Teherán bajo fuego: el humanismo de una ciudad que resistió 12 días de guerra

Retratos cotidianos de la vida durante el conflicto Irán-Israel: historias de esperanza, miedo y resiliencia en una ciudad sin luz

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Por 12 días en junio de 2025, la ciudad de Teherán quedó inmersa en un silencio tenso, solo interrumpido por el estruendo de las explosiones. La vibrante capital iraní, habitualmente activa a todas horas, se convirtió en una metrópolis oscura, desierta y llena de ansiedad.

Más allá de los enfrentamientos militares, este conflicto reveló la profunda humanidad que sobrevive incluso en los momentos más atroces de la guerra. Este artículo ofrece un análisis introspectivo de cómo ciudadanos comunes enfrentaron una situación extraordinaria: familias aferradas a la cena como ritual de normalidad, niños refugiándose en la lectura, y jóvenes universitarios enviando exámenes en medio de los bombardeos.

Una ciudad apagada por la guerra

Durante el enfrentamiento entre Israel e Irán, iniciado a mediados de junio de 2025, Teherán sufrió transformaciones sin precedentes. Las luces se apagaron completamente en muchos barrios, no sólo por la amenaza de los ataques aéreos, sino también por temor a ser blancos en la oscuridad. La población, que alcanza más de 8 millones de personas, redujo su presencia en las calles drásticamente.

“Jamás vi Teherán así de callada”, declaró Maryam, una residente de clase media, visiblemente afectada. “El sonido no venía del tráfico, sino de misiles. Era aterrador”. Uno de los ataques más potentes cayó cerca de su casa justo después de que su hija terminara un examen universitario en línea, en condiciones precarias debido a repetidos cortes de internet.

El hogar como refugio emocional

En medio de la oscuridad y la incertidumbre, los hogares se transformaron en islas de resistencia emocional. Cenas improvisadas, parlamentos silenciosos frente al televisor y risas nerviosas se convirtieron en pequeños actos de fortaleza. En uno de los apartamentos de la capital, un grupo de amigos se reunió a cenar mientras seguía las noticias del conflicto. Entre bocado y bocado, los ojos no se despegaban del noticiero.

Al día siguiente de esa cena, una explosión devastadora golpeó a solo unas calles de distancia. “Uno siente que la vida puede desaparecer en un instante. Pero aún así, cocinamos, nos reímos, y recordamos quiénes somos”, relató uno de los participantes.

Los niños: los más silenciosos soldados

En un rincón del mismo Teherán, una niña afgana de nueve años, llamada Sara, encontró su refugio y esperanza en un cuaderno para dibujar. Su familia había huido de Afganistán tras la llegada del Talibán en 2021, estableciéndose en Irán buscando seguridad. Pero con este nuevo conflicto, volvieron a vivir bajo el miedo constante.

“Leo y pinto. Así no pienso tanto en los misiles o en que nos devuelvan a Kabul”, dijo Sara. En su cuaderno, escribió una dedicatoria a su mejor amiga: “Mursal, te quiero mucho”, aludiendo a la niña que debió retornar a Afganistán durante la crisis.

Los universos colapsados de los estudiantes

La vida universitaria también fue una de las víctimas menos visibles del conflicto. Mastaneh, estudiante de francés, compartió que su acceso a clases en línea y exámenes fue interrumpido continuamente por los cortes de electricidad e internet. “Sentía que toda mi educación estaba pendiendo de un misil”, comentó.

El último día de los ataques fue el más aterrador para ella y su madre. “Las explosiones no paraban. No pudimos dormir ni un minuto”, describió Maryam. Pese a las circunstancias, Mastaneh logró enviar su examen final alrededor de la medianoche, mientras se refugiaban en un cuarto sin ventanas.

Refugiarse bajo tierra: el metro convertido en búnker

Con las alertas de evacuación frecuentes durante la noche, muchos habitantes buscaron cobijo en las estaciones del metro de la ciudad. Una imagen que se repetía: colchones improvisados con mantas y personas revisando sus teléfonos mientras los estruendos rugían sobre sus cabezas.

“No sabes si estás más seguro bajo tierra o simplemente estás postergando lo inevitable”, dijo una joven que se refugió junto a su madre cuando un ataque apuntaba a 400 metros de distancia.

Los objetos que sobrevivieron

Entre los escombros y el caos, ciertas escenas adquirieron un valor casi simbólico. Durante las últimas noches del conflicto, una familia consiguió rescatar solo tres cosas de su vivienda destruida: los medicamentos del padre, un par de zapatos y un pez dorado que resistió bajo los escombros. Para quienes lo vieron nadar en su pecera reciclada, se convirtió en un emblema de lo vital que subsiste incluso en medio de la devastación.

También se hizo viral la imagen de una librería cuyo vidrio estalló parcialmente por una explosión cercana. Los dependientes, en un gesto cargado de simbolismo, marcaron el contorno del vidrio roto con cinta adhesiva, formando la silueta de Irán sobre un mural del Monte Damavand. “Una vista poética de nuestra fragilidad y fortaleza”, comentó un cliente habitual.

Lo cotidiano como resistencia cultural

En zonas como Rasht, al noroeste de Teherán, muchas familias creían estar más seguras. Pero tras varias explosiones allí también, la percepción de refugio se desvaneció. Aun así, cocinar siguió siendo un acto diario. “Picar pescado y cortar cilantro, como si mañana no fuera un día más de guerra”, expresó una ama de casa.

Al mismo tiempo, algunos cafés decidieron mantenerse abiertos, ofreciendo un espacio para la juventud teheraní. Tal como compartió un camarero: “No eran clientes, eran sobrevivientes tomando refugio en un espresso”.

Inscripciones entre ruinas y memorias recientes

Tras el cese del fuego, empezaron a aparecer grafitis en edificios destruidos: “Mi vida por Irán” se leyó en la fachada desmoronada de un complejo residencial. Una expresión clara de patriotismo, pero también de dolor profundo.

En otro lugar, la sangre aún marcaba la acera dos días después de un ataque israelí. Como escenario congelado, la imagen ofrecía una escalofriante ventana a la intensidad y el costo humano del conflicto.

La despedida de los caídos

El 28 de junio, varias familias se reunieron en una ceremonia colectiva para despedir a las víctimas. Hombres y mujeres se abrazaban entre sollozos, sin palabras. Un país golpeado, una ciudad en luto, pero todavía en pie.

Según datos del Observatorio de Conflictos de Oriente Medio, el enfrentamiento dejó más de 700 muertos en ambos bandos y 3.000 heridos. El impacto psicológico, sin embargo, es incalculable.

Una pausa sin garantía de paz

El 24 de junio comenzó un cese del fuego, pero la población no volvió inmediatamente a su ritmo habitual. Teherán sigue apagada en muchos sectores, sus calles están marcadas por cráteres, y sus habitantes viven entre la nostalgia de sus días normales y el miedo de un reinicio bélico.

“Esta guerra no termina con misiles. También está en nuestras cabezas, nuestros sueños y nuestra forma de ver el mundo”, concluye Mastaneh.

Y sin embargo, lo que resta es una lección poderosa: en la quietud forzada de la guerra, lo cotidiano —una cena compartida, un dibujo infantil, un café entre amigos— se convierte en forma de resistencia, y la cultura, en amparo de la memoria colectiva.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press