niña de 9 y un adolescente de 15— fue desgarrador. “Mi hija no me reconoció. Mi esposa tuvo que decirle: ‘Es tu papá’. Lloramos todos. No puedo describir en palabras lo que vivimos”, confesó entre lágrimas.

Putin, el sostén del autoritarismo en Bielorrusia

Tsikhanouski no ahorró palabras para señalar a su principal enemigo geopolítico: Vladimir Putin. Afirmó que el porvenir democrático de Bielorrusia ha sido secuestrado por el respaldo que el Kremlin ofrece a Lukashenko desde los comicios de 2020. “Putin reconoció los resultados. Dijo blanco cuando era negro. Sin él, estaríamos viviendo en otro país”, sentenció.

Los lazos entre Moscú y Minsk siguen robustos: acuerdos energéticos, préstamos e incluso despliegue de armas y tropas rusas en suelo bielorruso, especialmente desde el inicio de la invasión rusa a Ucrania.

Una lucha aún inconclusa

Pese a su frágil salud, Tsikhanouski no planea retirarse. “Quiero volver a la lucha como político y como bloguero”, declaró. Aunque algunos analistas especulan con que su liberación pretende dividir a la oposición bielorrusa, él asegura que no desafiará a su esposa ni socavará al movimiento. “No criticaré a ningún bielorruso. No pienso que estemos divididos”, afirmó con contundencia.

Tampoco espera que Lukashenko renuncie voluntariamente. “Tiene 70 años, pero no se irá solo. Muchos dicen: 'nada cambiará hasta que muera'. Pero yo creo que aún podemos ganar”, expresó, revitalizando las esperanzas de un pueblo que ha resistido bajo represión y censura.

Una excarcelación estratégica en un contexto geopolítico tenso

Desde mediados de 2024, el régimen de Lukashenko ha liberado cerca de 300 prisioneros políticos, incluidos algunos ciudadanos estadounidenses. Esto ha sido interpretado como una maniobra para reducir la presión internacional. Si bien es una señal positiva, no debe confundirse con una apertura real, ya que más de 1,170 presos políticos siguen recluidos bajo condiciones inhumanas, según la organización Viasna.

Entre los que permanecen en prisión se encuentra Ales Bialiatski, galardonado con el Premio Nobel de la Paz, así como Viktor Babaryka y Maria Kolesnikova, otros rostros fundamentales de la protesta contra el autoritarismo bielorruso.

Impacto internacional: ¿un punto de inflexión?

El testimonio de Tsikhanouski llega en un momento particularmente frágil para las relaciones internacionales en Europa del Este. Belarus sigue siendo un peón crucial en el engranaje estratégico de Putin y su guerra legal y militar contra Ucrania. A medida que la comunidad internacional intenta renegociar equilibrios en la región, la liberación de figuras como Tsikhanouski podría alterar dinámicas políticas no sólo en Minsk, sino también en Moscú.

Desde su llegada a Vilnius, Tsikhanouski ha reiterado su apoyo a Ucrania y ha llamado a la unidad entre las fuerzas democráticas en la región. “Hay un mal común, y ese es el Kremlin. Sólo unidos podremos enfrentarlo”, aseguró.

Mientras Tsikhanouski comienza su recuperación médica y emocional, muchos se preguntan si este ícono podrá representar una segunda ola democrática en Bielorrusia o si el régimen simplemente le ha dejado salir por conveniencia temporal. Lo único cierto es que su voz —marcada por el sufrimiento, pero firme— ha regresado. Y con ella, una nueva esperanza para un país que aún sueña con una transición real hacia la libertad.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press