Lluvias extremas y caos climático: ¿Estamos preparados para lo que viene?
Las inundaciones catastróficas en Texas, Carolina del Norte y Kentucky revelan un patrón alarmante de eventos climáticos extremos acelerados por el cambio climático
El nuevo rostro del clima extremo
Las recientes tragedias en Texas Hill Country, Carolina del Norte y Kentucky han puesto de manifiesto una realidad alarmante: los eventos de lluvia extrema están aumentando en frecuencia e intensidad. Más de 100 personas perdieron la vida en Texas el pasado fin de semana cuando cayeron 30 centímetros de lluvia en solo unas horas. Una combinación de factores climáticos, geográficos y humanos agravó las consecuencias, generando una de las peores inundaciones en la historia reciente del estado.
Pero esta no es una historia aislada. En los últimos años, el este y sur de Estados Unidos han experimentado una intensificación notable de las precipitaciones, y las consecuencias son cada vez más devastadoras. Más aún: la ciencia apunta a un culpable claro detrás de este fenómeno —el cambio climático.
Una atmósfera más cálida, una esponja más grande
Como explica Kenneth Kunkel, científico climático de la Universidad Estatal de Carolina del Norte, por cada grado Celsius que se calienta la atmósfera, esta puede contener un 7% más de agua. Esto convierte al cielo en una gigantesca esponja que absorbe vapor de ríos, lagos, océanos y hasta del suelo, para luego liberarlo de forma violenta e impredecible.
“Se trata de cargar los dados hacia la lluvia intensa cuando las condiciones lo permiten”, explicó Kunkel.
Texas bajo el agua: el caso de Hill Country
En Texas, el epicentro de la catástrofe fue el Condado de Kerr, conocido por su terreno escarpado y su proximidad al río Guadalupe. A pesar de que no fue el lugar donde más llovió, la vorágine pluvial ocurrió justo en el punto más desfavorable: las cabeceras del brazo sur del río. Esto ocasionó rápidas crecidas que sorprendieron a cientos de personas acampando en la zona.
John Nielsen-Gammon, climatólogo estatal de Texas, señaló que si el epicentro de la tormenta hubiera estado 16 kilómetros más al norte o al sur, el resultado habría sido muy diferente. Las precipitaciones se habrían distribuido en diferentes cuencas, o bien caído en llanuras capaces de absorber mejor el golpe hídrico.
¿Sequías que empeoran las inundaciones?
Paradójicamente, las sequías prolongadas también contribuyen al riesgo de inundaciones. Brad Rippey, meteorólogo del Departamento de Agricultura de EE. UU., explicó que en el caso de Kerr County, tras tres años de sequía extrema, los suelos estaban tan compactados que el agua no pudo infiltrarse. En lugar de eso, corrió violentamente por la superficie, generando un efecto cascada que desbordó el río Guadalupe.
La presencia de aire cálido y húmedo del Golfo de México, más caliente que años anteriores debido al calentamiento global, agregó combustible a la tormenta perfecta que se formó en Texas.
Todo se combinó en lo que Rippey denominó una “tormenta perfecta de eventos”.
Carolina del Norte: entre montañas e inundaciones
El patrón se repitió en Carolina del Norte, donde el año anterior el huracán Helene dejó más de 76 centímetros de lluvia en su paso por la parte occidental del estado. Las zonas montañosas, con poca capacidad de absorción, agravaron el impacto.
Más recientemente, los remanentes de la tormenta tropical Chantal provocaron decenas de rescates acuáticos, añadiendo otro nombre a la larga lista de tormentas que han dejado una huella imborrable en la región.
Kentucky: récords y tragedias
Esta primavera, Kentucky también fue escenario de una tragedia impulsada por lluvias récord. Calles convertidas en ríos y comunidades enteras arrasadas se sumaron al mapa nacional del sufrimiento climático. Todo esto, con menos cobertura mediática de la que merece una crisis tan generalizada.
¿Casualidad o patrón global?
Aunque los expertos insisten en que es difícil atribuir un evento climático específico al cambio climático, los patrones emergentes son difíciles de ignorar. Según Kunkel, un análisis de registros de estaciones meteorológicas desde 1955 muestra que las lluvias en los dos tercios orientales de EE. UU. se han vuelto más intensas en las últimas dos décadas.
Incluso más revelador: las estadísticas de más de 700 estaciones con datos desde el siglo XIX indican que el mayor número de récords de precipitación en dos días ocurrió en los últimos 10 años. Texas, por ejemplo, ha visto un aumento del 15% en la intensidad general de las lluvias más extremas desde hace medio siglo, según Nielsen-Gammon.
¿Suerte geográfica o cuenta regresiva?
Kunkel resume la situación con una frase inquietante: “Este mes le tocó a Hill Country en Texas. El otoño pasado fue el turno de Carolina del Norte. Solo porque una región haya estado a salvo en los últimos 20 o 30 años, no significa que no sea vulnerable. Simplemente ha tenido suerte.”
El problema no es solo la lluvia. Es la combinación con una infraestructura inadecuada, un urbanismo descontrolado y políticas públicas que no están a la altura del nuevo normal climático.
¿Qué viene ahora?
Con patrones de lluvia extremos cada vez más comunes, y el cambio climático acelerando fenómenos como huracanes más húmedos y olas de calor más largas, estamos entrando en una era donde el clima es cada vez más impredecible y letal.
Mientras tanto, el coste humano y económico sigue creciendo. Según informes federales, las catástrofes relacionadas con el clima extremo causaron más de 165 mil millones de dólares en daños en EE. UU. solo en 2022. Un récord. Y 2025, año en que ocurrió la tragedia en Kerr County, parece seguir el mismo camino.
La pregunta incómoda
¿Estamos preparados para lo que vendrá? A la vista de los daños, los fallecidos y la incapacidad para prevenir y responder de forma efectiva, la respuesta probable es no.
Pero aún hay margen de maniobra. Las ciudades pueden reforzar sus sistemas de drenaje, facilitar la absorción de agua natural mediante áreas verdes, evitar construcciones en zonas de riesgo y realizar planes de evacuación mucho más agresivos. Así como se invierte en carreteras, también se debería invertir en resiliencia climática.
Como señala John Nielsen-Gammon, “no se trata de si sucederá otro evento de lluvia extrema. Se trata de cuándo, dónde y qué tan preparados estamos para enfrentarlo.”
Ese “cuándo” está cada vez más cerca. Y nuestra preparación, cada vez más urgente.