Lujo en medio del caos: el arte de las uñas en Cuba como forma de resistencia y expresión
En un país golpeado por una severa crisis económica, cientos de mujeres cubanas encuentran en la manicura no solo un medio de sustento, sino un símbolo de autonomía, identidad y lujo personal
HABANA — En pleno corazón de La Habana, mientras las calles se llenan de apagones y los mercados vacíos agotan la paciencia de los ciudadanos, un fenómeno visualmente vibrante y culturalmente revelador florece en los rincones de los hogares: el arte de las uñas. Es un lujo reluciente en medio de la escasez, una declaración de estilo que grita resistencia.
Uñas que cuentan historias
Las largas y elaboradas extensiones acrílicas decoradas con motivos personalizados como personajes animados, incrustaciones de cristales y diseños abstractos se han convertido en un símbolo casi mítico entre las mujeres cubanas. Para muchas, la manicura no es un mero capricho estético: es su identidad, su orgullo y su lujo.
Marisel Darias Valdés, manicurista de 34 años, dirige uno de estos salones improvisados desde su casa. “Antes era una media hora de servicio: pintar, limar y listo. Ahora cada diseño es una obra de arte”, relata mientras muestra algunos de sus trabajos donde destacan escenarios inspirados en el universo de Bob Esponja, escogido por una clienta en honor a su hija.
Una industria de mujeres en una economía colapsada
En un país donde el salario mensual estatal promedio no llega a los $15 USD (según la tasa informal de mayo de 2025), gastar entre $10 y $40 en una sesión de uñas puede parecer un lujo impensable. Y, sin embargo, muchas mujeres cubanas lo priorizan, como afirma Darias: “Pueden faltar los frijoles, pero el cabello, las uñas y los pies tienen que estar ‘como Dios manda’”.
Los productos necesarios no se venden en tiendas cubanas. Los esmaltes profesionales, geles UV y piedras decorativas provienen en su mayoría de Estados Unidos o Panamá, traídos en maletas por familiares o comprados a revendedores locales. Un solo frasco de esmalte puede costar hasta $15 USD.
“Sin mis uñas no soy nadie”
Miralys Maura Cruz, de 29 años, y su hermana son ejemplo del compromiso con este arte. A pesar de sus uñas adornadas con cristales de dos pulgadas de largo, ambas realizan sin mayor inconveniente todas las tareas del hogar. “Sin mis uñas, no soy nadie”, admite Cruz entre risas. “Sé que no son baratas, pero es mi lujo, es lo que me hace sentir viva”.
La dedicación de las manicuristas es total. Algunas, como Marisel, solo pueden atender dos clientas por día debido a la complejidad del diseño. Cada sesión puede durar hasta seis horas. No es solo embellecer: es tallar identidad en miniatura.
Artistas digitales y empresarias resilientes
Además de dominar el esmalte, muchas manicuristas se han convertido en creadoras de contenido digital. Dayana Roche, manicurista y graduada universitaria, descubrió que las redes sociales son esenciales para atraer clientas: “Tienes que crear mucho contenido porque ahí es donde todos ven tu trabajo. Es mi vitrina”.
En un país donde el acceso a internet aún enfrenta limitaciones técnicas y políticas, estas mujeres han aprendido a sortear obstáculos para promocionar sus servicios. Cuentas en Instagram y Facebook, ayudadas por aplicaciones de edición y marketing digital, hacen visibles sus microemprendimientos ante una clientela creciente.
El resurgir de lo privado en tierra de lo estatal
Durante décadas, la economía cubana ha estado cimentada sobre un modelo estatal centralizado. Sin embargo, tras la pandemia, cientos de pequeños negocios privados han emergido: salones de uñas, peluquerías, ventas de dulces y otros servicios se han extendido por toda la isla. Según datos no oficiales, se estima que existen más de 60,000 microemprendimientos registrados.
La manicura se ha transformado no solo en oficio sino en carrera profesional no reglada, elegida por jóvenes graduadas de la universidad que abandonan profesiones estatales mal pagadas para dedicarse a este rentable arte corporal.
El terremoto económico y la necesidad de expresión
La crisis económica en Cuba se ha profundizado desde 2019, con efectos arrastrados por la pandemia y las nuevas sanciones del gobierno estadounidense. A eso se suman apagones constantes, falta de alimentos básicos y un sistema de transporte colapsado. En ese entorno, muchas cubanas han encontrado en las uñas una vía de escape emocional y una forma de recuperar agencia personal.
“Es poner color donde todo se ve en escala de grises”, dice Mariam Camila Sosa, otra clienta habitual que luce paisajes marinos en sus uñas. “No puedo viajar ni comprar en dólares, pero mis uñas cuentan mi historia”.
Un movimiento estético-político
La estética de las uñas en Cuba ha cruzado el umbral del estilo personal para convertirse en una forma de micro resistencia contra la adversidad cotidiana. Aunque es una moda importada, su apropiación local ha sido creativa, resiliente y profundamente significativa.
El uso ostentoso de brillo, longitud y color desafía incluso las normas tradicionales de austeridad estética cubana. Para algunas mujeres, es su única manera de participar —aunque sea simbólicamente— en una globalización de símbolos, estilos y aspiraciones.
Sin cifras oficiales, pero con impacto tangible
No hay estadísticas oficiales sobre cuántas manicuristas ejercen en la isla, pero su presencia se percibe en cada calle, en cada barrio. Los kits de uñas que antes eran imposibles de conseguir, ahora pueblan estantes improvisados detrás de cortinas o en pequeños rincones de casas remodeladas en salones.
Según analistas independientes, el sector informal de la belleza representa una porción significativa (hasta el 8%) del minúsculo sector privado cubano, aunque su aporte económico real probablemente sea mayor si se incluyen insumos comprados desde el extranjero y pagos en moneda dura.
La paradoja del lujo cotidiano
Resulta paradójico que en uno de los países con los menores ingresos per cápita del continente, una tendencia como el nail art florezca con tal vigor. Pero quizás por eso mismo sucede: mientras las estructuras macroeconómicas colapsan, las mujeres tejen microuniversos de belleza, poder y autonomía.
No se puede entender la Cuba actual sin observar sus uñas: decoradas, largas, relucientes, y sobre todo, determinadas a mantenerse firmes frente a cualquier sacudida política o vital.
Como concluye Marisel Darias Valdés: “En Cuba todo es complicado, menos el deseo de una mujer de sentirse bien. Y las uñas, por pequeñas que sean, contienen todo eso”.