¿Quién protege a quién? EE.UU., Ucrania y el dilema de las armas en tiempos de guerra prolongada
La nueva pausa en el envío de armas a Ucrania resucita tensiones estratégicas, logísticas y geopolíticas en Washington
La paradoja del armamento en una guerra prolongada
Tras más de dos años desde que Rusia invadió Ucrania a gran escala en febrero de 2022, Estados Unidos se enfrenta a un dilema que cuestiona el equilibrio entre ayuda internacional y seguridad nacional: ¿puede continuar suministrando armas a Ucrania sin poner en riesgo sus propias reservas estratégicas?
La administración Trump ha decidido pausar nuevamente los envíos de armas a Ucrania, un movimiento que, aunque motivado por razones logísticas y de seguridad nacional, aparece en un contexto de renovada presión rusa sobre la infraestructura civil ucraniana. Esta decisión, la segunda del actual mandato, ha generado tensiones internas y preocupaciones entre los aliados de Kyiv.
Más de 67 mil millones en asistencia: un resumen del esfuerzo estadounidense
Desde el inicio del conflicto, el gobierno estadounidense ha enviado a Ucrania más de $67 mil millones en asistencia armamentista y de seguridad. Este arsenal incluye una diversidad impresionante de equipos:
- Más de 500 millones de balas y granadas.
- 31 tanques Abrams.
- Más de 3 millones de rondas de artillería de 155mm.
- Más de 5,000 vehículos Humvees.
- Drones de todo tipo, incluyendo loitering munitions y sistemas antidron.
- Sistemas de defensa aérea como Patriot, NASAMS y HAWK.
No obstante, el rubro que más ha exigido Kyiv es, sin lugar a dudas, la defensa antiaérea. Desde el derribo de aviones rusos en las etapas iniciales hasta el actual enfrentamiento con misiles balísticos, el cielo se ha convertido en el principal campo de batalla para los ucranianos.
Patriot, Sparrow y Stinger: defensoras de los cielos ucranianos
Una de las consecuencias inmediatas de esta nueva pausa es la detención de entregas de los misiles más codiciados por Ucrania:
- Misiles Patriot: altamente eficaces contra amenazas balísticas, con un costo aproximado de $4 millones por unidad.
- AIM-7 Sparrow: proyectiles aire-aire adaptados como interceptores terrestres para misiles rusos.
- Misiles Stinger: más cortos en alcance, pero útiles contra drones y aviones a baja altitud.
Brad Bowman, del Center on Military and Political Power, lo expresó de forma tajante:
“Si privamos a Kyiv de interceptores PAC-3, significa más misiles rusos penetrando las defensas y más ucranianos muertos.”
Muchos analistas coinciden en que mientras Washington evalúa los riesgos de agotamiento de su arsenal, la población civil ucraniana sigue expuesta a ataques letales.
¿Puede EE.UU. sostener esta ayuda militar?
El problema no es solo político. Hay una realidad industrial que marca el límite físico. Específicamente, muchas de las municiones más importantes para Ucrania, como las Patriot, requieren meses de producción incluso tras incrementos presupuestarios.
Actualmente, la producción mensual de Patriot pasó de 21 a 48 unidades desde el inicio de la guerra, pero esto sigue siendo insuficiente para:
- Satisfacer las necesidades inmediatas de Ucrania.
- Proteger las bases estadounidenses en Medio Oriente como Al Udeid en Qatar (atacada por Irán en abril de 2024).
- Mantener reservas por si estalla un conflicto con China en Taiwán.
Otros sistemas clave, como el HIMARS, aumentaron su producción de 5 a 8 unidades al mes. Sin embargo, como señala una hoja del Departamento de Defensa, el tiempo para aumentar cantidades significativas sigue siendo largo.
Política interna y narrativa geopolítica
La pausa llega también en un momento político sensible. El expresidente Trump, ahora nuevamente en la Casa Blanca, ha revivido sus antiguas críticas a la colaboración militar con Ucrania. Esta postura volvió a la palestra después de su controvertida reunión de marzo con Volodymyr Zelenskyy en la Oficina Oval, donde surgieron fricciones sobre los enfoques bélicos.
No solo se trata de armas. La decisión está cargada de simbolismo político: representa una reevaluación de responsabilidades globales que apoya la narrativa de “America First”. Como lo expresó Elbridge Colby, subsecretario de política de defensa, el objetivo es brindar opciones robustas a Trump, pero también “preservar la preparación de nuestras propias fuerzas”.
La guerra invisible: manipulación de narrativas
La contienda bélica no es solo de armamento: también hay una guerra de narrativas. En paralelo con los debates sobre el envío de armas, resurgen informes desclasificados sobre las interferencias rusas en las elecciones estadounidenses de 2016.
Un nuevo memo de la CIA, encargado por John Ratcliffe, cuestiona la evaluación original que concluía que Rusia apoyó a Trump. Aunque este documento no cambia evidencias previas —incluso las aportadas por comités republicanos—, se vuelve útil en los intentos de revertir los efectos políticos del informe Mueller y otras pesquisas. Así lo señaló Brian Taylor del Moynihan Institute:
“Si los analistas dicen lo que los líderes quieren oír, la inteligencia se distorsiona.”
El frente civil: ciudades como Cleveland y Detroit también luchan
Aunque de menor repercusión que los temas de geopolítica, otro conflicto estalló esta semana en redes sociales: la crítica de la jugadora WNBA Sophie Cunningham a las ciudades de Cleveland y Detroit como nuevas sedes de franquicias.
Aunque más anecdótica, esta polémica sobre expansión deportiva refleja cómo la percepción externa puede impactar el orgullo cívico. Ambas ciudades respondieron de forma creativa, destacando su historia deportiva y el entusiasmo de fanáticos, especialmente hacia figuras como Caitlin Clark.
Este microconflicto encapsula una verdad más grande: las narrativas definen muchas batallas, incluso fuera del campo de guerra.
A futuro: industria militar y equilibrio global
El Congreso aprobó el año pasado un paquete de $60 mil millones para reforzar la industria armamentista. Sin embargo, el verdadero reto es asegurar que esa inversión se traduzca en producción tangible, rápida y adaptada a un escenario multipolar.
Con problemas simultáneos en Ucrania, Medio Oriente y potencialmente en Asia, la estrategia de Washington dependerá no solo del presupuesto militar, sino de su capacidad logística y de gestión de prioridades. Como advirtió la analista Mackenzie Eaglen del American Enterprise Institute:
“Todos están preocupados —y con razón. La defensa aérea es la capacidad más crítica en peligro.”
¿Podrá Estados Unidos seguir siendo el arsenal del mundo sin vaciar su propia reserva? Esa es la pregunta que marcará la política exterior de la próxima década.