Togo ante la represión: la trágica muerte de Jacques Koutoglo y el precio de la democracia

La muerte de un adolescente en medio de las protestas contra el presidente Faure Gnassingbé refleja una represión estructural en Togo que se intensifica cada vez que el pueblo exige democracia

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Por años, el pueblo de Togo ha exigido a gritos democracia, elecciones transparentes y una verdadera alternancia política. Sin embargo, el régimen de Faure Gnassingbé ha respondido, una y otra vez, con represión, violencia y autoritarismo. El caso de Jacques Koami Koutoglo, un joven de apenas 15 años, asesinado en junio de 2025 durante una protesta política, marca un nuevo punto de inflexión: si matar niños es la respuesta del Estado, ¿qué le queda al pueblo togolés?

Una dictadura disfrazada de democracia

Cuando Faure Gnassingbé asumió la presidencia de Togo en 2005 tras la muerte de su padre, Eyadéma Gnassingbé, muchos soñaban con un cambio generacional que significara más apertura y progreso. Lo que llegó, sin embargo, fue la continuación —y consolidación— de una de las dictaduras más longevas de África occidental.

Eyadéma Gnassingbé gobernó Togo con mano de hierro durante 38 años, desde 1967 hasta 2005. Su hijo Faure, ahora con 59 años, ha marcado ya dos décadas en el poder. En total, la familia Gnassingbé ha dominado el país por más de medio siglo.

La reciente y polémica reforma constitucional aprobada en 2024, que crea el puesto de presidente del Consejo de Ministros —sin límite de mandato— consolida esa concentración de poder. Faure, ahora investido con ese título, goza de autoridad casi monárquica.

El detonante: protestas juveniles y represión brutal

El 26 de junio de 2025, miles de ciudadanos —mayoritariamente jóvenes— salieron a manifestarse contra estos cambios constitucionales. La respuesta fue una represión violenta. Gas lacrimógeno, disparos, golpizas, detenciones arbitrarias. El patrón tristemente familiar en Togo se repitió. Se estima que al menos cinco personas murieron, incluyendo a Jacques Koutoglo.

¿Quién era Jacques?

Koutoglo era un adolescente como cualquier otro, apasionado por el fútbol, con sueños de convertirse en deportista profesional. Había terminado la secundaria y esperaba con ilusión los resultados de sus exámenes. El 26 de junio salió de casa, y jamás regresó.

Su cuerpo fue hallado al día siguiente flotando en una laguna del barrio Bè, en Lomé. Tenía la cara golpeada y sangraba por la nariz. Aunque el gobierno afirmó que fue una muerte accidental por ahogamiento, las señales de violencia indican otra historia. “No fue a ninguna manifestación. Seguramente se asustó con los disparos y quedó atrapado en el caos”, explicó su tío, Mawuli Koutoglo.

Una tragedia que se repite

La historia de Jacques no es aislada. En las protestas masivas de 2017 y 2018 en Togo, organizaciones internacionales como Amnistía Internacional y Human Rights Watch documentaron que al menos 16 personas murieron, varias de ellas adolescentes. La represión incluyó arrestos sin orden judicial, torturas y ataques a propiedades privadas.

“Hay una arquitectura represiva en Togo que se ha normalizado”, explicó Fabien Offner, investigador de Amnistía Internacional. “La impunidad es rutinaria, y la falta de reacción global solo agrava la crisis”.

El papel del gobierno: negación y evasión

En lugar de asumir responsabilidades, el gobierno togolés ha optado por desinformar. En televisión estatal, se afirmó que las víctimas murieron por causas naturales o ahogamiento. No se han realizado autopsias, ni hay detenidos. Mientras tanto, el gobierno reprime aún más las protestas.

“Estos actos, marcados por una crueldad indescriptible, constituyen crímenes de Estado”, declaró un grupo de organizaciones civiles togolesas en una rueda de prensa. Denuncian que el Estado actúa “sin restricciones y sin distinguir entre manifestantes pacíficos o violencia armada”.

La rabia de una familia convertida en bandera de lucha

La familia de Jacques ha pedido una investigación independiente y ha anunciado que tomará acciones judiciales. “No se puede matar a nuestros hijos y esperar que guardemos silencio”, aseguró su tío. “Estamos cansados”.

Jacques fue enterrado rápidamente, conforme al rito local para quienes mueren de forma violenta. Quienes conocían al joven lloran la pérdida y la humillación de ver cómo el régimen aplasta incluso los sueños más sencillos de una infancia.

Este niño murió por Togo”, dijo su tío. “Esto debe terminar. No daremos un paso atrás”.

¿Y la comunidad internacional?

Uno de los factores más preocupantes en el caso de Togo es el silencio de la comunidad internacional. Ni la Unión Africana ni la ONU han emitido declaraciones contundentes. Europa y Estados Unidos han evitado criticar abiertamente al gobierno togolés, por considerar a Faure Gnassingbé un aliado regional estable.

Sin embargo, este silencio se convierte en complicidad cuando el precio de esa estabilidad lo pagan personas como Jacques.

Inspiración desde otros rincones de África

En países como Malí, Burkina Faso y Níger, protestas populares lideradas por jóvenes han logrado cambios políticos sustanciales, desafiando regímenes enquistados y exigencias de alternancia democrática. Togo, históricamente menos movilizado, parece despertar ahora con mayor fuerza.

“Esta lucha no es solo por Jacques”, afirman activistas togoleses. “Es por todas las víctimas de esta dictadura. Por el derecho a soñar, a vivir sin miedo. Por una democracia real”.

Un llamado a no rendirse

En un clima de tensión, se han convocado nuevas protestas para los días 16 y 17 de julio. Muchos temen que se repita la represión de junio. Sin embargo, también hay esperanza. Las imágenes de Jacques, con su balón de fútbol y su rostro infantil, se han vuelto símbolo de resistencia.

Que su muerte despierte la conciencia nacional”, dice una pancarta pintada a mano en Bè. “Que esta vez no nos callemos”.

La historia de Jacques Koami Koutoglo es un ejemplo doloroso de lo que ocurre cuando un gobierno pierde su humanidad y ve en sus ciudadanos, incluso en sus niños, una amenaza.

Recordarlo, nombrarlo, exigir justicia no es solo un acto de memoria. Es un deber de todos. Porque detrás de cada víctima hay una familia, un sueño, un futuro que fue arrancado. Y mientras el pueblo togolés siga resistiendo con dignidad, Jacques vivirá.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press