Okinawa, 80 años después: las cicatrices ocultas de una guerra que sigue viva
La conmemoración de la Batalla de Okinawa revive viejas heridas y plantea nuevas inquietudes sobre el rol de la isla frente al militarismo contemporáneo
Una isla marcada por la historia
El 23 de junio de 2025, Okinawa conmemoró el 80º aniversario del fin de una de las batallas más devastadoras de la Segunda Guerra Mundial: la Batalla de Okinawa. Este evento, que costó la vida a más de 200,000 personas —la mayoría civiles—, no solo dejó una amarga cicatriz en la historia japonesa, sino que también cimentó el destino geopolítico de la isla, convertido desde entonces en pieza clave de la estrategia militar estadounidense en Asia.
La ceremonia tuvo lugar en la Colina Mabuni, en la ciudad de Itoman, donde se encuentran numerosos restos mortales de las víctimas del conflicto. Gobernantes locales, sobrevivientes y representantes de la comunidad internacional acudieron para rendir homenaje tanto a los soldados como a los civiles, especialmente aquellos forzados al suicidio por la propaganda del ejército imperial japonés.
El infierno en la Tierra: la batalla más sangrienta del Pacífico
La Batalla de Okinawa comenzó el 1 de abril de 1945, cuando las fuerzas estadounidenses desembarcaron en la isla como parte de su ofensiva final contra Japón. Durante casi tres meses, la isla se convirtió en un campo de batalla brutal, con intensos bombardeos, combates cuerpo a cuerpo e incontables sufrimientos civiles. Se calcula que cerca del 25% de la población local murió durante la ofensiva, muchos debido a bombardeos o como resultado de órdenes suicidas del ejército japonés.
Los números son escalofriantes: más de 12,000 soldados estadounidenses murieron, junto a aproximadamente 188,000 japoneses —de los cuales más de la mitad eran civiles—. El combate fue tan feroz que muchos historiadores lo comparan con los horrores de Stalingrado o Normandía.
El legado de la ocupación estadounidense
Tras la guerra, Okinawa fue ocupada por las fuerzas estadounidenses durante 27 años, una ocupación que no terminó hasta 1972, dos décadas después del resto de Japón. Durante ese tiempo, las tierras privadas de los okinawenses fueron confiscadas para construir bases militares, y una economía dependiente del personal militar extranjero se arraigó.
Actualmente, alrededor de 50,000 tropas estadounidenses están estacionadas en Japón, y Okinawa —que representa solo el 0.6% del territorio japonés— alberga el 70% de las instalaciones militares de EE.UU. en el país. Este desproporcionado despliegue ha generado tensiones persistentes entre el gobierno central en Tokio y las autoridades locales okinawenses.
Estrés geopolítico: ¿otra vez peones de una guerra ajena?
Las preocupaciones no son únicamente del pasado. Con la escalada de conflictos actuales, como el reciente ataque de EE.UU. a instalaciones nucleares iraníes y el aumento de tensiones en el Estrecho de Taiwán, Okinawa vuelve a estar en el ojo del huracán. Diversos analistas temen que la isla sea utilizada como plataforma de lanzamientos o como blanco en una potencial guerra regional.
El gobernador Denny Tamaki manifestó en la ceremonia que “es nuestra misión conservar y transmitir las lecciones de esta tragedia para prevenir que se repita”. Hizo un llamado al pacifismo, a la desmilitarización y a la inversión en estudios de paz como forma de honrar a las víctimas y proteger el futuro de la isla.
Educación histórica y revisionismo peligroso
La memoria histórica también enfrenta desafíos. Un reciente escándalo involucró al parlamentario japonés Shoji Nishida, quien describió como “una distorsión” la inscripción en un cenotafio que responsabilizaba al ejército japonés por la muerte de cientos de estudiantes enfermeras en suicidios colectivos. Estas declaraciones encendieron la indignación en Okinawa, siendo calificadas por el gobernador como un intento de “blanquear atrocidades”.
El Primer Ministro Shigeru Ishiba, presionado por las críticas, asistió al acto conmemorativo y se disculpó públicamente. Aseguró que “la paz y prosperidad actuales se edificaron sobre los sacrificios de Okinawa, y es responsabilidad del gobierno garantizar un porvenir justo para sus habitantes”.
El peso de las heridas que aún duelen
Más allá de lo simbólico, varias realidades tangibles mantienen viva la herida. Se estima que cerca de 2,000 toneladas de explosivos sin detonar todavía permanecen enterradas en Okinawa y son extraídas regularmente. La reciente explosión de una base militar estadounidense causó heridas leves a varios soldados japoneses, reactivando el debate sobre seguridad.
Además, unos cientos de restos humanos aún no han sido identificados ni enterrados debidamente. Es un trabajo lento, marcado por la falta de recursos y prioridades políticas.
Una identidad olvidada: de reino independiente a territorio militarizado
Para comprender completamente el descontento de Okinawa, es necesario recordar su pasado como el Reino de Ryukyu, anexado por Japón en 1879. En contraste con el resto del país, Okinawa posee idioma, tradiciones y una cultura distintas. Muchos habitantes ven a Tokio como un centro lejano y ajeno, más interesado en utilizar la isla como bastión militar que en promover su desarrollo autónomo.
Documentos históricos y testimonios locales sostienen que durante la Segunda Guerra Mundial, Okinawa fue “sacrificada” por el alto mando para retrasar la invasión al Japón continental. Esta percepción sigue alimentando el sentimiento de desconfianza hacia el gobierno central.
¿Pacifismo o pragmatismo?
Hoy, Okinawa se debate entre dos fuerzas contrarias: por un lado, su gente aboga por la memoria, la paz y la liberación del peso militar. Por otro, la estrategia geopolítica japonesa-estadounidense exige mantener la isla como pieza clave dentro del ajedrez del Indo-Pacífico.
Mientras Okinawa recuerda a sus muertos y lucha por no ser carne de cañón nuevamente, el resto de Japón y el mundo harían bien en no olvidar que, en esa isla pequeña y aparentemente lejana, se juegan cuestiones profundas: la memoria, la soberanía, y la paz.