¿Paz o interés mineral? El acuerdo polémico entre Congo, Ruanda y EE. UU.

Un análisis a fondo del acuerdo entre Congo y Ruanda, facilitado por Estados Unidos, que pretende frenar una guerra de décadas pero que despierta sospechas sobre el verdadero interés estadounidense: los minerales.

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Una tregua histórica, ¿al borde de la desconfianza?

Después de décadas de guerra, desplazamientos masivos y crisis humanitarias insuperables, la República Democrática del Congo (RDC) y Ruanda están a punto de firmar un acuerdo de paz con mediación de Estados Unidos. El tratado se firmará en Washington y tiene como objetivo detener los conflictos armados en el este del Congo, una de las regiones más inestables del planeta.

Sin embargo, la pregunta persiste: ¿este acuerdo será realmente una hoja de ruta para la paz o es simplemente un medio para asegurar el acceso estadounidense a minerales estratégicos?

El contexto: décadas de conflicto e intereses cruzados

Durante más de 25 años, el este del Congo ha sido el escenario de un conflicto armado prolongado, alimentado por más de 100 grupos armados. El más notorio actualmente es el grupo rebelde M23, que ha sido acusado de crímenes de guerra, desplazamientos forzados y violencia sexual.

El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) señala que alrededor de 7 millones de personas han sido desplazadas en el Congo, con una emergencia humanitaria tan persistente y compleja que la ONU la ha calificado como "una de las peores del mundo".

La avanzada del M23 en los primeros meses del año dejó una huella de terror: cadáveres en las calles, ciudades como Goma y Bukavu atrapadas en el miedo, y una población civil que ha perdido toda confianza en las autoridades locales e internacionales.

Un acuerdo con fuertes implicaciones mineras

El papel de Estados Unidos en este acuerdo va más allá del altruismo de facilitar la paz. La región del este del Congo es increíblemente rica en minerales estratégicos como cobalto, coltán, oro, litio y níquel. Según el Departamento de Comercio de EE. UU., estos recursos tienen un valor estimado de 24 billones de dólares.

Estos minerales son esenciales para la fabricación de teléfonos móviles, computadoras, sistemas de defensa y especialmente baterías para vehículos eléctricos, un sector en plena expansión. No es casualidad que este acuerdo coincida con negociaciones paralelas sobre el acceso a estos minerales por parte de empresas y el gobierno estadounidense.

Christian Moleka, politólogo del think tank Dypol del Congo, fue tajante al respecto:

“Este acuerdo representa un punto de inflexión significativo en el conflicto. Pero no eliminará las raíces del problema. Más bien, podría agravar ciertas tensiones si no se abordan los crímenes de guerra y se excluye a actores clave.”

Prohibición de hostilidades y desarme: ¿espejismo de paz?

Según Tommy Pigott, portavoz adjunto del Departamento de Estado de EE. UU., el acuerdo contempla el respeto por la integridad territorial de los países, el cese de hostilidades, así como el desarme y reintegración condicional de los grupos armados.

Pero el grupo rebelde M23 no forma parte directa del acuerdo, lo que podría representar un problema monumental. Corneille Nangaa, líder de la Coalición del Río Congo que incluye al M23, fue claro:

“Cualquier acuerdo que nos excluya, está en contra nuestra.”

Además, Oscar Balinda, portavoz del M23, reafirmó que el acuerdo no los vincula ni les preocupa. Estas declaraciones abren un interrogante que no puede ignorarse: ¿de qué sirve firmar la paz si los principales actores armados no están incluidos ni respetarán el tratado?

Las heridas abiertas de una guerra invisible

En las provincias como Kivu del Norte, el terreno más golpeado por los enfrentamientos, los ciudadanos tienen esperanza, pero también escepticismo. Hope Muhinuka, activista de derechos humanos, declaró:

“No creo que podamos confiar al 100% en los estadounidenses. Debemos capitalizar lo que tenemos ahora como una oportunidad, pero no bajar la guardia.”

Y es que para muchos congoleños y expertos, ningún acuerdo traerá paz sin justicia y reparación a las víctimas. La violencia sexual usada como arma de guerra, los asesinatos masivos, el reclutamiento infantil y las desapariciones forzadas no pueden ser borrados con una firma en Washington.

La crítica más fuerte viene del propio Christian Moleka:

“El borrador actual ignora los crímenes de guerra e impone una reconciliación artificial entre agresor y víctima. Así no se construye la paz.”

Minerales: el nuevo petróleo en la geopolítica africana

La carrera global por los recursos naturales ha planteado un nuevo tipo de colonialismo moderno. África, y particularmente el Congo, está en el centro de esta nueva fiebre por los minerales.

Empresas de EE. UU., Europa y China compiten ferozmente para controlar las minas que proveen los materiales críticos para el futuro energético y tecnológico del planeta. Detrás del discurso de desarrollo y colaboración, se esconde muchas veces un saqueo amparado por convenios diplomáticos ambiguos.

¿Podríamos estar frente a un nuevo escenario geopolítico donde la paz se negocia con cláusulas económicas ocultas?

El rol de Ruanda: ¿protegido o agresor?

Ruanda ha sido acusada repetidas veces de apoyar logística y financieramente al grupo M23. Aunque el gobierno ruandés lo niega, diversos informes de la ONU han señalado pruebas de esa colaboración.

Actualmente, se estima que hay al menos 4,000 tropas ruandesas infiltradas en territorio congoleño, lo que plantea la gran pregunta: ¿cómo puede Congo firmar la paz con un país que, según varias fuentes, ha invadido parcialmente su soberanía?

La respuesta está en el realismo político. Congo necesita apoyo militar y económico para expulsar a los rebeldes y estabilizar las principales ciudades al este del país. EE. UU. podría ofrecer eso a cambio del control sobre los minerales, y Ruanda, a cambio, podría evitar sanciones internacionales y fortalecer su legitimidad ante la comunidad global.

¿Una paz verdadera sin justicia?

Las cifras son crudas: más de 5 millones de muertos en conflictos armados en el Congo desde finales de los años 90, en lo que muchos analistas consideran una guerra olvidada, pero no menos devastadora que otras más mediáticas.

Y aunque el acuerdo puede ser un primer paso para evitar nuevas masacres, su falta de inclusividad y el cariz marcadamente económico que lo rodea dejan un sabor agridulce. Sin justicia transicional, memoria histórica y reparación a las víctimas, cualquier paz será inestable.

Como bien señaló Stephane Dujarric, portavoz de Naciones Unidas:

“Hablamos casi todos los días de los horrores que viven los civiles: el hambre, la violencia sexual, el desplazamiento constante... Este acuerdo solo será útil si pone el rostro humano en el centro de la solución.”

Ni paz sin justicia, ni desarrollo sin dignidad

El caso del Congo nos recuerda que la diplomacia global muchas veces opera en una lógica pragmática: estabilizar regiones para explotar recursos, contener amenazas para evitar costos geopolíticos mayores. Pero quien sufre siempre es el pueblo: los niños que no pueden escolarizarse, las mujeres violadas en el silencio de la selva, los agricultores que pierden sus tierras.

El acuerdo entre Congo y Ruanda, facilitado por Washington, puede ser una oportunidad histórica o una nueva página de desencanto. Todo dependerá de la manera en que se implemente, de si incluye o no justicia reproductiva, y del compromiso real con las víctimas.

Como dijo Desmond Tutu alguna vez: “No hay futuro sin perdón, pero tampoco lo hay sin justicia.”

Este artículo fue redactado con información de Associated Press