Una infancia en guerra: 'Don’t Let’s Go to the Dogs Tonight', el poderoso debut como directora de Embeth Davidtz
La actriz de 'Matilda' y 'La lista de Schindler' transforma la memoria en poesía cinematográfica con una obra que explora el racismo, la infancia y la pérdida en la Zimbabue del conflicto
Embeth Davidtz ha tenido una carrera notable en el cine y la televisión, con interpretaciones memorables en títulos como La lista de Schindler y Matilda. Sin embargo, su proyecto más personal y transformador ha llegado en su debut como directora con Don’t Let’s Go to the Dogs Tonight, una poderosa adaptación cinematográfica del libro homónimo de Alexandra Fuller.
Estrenada recientemente con ovaciones en los festivales de Telluride y Toronto, la película está ambientada en la conflictiva Zimbabue de finales de los años 70, durante el desmoronamiento del régimen colonial blanco. La historia está contada desde el punto de vista de una niña blanca de 8 años, Bobo, que crece en una granja familiar en medio del conflicto armado conocido como la Guerra del Bush.
Una historia personal convertida en un retrato universal
Davidtz, nacida en los Estados Unidos pero criada en Sudáfrica, compartía muchas similitudes con la historia de Fuller. En 1974, mientras muchos huían del sistema del apartheid, su familia regresaba a una Sudáfrica en ebullición. Esa experiencia formativa resultó determinante en su forma de ver y narrar el mundo.
Decidir dirigir su primer largometraje casi a los 60 años fue una decisión tan valiente como el tema que aborda. “Sentí que era una llamada. No podía no contar esta historia”, expresó la cineasta. Pasó más de una década gestando el proyecto, y cuatro años escribiendo distintas versiones del guion hasta hallar la clave: todo debía verse a través de los ojos de una niña.
La importancia de una mirada infantil en un mundo adulto
Inspirándose en películas como Empire of the Sun y Days of Heaven, Davidtz optó por dotar el relato de una voz narrativa que emergiera con la confusión, sinceridad y crudeza de una infancia sumida en la violencia. El resultado fue Bobo, interpretada por la reveladora debutante Lexi Venter, de tan solo 7 años.
Davidtz no quería una actriz infantil profesional, sino una niña auténtica, libre, desaliñada, y con esa chispa indomable que encarna la inocencia salvaje de la niñez. Mediante un llamado en Facebook encontró a Venter, quien nunca recibió un guion completo. Sus escenas se desarrollaron mediante juegos, improvisaciones y momentos espontáneos que Davidtz capturó con sensibilidad quirúrgica.
“Quería una niña que no supiera actuar. Solo quería que fuera ella. Su autenticidad era clave para contar esta historia de forma honesta”, explicó la directora.
Una producción con alma africana
Si bien el relato se sitúa en Zimbabue, las limitaciones técnicas y políticas del país llevaron a la producción a realizarse en Sudáfrica. Aun así, Davidtz insistió en mantener una producción mayoritariamente local, desde el elenco hasta los diseñadores de vestuario y técnicos.
Entre los coprotagonistas destaca la actuación de Zikhona Bali como Sarah, la empleada doméstica que asume un papel de cuidadora emocional para Bobo, supliendo el vacío que deja una madre (interpretada por la propia Davidtz) atrapada entre el duelo, el alcohol y el miedo al fin del poder blanco.
“Alguien me sugirió traer a Morgan Freeman. ¡Claro que no! Tenía que ser auténtico. Tenían que ser los verdaderos portadores de esta historia”, aseguró enfática Davidtz.
Una infancia entre armas, tabaco y racismo
La narrativa es tan poética como perturbadora. Bobo participa en prácticas como empacar municiones junto a su padre, montar motocicletas sin casco y fumar cigarrillos. Todo esto, a los 7 años. Pero lo más inquietante es su proceso de aprendizaje sobre el racismo institucionalizado que la rodea y del que forma parte sin comprenderlo.
Una de las escenas más impactantes es cuando le pregunta a su madre: “¿Somos racistas?”, desatando una reacción horrorizada y represiva. La frase, simple pero cargada de complejidad moral, se convierte en icono del conflicto de identidad que vive la protagonista.
