Trump, retratista de presidentes y curador de marcos: una mirada al rediseño de la Casa Blanca más inusual
El expresidente revive a Polk, reinterpreta a Roosevelt y convierte la decoración del Salón del Gabinete en una alegoría política
Donald Trump no solo quiso liderar la nación, sino también rediseñar visualmente el corazón de la presidencia de los Estados Unidos. Durante una reciente reunión con su gabinete, Trump dejó a todos sorprendidos al relatar su implicación personal en la redecoración del Salón del Gabinete de la Casa Blanca. Si bien muchos podrían pensar que un cambio de cortinas o un nuevo cuadro son detalles triviales, para el expresidente, cada decisión estética tiene un componente simbólico, político... e incluso moral.
Un coleccionista con poder presidencial
"Soy una persona de marcos", declaró Trump con total naturalidad, haciendo referencia a su amor por los marcos tanto o más que por las pinturas mismas. Esa frase, aparentemente inofensiva, resume una cosmovisión en la que la estética importa más que la historia, o al menos, una historia reinterpretada bajo su lente personal.
Trump confesó haber pasado tiempo en los archivos subterráneos de la Casa Blanca seleccionando personalmente los retratos de antiguos mandatarios para vestir las paredes del Salón del Gabinete. Fue más allá: dijo haber elegido las cortinas, contemplado repintar la sala con hojas de oro y que incluso se llevó un reloj antiguo del despacho del Secretario de Estado Marco Rubio para ubicarlo donde mejor encajara su visión decorativa. Todo esto, porque según él, “como presidente, si veo algo que me gusta en otra dependencia, puedo llevármelo”.
Presidentes enmarcados para la posteridad... o por estética
Pero esto no es simplemente una anécdota de interiorismo. Para Trump, los antiguos presidentes son figuras que se evalúan por su utilidad simbólica, por su compatibilidad con su narrativa —e incluso por el tamaño del marco de sus retratos.
Destacamos aquí algunos clichés, curiosidades y verdades a medias que Trump compartió durante su repaso visual del Salón del Gabinete:
- James K. Polk (1845–49): Trump lo retrata como “un agente inmobiliario” y afirma que nos dio a California. Luego añade que eligió su retrato porque encajaba con el marco que necesitaba, como si se tratara de una ficha decorativa más en un rompecabezas dorado.
- Dwight D. Eisenhower: Lo califica como el presidente más firme en la política migratoria, señalando su dureza como virtud y causa de crisis agrícola simultáneamente. Le rinde homenaje como general y reformista vial.
- Franklin D. Roosevelt: A pesar de no compartir su ideología, admite su importancia y lo asocia con la accesibilidad arquitectónica derivada de su discapacidad: “Ese ramp es por él”.
- Abraham Lincoln: Trump declara que el retrato que colocó es el que Lincoln tenía en su dormitorio (una afirmación histórica dudosa) y lo usa como símbolo de paz, haciendo un juego de perspectiva visual con John y Abigail Adams mirándolo a ambos lados.
- William McKinley: Uno de sus favoritos, al que defiende con fervor al afirmar que cambió el nombre del monte Denali nuevamente a Monte McKinley, contradiciendo el consenso nativo e histórico.
¿Una curaduría política?
Lo que parece una simple elección estética, se vuelve un retrato en sí mismo del estilo de Trump como líder: una mezcla de revisionismo histórico, autoelogio (se coloca después de Eisenhower como el más duro con la inmigración), y la creación de un legado basado en lo visual más que en lo discursivo.
Tratándose del Salón del Gabinete, una sala que ha presenciado decisiones claves de la historia estadounidense, esta transformación personalista llama la atención. ¿Se trata de una simple redecoración o de un intento por reescribir la historia desde las paredes? Trump no seleccionó a cada presidente por su contribución objetiva, sino por cómo encajaban —ya sea literal o figurativamente— en su visión estética y política.
El simbolismo detrás de los marcos
El detalle que provoca mayor reflexión fue su comentario sobre Polk: “Polk es un buen presidente... pero sobre todo tenía el mismo marco que necesitaba”. Más que un simple comentario estético, es una metáfora sobre cómo se evalúan a las figuras del pasado: no por la profundidad de su legado, sino por cuán bien se ajustan a la narrativa visual y política que se quiere construir hoy.
Esto nos hace cuestionar la función de los museos presidenciales, las bibliotecas, los bustos o cualquier registro patrimonial en la Casa Blanca: ¿deben ser neutros, deben representar pluralidad ideológica o pueden ser intervenidos por el inquilino temporal? En este caso, Trump escogió a los presidentes que alimentan su mitología: Jackson por su populismo, McKinley por el proteccionismo, y FDR como símbolo de fortaleza física pese a su enfermedad, alineado con su propio relato sobre la "supervivencia política".
De Lincoln a los marcos dorados: Trump como curador en jefe
Tal vez lo más fascinante de esta reconstrucción estética es el grado en que refleja la psicología de Trump. Su interés no está centrado en el equilibrio curatorial o el respeto histórico, sino en la funcionalidad visual y el impacto simbólico. “Decoré esto yo mismo, estoy muy orgulloso”, dijo ante su gabinete, intentando convertir lo que normalmente sería una tarea delegada en una muestra de su versatilidad como líder/presidente/curador interiorista.
Incluso lanzó una encuesta improvisada en la sala: ¿Repintar la habitación en dorado metálico? La mayoría de sus ministros, leales a su extravagancia, respondieron que sí. La pompa decorativa, una vez más, como mecanismo de afirmación política.
¿Qué dice esto de nosotros?
La obsesión por la decoración puede parecer trivial, pero en este contexto, es también una forma de propaganda. Los líderes a lo largo de la historia han utilizado el arte, los retratos y la arquitectura para consolidar poder y moldear la narrativa nacional. De Napoleón con su coronación pintada por David hasta Stalin eliminando a Trotsky de las fotos, la imagen no solo ilustra la historia... la define.
En plena era de redes sociales, es lógico que un personaje mediático como Trump vea en la decoración una extensión de su storytelling político. Y al elegir a Polk o McKinley por marcos compatibles, transforma, irónicamente, a todos estos líderes en personajes secundarios de su propia saga.
Reencuadrando la historia
En cada estructura visible de la Casa Blanca hay también una batalla invisible por el poder simbólico: ¿quién merece estar ahí? ¿Cuál es la cronología que nos cuentan? ¿Cuánto de lo que vemos ha sido colocado con una intención específica?
El legado visual de Trump no está sólo en sus discursos o decisiones políticas, también está colgado —literalmente— en las paredes de la Casa Blanca. Una galería presidida por marcos seleccionados al milímetro, que revelan más sobre el seleccionador que sobre los seleccionados.