Armas químicas y pactos frágiles: Europa y África en el filo de la guerra silenciosa
El uso sistemático de gas químico ilegal en Ucrania y una histórica mediación por la paz en África revelan los desafíos geopolíticos más alarmantes de 2024
Un nuevo capítulo oscuro en la guerra de Ucrania
Desde el inicio de la invasión a gran escala por parte de Rusia en 2022, el conflicto en Ucrania ha desatado una serie de atrocidades ampliamente condenadas por la comunidad internacional. Sin embargo, recientes informes publicados por las agencias de inteligencia militar de los Países Bajos y Alemania han encendido las alarmas sobre una práctica especialmente perturbadora: el uso estandarizado de armas químicas prohibidas, como el cloropicrina, por parte del ejército ruso.
La cloropicrina, un gas utilizado por primera vez en la Primera Guerra Mundial, pertenece a un grupo de sustancias prohibidas por la Convención sobre Armas Químicas. Este compuesto causa vómitos, lagrimeo severo y daños pulmonares agudos. En Ucrania, ha sido combinado con el gas lacrimógeno CS para forzar a soldados refugiados en trincheras o refuerzos subterráneos a salir al exterior, donde posteriormente son abatidos por fuego enemigo.
“La normalización del uso de armas químicas no sólo es peligrosa para Ucrania, sino para toda Europa y el planeta”, advirtió el Ministro de Defensa holandés, Ruben Brekelmans.
¿Qué dice la ley internacional?
Rusia es signatario de la Convención sobre Armas Químicas, la cual prohíbe explícitamente la producción y el uso de compuestos como la cloropicrina y el CS. Sin embargo, el Organismo para la Prohibición de las Armas Químicas (OPAQ) solo ha documentado el uso de CS, sin iniciar (hasta el momento) una investigación oficial completa debido a que esta debe ser solicitada por los Estados miembro.
Según declaraciones recientes, Rusia habría perpetrado al menos 9.000 ataques con armas químicas en Ucrania desde el comienzo de la invasión. Esto incluye también informes de 2024 del Departamento de Estado de EE.UU., que confirmaron el uso de cloropicrina por parte de fuerzas rusas contra soldados ucranianos.
Una cuestión de precedentes peligrosos
El uso habitual de estas armas reabre un temido escenario: la ruptura de acuerdos de larga data que por décadas han contenido el flagelo de la guerra química. El precedente que deja su uso impune podría desencadenar una peligrosa carrera armamentista entre potencias militares a nivel mundial.
Para la Unión Europea, esto representa una tormenta geopolítica. Desde Bruselas se estudian nuevas sanciones económicas a Moscú, mientras se refuerza el apoyo militar y humanitario a Ucrania. La situación ha escalado a tal punto que se espera que el tema sea abordado con urgencia en la próxima reunión del Comité Ejecutivo de la OPAQ.
Entre la diplomacia y la desconfianza: el caso del Congo y Ruanda
Mientras Europa lidia con violaciones bélicas explícitas, África enfrenta su propio conflicto de larga data. Esta semana, el Presidente de Ruanda, Paul Kagame, dio la bienvenida con cautela a un acuerdo de paz mediado por EE.UU. para frenar las hostilidades con la República Democrática del Congo. Sin embargo, enfatizó que el éxito dependerá de la voluntad de ambas partes de cumplir lo pactado.
El acuerdo, apadrinado por el Departamento de Estado de EE.UU., incluye propuestas para la integración condicional de grupos armados no estatales, el respeto a la integridad territorial y la desmovilización voluntaria. Firmado en Washington por los ministros de Relaciones Exteriores de ambos países, se ha descrito como un punto de inflexión tras 30 años de conflicto armado.
“Nunca verás Ruanda fallar en implementar lo que acordó. Pero si la otra parte juega sucio y rehúye lo pactado, entonces debemos actuar como lo hemos hecho antes”, sentenció Kagame.
El telón de fondo: minerales estratégicos y rivalidades regionales
El conflicto en el este de Congo no solo es una guerra por influencia política. La región se asienta sobre enormes reservas de minerales estratégicos como coltán, tungsteno y cobalto, fundamentales para la producción de chips, baterías y dispositivos electrónicos.
Se estima que al menos 7 millones de personas han sido desplazadas por el conflicto armado, lo que ha llevado a la ONU a calificarlo como “una de las crisis humanitarias más complejas y prolongadas del planeta”.
En este contexto, uno de los actores principales es el grupo rebelde M23, presuntamente respaldado por Ruanda. Aunque el M23 no ha firmado el acuerdo mediado por EE.UU., su vocero, Lawrence Kanyuka, declaró que el grupo está comprometido con otro proceso de paz paralelo mediado por Catar.
Congo espera que EE.UU. respalde militarmente sus esfuerzos por recuperar ciudades clave como Goma y Bukavu, actualmente bajo influencia directa o indirecta de M23. Existen informes de la ONU que acusan a Ruanda de tener hasta 4.000 soldados desplegados en el este del Congo, a lo que Kigali responde afirmando que solo defienden soberanía nacional contra grupos hostiles escondidos dentro del ejército congoleño.
Dos crisis, un mismo dilema: la fragilidad del orden internacional
Tanto en el frente europeo como en el africano, los recientes eventos tienen algo en común: evidencian la debilidad de los mecanismos internacionales de prevención de conflicto. Pese a estar en pleno siglo XXI, la utilización de armas del siglo pasado y la recurrencia a conflictos tribales y territoriales ancestrales nos recuerdan que el ideal de un orden mundial sólido sigue estando lejos de alcanzarse.
Mientras tanto, las potencias globales —desde Naciones Unidas hasta los Estados más influyentes del G7— tienen por delante un cruce de caminos decisivo. ¿Elegirán la firmeza ante las violaciones del derecho internacional, o volverán a los juegos diplomáticos clásicos que casi siempre benefician a los agresores férreos y castigan a las víctimas silenciosas?
¿Una advertencia global?
La estandarización del uso de armas químicas y los juegos diplomáticos entre gobiernos en guerra sugieren un escenario riesgoso, no solo para las regiones directamente afectadas. Especialistas en seguridad internacional advierten que el umbral para utilizar armas prohibidas se está reduciendo peligrosamente.
No se trata simplemente de Ucrania y Congo. Se trata de las reglas mínimas de convivencia global que están en juego. La historia ha demostrado —desde Ypres en 1915 hasta Halabja en 1988— que el silencio o la tibieza ante el uso de armas químicas puede costar generaciones enteras.