Protestas y privilegio: el enojo latente en Ciudad de México por la gentrificación turística

Entre cafés hipster y rentas exorbitantes, crece el descontento ante la invasión de nómadas digitales en zonas tradicionales como Roma y Condesa

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Un día de furia en la capital mexicana

Lo que empezó como una manifestación pacífica contra la gentrificación y el incremento del turismo masivo en los barrios de Roma y Condesa, en Ciudad de México, terminó envuelto en violencia, vidrios rotos y fuertes tensiones sociales. El viernes 4 de julio de 2025, cientos de manifestantes salieron a las calles para expresar su molestia ante el alza descontrolada de los alquileres, la pérdida de identidad barrial y el desplazamiento de los vecinos locales causado por el auge de los nómadas digitales, en su mayoría estadounidenses.

Aquí se habla español. Regulación inmobiliaria ya” era una de las consignas escritas en los carteles de protesta. Sin embargo, pequeños grupos enmascarados desviaron el objetivo inicial del evento y comenzaron a saquear tiendas de lujo e increpar a turistas. Mensajes como “Fuera de México” fueron graffiti en vitrinas rotas, lo que agudizó el debate público sobre la permeabilidad de la capital mexicana ante presiones extranjeras.

Una ciudad global, una ciudad dividida

Desde el inicio de la pandemia en 2020, Ciudad de México se transformó en un refugio para muchos norteamericanos que buscaban esquivar los altos costos de vida y las restricciones sanitarias en sus países. La facilidad para instalarse con visas de turista, el tipo de cambio favorable y la infraestructura cosmopolita convirtieron a la capital mexicana en un paraíso digital.

De acuerdo con datos del gobierno de la CDMX, más de 1,4 millones de extranjeros llegaron al país en 2022 con fines de estancia extendida o nómada digital. De esos, un gran porcentaje se instaló en las colonias Roma Sur, Roma Norte y Condesa. La plataforma Nomad List, de hecho, ubicó a Ciudad de México ese mismo año como el segundo destino preferido para nómadas digitales en todo el mundo, solo superado por Lisboa.

¿El lado B de esta tendencia? Rentas duplicadas, viviendas convertidas en Airbnbs, cantinas de barrio que desaparecen para ser reemplazadas por cafeterías veganas y convivencias marcadas por una discordancia cultural: residentes de siempre enfrentándose a visitantes temporales con ingresos exponencialmente más altos.

La trampa de la modernización sin regulación

El principal problema que denuncian los vecinos es el boom inmobiliario sin control. “Esto no es xenofobia”, afirma Mariana Gil, activista vecinal en Condesa, “es una demanda legítima de regulación. No puede ser que tú vivas aquí toda la vida y de repente te desalojen porque alguien puede pagar el triple por tu casa, solo porque gana en dólares.”

Según el Observatorio de Vivienda de la UAM (Universidad Autónoma Metropolitana), los alquileres en algunas zonas como Roma han crecido un 80% en cuatro años. Al mismo tiempo, la cantidad de departamentos en renta a largo plazo ha disminuido un 32%, debido a que los dueños los destinan a estancias cortas que resultan más lucrativas.

El fenómeno también ha provocado una subutilización académica: muchos jóvenes profesionales mexicanos ya no pueden residir en zonas céntricas. “Es como si nos invitaran a cenar pero no nos dieran silla”, describe Ana Martínez, profesora de Sociología Urbana en la UNAM.

Gentrificación: una palabra difícil de tragar

El término gentrificación tiene origen sociológico y fue utilizado por primera vez por Ruth Glass en 1964, para describir el proceso mediante el cual barrios obreros se transformaban en enclaves de clase media o alta. La palabra tiene una carga emocional variable según quién la pronuncie: para algunos indica progreso; para otros, expulsión camuflada. Y este segundo sentido es el que cada vez más habitantes de la CDMX adoptan como parte de su realidad diaria.

“Hemos creado dos ciudades: una para quienes viven aquí y otra para quienes sólo vienen a consumirla”, dice Bruno Rojas, investigador del Centro de Estudios Urbanos del Colegio de México. “Y esto se vuelve un caldo de cultivo perfecto para el resentimiento.”

Una violencia que tensiona las luchas sociales

La protesta del viernes llamó la atención por su desenlace violento. Numerosos locales denunciaron destrozos mientras algunos turistas expresaron miedo e incomodidad. Gabrielle C., visitante originaria de San Francisco, compartió en redes sociales: “Nos gritaron cosas horribles, y aunque entiendo el enojo local, me preocupa la manera en que se canaliza. Yo no soy millonaria, solo estoy aquí porque me gusta la ciudad.”

Las autoridades de la Ciudad de México desplegaron cuerpos de seguridad tras los disturbios, que concluyeron frente a la Embajada de Estados Unidos. Aunque no se reportaron heridos graves, las imágenes de comercios saqueados y turistas intimidados circulan ampliamente en redes sociales, alimentando polémicas más allá de la capital.

¿Qué están haciendo otras ciudades?

La discusión no es exclusiva de México. Barcelona, Ámsterdam, Lisboa, París e incluso Buenos Aires enfrentan el mismo dilema. En 2018, Palma de Mallorca en España prohibió completamente el alquiler de viviendas turísticas en edificios residenciales. Berlín introdujo límites de alquiler y multas millonarias para propietarios irregulares. Ámsterdam obliga a los Airbnbs a registrar permisos específicos y prohíbe más de 60 noches por año.

En México capital, el gobierno anunció en 2022 un acuerdo con Airbnb y la UNESCO para el desarrollo de “turismo sustentable”, pero el pacto fue criticado como insustancial e insuficiente por organizaciones civiles que exigían regulación concreta.

¿Hay solución al dilema?

Resolver la gentrificación no es sencillo. Involucra voluntad política, leyes robustas, apoyo a vivienda social y, sobre todo, una visión urbana que priorice a quienes han hecho ciudad en lugar de a quienes vienen a consumirla momentáneamente.

Mientras tanto, la protesta callejera se convierte en el altavoz de los que no encuentran eco en los despachos gubernamentales. La violencia empaña el mensaje, pero no borra su raíz: una Ciudad de México empujada al límite por su atractivo global y su fragilidad local.

“No estamos en contra del turismo ni de los extranjeros”, repetía un cartel no vandalizado durante la marcha. “Estamos en contra de quedarnos sin hogar por su presencia.”

Este artículo fue redactado con información de Associated Press