Las mujeres de Srebrenica: custodias de la memoria, justicia y dignidad
Tres décadas después del genocidio, las sobrevivientes de Srebrenica siguen construyendo memoria y buscando justicia entre lápidas de mármol blanco
Un legado grabado en piedra
El 11 de julio de 1995 marcó un antes y un después en la historia europea contemporánea. Ese día, las fuerzas serbobosnias tomaron la ciudad de Srebrenica —declarada zona segura por la ONU— y ejecutaron el peor crimen de guerra en suelo europeo desde la Segunda Guerra Mundial. Más de 8,000 hombres y niños bosniacos fueron asesinados sistemáticamente. Hoy, casi 30 años después, las mujeres que quedaron atrás son las verdaderas guardianas de la memoria.
En una tierra rodeada de lápidas blancas, cada una con nombres que gritan silencios y fechas que desgarran la historia, cientos de mujeres regresaron tras el conflicto para rendir tributo a sus muertos. Sus testimonios relatan mucho más que el dolor: son crónicas de resistencia, dignidad y lucha colectiva por la justicia.
«Escribimos historia en mármol blanco»
Kada Hotic perdió a su esposo, su hijo y 56 familiares varones en el genocidio. Su frase —“Escribimos historia en mármol blanco”— resume la persistencia heroica de las mujeres de Srebrenica. Gracias a su esfuerzo incansable, más de 6,700 cuerpos fueron identificados y sepultados en el Centro Memorial del Genocidio de Srebrenica inaugurado en 2003.
Estas mujeres no solo sobrevivieron a una masacre. Testificaron en La Haya, enfrentaron a criminales, apelaron a la ONU y otras instituciones, y lograron que el genocidio fuera oficialmente reconocido por tribunales internacionales como la Corte Internacional de Justicia y el Tribunal Penal Internacional para la ex-Yugoslavia.
“A pesar del estremecimiento en nuestros corazones cuando hablamos de nuestros hijos, esposos y hermanos, nos negamos a que sean olvidados”, proclamó Kada.
La reconstrucción del duelo en medio de ruinas
Fadila Efendic, de 74 años, volvió en 2002 a su casa en Srebrenica. Allí, entre las cicatrices de guerra y la sombra de los bosques donde fue testigo del horror, vive cerca de la tumba de su esposo e hijo. “Aquí encontré paz, en la cercanía de mis seres queridos”, dice. Para ella, la proximidad física a sus muertos es un refugio emocional inquebrantable.
“A menudo, al atardecer, me imagino que están vivos, que regresarán del trabajo, que aún existen”, añade. Esta ilusión es su combustible para seguir viviendo. Como muchas otras, su día a día transcurre entre lápidas, fotografías, cartas y reliquias que usan como anclas a su pasado borrado por la violencia.
Justicia desde los escombros
Las acciones de estas mujeres reescribieron la historia judicial de Europa. Casi 50 altos mandos serbobosnios han sido condenados a más de 700 años de prisión, incluyendo figuras clave como:
- Radovan Karadzic, expresidente de la República Srpska, condenado por genocidio, crímenes contra la humanidad y crímenes de guerra.
- Ratko Mladic, excomandante militar serbobosnio, sentenciado a cadena perpetua en 2017 tras quince años de juicio.
Estas victorias legales no resucitan a los muertos, pero sí ofrecen una forma de redención colectiva. El dolor se transforma en justicia, la pérdida en restitución moral.
Más allá del genocidio: vivir con la ausencia
Cada testimonio es un puñal emocional, pero también una lección de vida. Sehida Abdurahmanovic, de 74 años, observaba lunes tras lunes los objetos que logró resguardar en 1995: fotos, dos notas escritas a mano por su esposo y algunos documentos. “Desde 1995 no hemos podido relajarnos ni por un solo día”, cuenta. Su hermano aún no ha sido encontrado.
Saliha Osmanovic perdió a 38 familiares: todos hombres. “No somos las mismas, perdimos la mitad de nuestras almas”, argumenta. Su vida se mide en antes y después del genocidio.
Suhra Malic, de 90 años, resume de forma vibrante el sentir de miles: “No es poco dar vida a tus hijos, criarlos, verlos casarse y construir su hogar… Y luego perderlo todo. No hay consuelo para eso.”
El duelo colectivo como resistencia política
El centro memorial en Potočari es testimonio físico y moral. Las ceremonias anuales del 11 de julio son actos de memoria, pero también de denuncia contra los revisionismos históricos. En un mundo donde aún hay líderes políticos que niegan el crimen —como ocurre con los partidos nacionalistas serbios— la vigilia de estas mujeres es una lucha contra el olvido.
“Es nuestra obligación hablar, recordar, denunciar. Si nos callamos, nos vuelven a matar”, declaró Mejra Djogaz, madre de tres hijos asesinados. “No tengo a nadie más. Estoy sola y espero... aunque sé que no llegarán.”
El genocidio como herida abierta
Los asesinatos de 1995 no son pasado archivado. Son presente activo. Las mujeres viven una doble realidad: por un lado, el duelo eterno; por otro, la lucha por evitar que su tragedia sea borrada.
Nura Mustavic, quien perdió a su esposo y tres hijos, dice que aún sueña que uno de sus hijos toca a la puerta. Que nunca se animó a tirar algunas de sus pertenencias. Que espera... aunque sabe la respuesta.
Los restos de casi el 90% de las víctimas han sido encontrados gracias al esfuerzo de estas mujeres. Pero aún quedan cuerpos enterrados en fosas clandestinas por identificar. Y hasta que el último hijo de Srebrenica no esté sepultado como es debido, el duelo colectivo seguirá.
La resistencia convertida en legado
El triunfo moral de las mujeres de Srebrenica no puede medirse únicamente en juicios ganados o cuerpos identificados. Su mayor victoria es haber convertido el dolor en causa común, en una plataforma desde donde nació un nuevo tipo de activismo: el de las madres que no se resignan.
Con su memoria viva y su determinación férrea, estas mujeres elevaron nuevos monumentos: no solo los de mármol, sino aquellos que se construyen en la conciencia histórica y la voluntad política internacional.
Como dijo Aisa Omerovic: “Espero pasos que nunca llegarán. Sé que no van a abrir esa puerta... pero igual espero.”
Recordar Srebrenica no es solo un acto de memoria, es un compromiso con la humanidad entera.