Hezbollah entre la dignidad y la disuasión: ¿un punto sin retorno para el Líbano?
La resistencia frente a Israel, la conmemoración de Ashura y el pulso por el futuro de un país dividido
Una fecha sagrada bajo la sombra del conflicto
El pasado domingo, miles de fieles chiitas se congregaron en los suburbios del sur de Beirut para conmemorar Ashura, una de las fechas más significativas del calendario islámico chiita que recuerda el martirio del Imam Hussein, nieto del profeta Mahoma, en la batalla de Karbala en el año 680 d.C.
Pero este año, el recuerdo del sacrificio y resistencia de Hussein cobró un significado aún más cargado. La celebración coincidió con las secuelas de una de las guerras más destructoras entre Israel y Hezbollah en años recientes. Y con un mensaje desafiante, el líder Naim Kassem dejó claro que no habrá entrega de armas ni desarme mientras persista cualquier ocupación israelí en el sur del Líbano.
¿Un alto al fuego verdadero?
Tras una devastadora campaña militar que supuestamente terminó en noviembre pasado bajo un alto al fuego mediado por Estados Unidos, Israel ha continuado realizando ataques aéreos casi diarios sobre posiciones asociadas con Hezbollah. Según datos del Ministerio de Salud libanés, desde el cese de hostilidades, al menos 250 personas han muerto por estos ataques —cifra que se tendría que sumar a las más de 4,000 muertes registradas durante el conflicto.
Además, Israel sigue ocupando cinco puntos estratégicos en la frontera sur del Líbano. Desde la perspectiva de Hezbollah y muchos libaneses del sur, la agresión continúa bajo otros medios, cuestionando la legitimidad misma del alto el fuego.
La defensa del arsenal: una cuestión existencial
Entre los argumentos más repetidos por quienes exigen el desarme de Hezbollah está el hecho de que se trata de una milicia política con gran poder —casi paralelo al del Estado libanés— que opera sin transparencia. Algunos incluso consideran que su propia existencia armada es un factor que impide la estabilidad regional.
Sin embargo, Kassem se dirigió a ese sector con un tono firme y provocador: “¿Cómo podemos enfrentar a Israel sin tener capacidades militares? ¿Quién evita que entren a nuestros pueblos, maten a nuestros jóvenes, mujeres y niños? Solo nuestra resistencia puede hacerlo”.
El dilema interno: ¿nación o confesionalismo?
En medio de esta tensa situación, el aire político libanés vuelve a estar cargado de frases que evocan redención nacional. El enviado especial de EE.UU., Tom Barrack, visitará Beirut en los próximos días para presentar un plan que incluiría la retirada completa de Israel del territorio libanés a cambio del desarme progresivo de Hezbollah.
El propio Barrack escribió en redes sociales que el país tiene la oportunidad de superar “el confesionalismo agotado del pasado” y cumplir con la promesa de una nación unificada con una sola gente y un solo ejército. Retomando la retórica de Donald Trump, añadió: “Hagamos al Líbano grande otra vez”.
¿Un arma para disuadir o para dividir?
La estructura de Hezbollah desafía cualquier definición convencional. Nació en el contexto de la ocupación israelí al sur del Líbano que comenzó con la invasión de 1982. Su consolidación como una fuerza de resistencia se afianzó después de la retirada israelí del año 2000 y la guerra de 2006, donde su capacidad de defensa fue celebrada como una victoria moral —y militar— en gran parte del mundo islámico.
Sin embargo, con el paso del tiempo, el grupo ha pasado de símbolo de resistencia a catalizador de divisiones sectarias. Aunque cuenta con considerable apoyo, también enfrenta oposición dentro del Líbano, especialmente entre sectores sunníes, cristianos maronitas y drusos que ven con recelo una estructura armada independiente del ejército nacional.
Como comentó el politólogo Ziad Majed: “El principal problema no es solo que existan armas fuera del control estatal, sino que esas armas están al servicio de una agenda regional más amplia, principalmente de Irán”. Esta percepción se ha reforzado por el involucramiento de Hezbollah en la guerra de Siria del lado del régimen de Bashar al-Assad.
Presión internacional e impaciencia popular
La presión para que Hezbollah se desarme no proviene únicamente de EE.UU. o Israel. Potencias europeas como Francia y Alemania también han señalado públicamente que el monopolio de la violencia debe estar en manos del Estado libanés.
Pero también hay una presión interna creciente. El Líbano vive desde 2019 una de sus más profundas crisis económicas, sociales y políticas. La inflación supera el 120%, la moneda nacional ha perdido más del 98% de su valor frente al dólar, y más del 80% de la población vive por debajo del umbral de la pobreza, según datos del Programa Mundial de Alimentos.
En este contexto, muchos ciudadanos comienzan a cuestionar cuál es el verdadero costo de una política de “resistencia permanente”.
La memoria y la sangre como anclas ideológicas
Ashura no es solo un acto de duelo; es una consagración de la resistencia. En la narrativa chiita, Hussein representa al mártir que se niega a legitimar la injusticia. Para Hezbollah, esa alegoría se transforma en una política armada: no arrodillarse, aunque eso signifique luchar siempre.
Durante la conmemoración, miles de hombres vestidos de negro marcharon al ritmo de tambores rituales, golpeándose el pecho en señal de luto. Algunos llevaron imágenes del Imam Hussein, mientras otros portaban retratos de mártires de Hezbollah recientes, caídos durante el último conflicto.
El mensaje subyacente de estos rituales es emocional pero comunicativo: la lucha continúa, porque la injusticia permanece. De ahí que el llamado al desarme se sienta, para muchos simpatizantes, como una exigencia de rendición moral.
¿Un callejón geopolítico sin salida?
El futuro de Hezbollah es también el futuro del Líbano. Si se desarma sin garantías plenas de seguridad, el grupo perdería por completo su eje fundacional. Si no se desarma, el país corre el riesgo de seguir siendo rehén de constantes guerras por delegación.
Cuesta imaginar una desmilitarización que no venga acompañada de una transformación regional mucho más amplia. Mientras Israel mantenga presencias militares irregulares y operaciones aéreas en suelo libanés, cualquier negociación será vista como desequilibrada por Hezbollah y sus bases.
Y simultáneamente, mientras Hezbollah mantenga su estructura armada paralela, cualquier intento de reforma política y recuperación económica en el Líbano corre riesgo de naufragar bajo una sensación de Estado fallido.
Palabras que retumban
La frase de Kassem, más allá de su tono desafiante, deja ver una realidad incómoda: “No seremos parte de legitimar la ocupación ni aceptaremos la normalización”. Esta afirmación, simple pero firme, sigue siendo la piedra angular de la ideología de resistencia de Hezbollah.
El reto que enfrenta el Líbano —y por extensión, actores globales como EE.UU. o la UE— es cómo imaginar un futuro de paz sin negar las heridas abiertas del pasado. Mientras tanto, el eco de Ashura nos recuerda que en esta tierra marcada por la historia, la justicia es más que política: es fe, sangre y memoria.