El contexto histórico no es solo fondo, es protagonista
La historia se ambienta en los convulsos días del cambio de régimen en Zimbabue, cuando Robert Mugabe gana las elecciones de 1980 y accede al poder. Hasta ese momento, la violencia era una presencia cotidiana: emboscadas en la carretera, vigilancia armada durante los trayectos al pueblo, temor a la insurgencia.
La película ilustra la desconexión entre la élite blanca y la realidad política. En una escena brutal, la madre instruye con tono condescendiente a los trabajadores negros acerca de por quién deben votar, revelando el pesado legado del colonialismo.
Una madre fracturada, una hija en resiliencia
El personaje de la madre, Nicola, interpretado magistralmente por Davidtz, es un torbellino de emoción reprimida y trauma. El duelo por una hija ahogada siendo bebé, la frustración ante el fin de su mundo y su dependencia del whisky la convierten en una figura trágica.
En contraposición, Bobo encarna la reconstrucción emocional, el germen de la conciencia crítica. Aunque cría animales, corre y fuma, también forma lazos reales con Sarah y se pregunta, quizás por primera vez en la historia de su familia, qué tan justo es el orden social que la rodea.
Una película que no busca respuestas, sino despertares
Davidtz no rehúye la polémica: una directora blanca contando una historia desde la mirada de una niña blanca sobre la experiencia africana. Sin embargo, lo hace con una honestidad desgarradora. No intenta justificar el racismo ni glorificar la nostalgia colonial. Su objetivo es reflejar la violencia generacional y emocional que dejaron esos sistemas, especialmente en los niños, y provocar reflexión.
“Esa fue mi niñez, lo que viví. No era justo, pero fue real. Es necesario contarlo desde la experiencia, para aprender, desde adentro”, comentó la directora.
La prensa especializada no ha tardado en elogiar la película. Variety la calificó como “un debut conmovedor, visualmente lírico y emocionalmente honesto”. IndieWire consideró que “la actuación de Lexi Venter está entre las mejores infantiles de la última década”.
Venter, una estrella natural
Lexi Venter es simplemente extraordinaria. En una industria saturada por niños actores perfectamente pulidos, ella es instintiva, imperfecta, veraz. No actúa, es. Y eso es oro cinematográfico. Uno de los momentos más inolvidables la muestra cantando una canción escandalosa sobre strippers mientras su familia pierde la granja. Es caótico, absurdo, infantil... y deslumbrantemente humano.
“Me da miedo lo que el cine puede hacerle. Espero que la dejen vivir y ser salvaje como debe ser”, dijo Davidtz, consciente de la presión y explotación que afrontan muchos niños prodigio.
Una obra crítica, poética y urgente
Don’t Let’s Go to the Dogs Tonight no es una obra complaciente. Es una película incómoda, que incomoda desde el amor, desde la necesidad de mirar al pasado con ojos nuevos. Una experiencia narrativa que evoca a Beasts of the Southern Wild por su crudeza lírica y por la capacidad de una niña de conducirnos al centro de una tragedia histórica sin olvidar la magia.
Embeth Davidtz ha creado una joya en un momento inesperado de su trayectoria. Una película que no solo impacta por su temática, sino por el cuidado visceral con que cada decisión fue tomada: desde los planos contemplativos hasta la dirección emocional de una niña que podría convertirse en la nueva Tatum O’Neal o Quvenzhané Wallis.
Se trata, en definitiva, de un relato profundo sobre el desarraigo, la infancia en tiempos de conflicto y la posibilidad de reinvención. Y, quizás sin quererlo, sobre la esperanza que se asoma incluso en los paisajes más rotos.
“Don’t Let’s Go to the Dogs Tonight” llega a cines selectos este viernes. Su estreno nacional será el 18 de julio.
Clasificación: R (por violencia, lenguaje, imágenes sangrientas, consumo de alcohol y tabaco por menores y una escena de agresión sexual)
Duración: 98 minutos
Distribuidora: Sony Pictures Classics
Calificación: ★★★☆