La tragedia en Sagaing: Myanmar bajo fuego y la violencia sin tregua contra civiles
Un nuevo ataque aéreo del ejército birmano sobre un monasterio budista deja decenas de muertos, revelando la brutalidad de un conflicto que no discrimina refugios ni vidas inocentes
El infierno en una noche
En la madrugada del viernes, mientras muchas familias dormían o rezaban por un amanecer más esperanzador, la guerra en Myanmar sumaba otro capítulo sangriento. Un bombardeo aéreo perpetrado por el ejército mató al menos a 23 civiles —incluidos cuatro niños— en un monasterio budista en el pueblo de Lin Ta Lu, ubicado en la región de Sagaing.
Un miembro del grupo de resistencia local reveló que más de 150 personas se refugiaban en el monasterio cuando, alrededor de la 1:00 a.m., un avión militar lanzó un explosivo que arrasó una de las edificaciones del complejo. Otras 30 personas resultaron heridas, 10 de ellas en estado crítico.
¿Un refugio o un blanco deliberado?
“Era un lugar sagrado, un refugio donde evitábamos el fuego cruzado. Ahora es una tumba”, dijo por teléfono a medios internacionales uno de los sobrevivientes del ataque.
La escalada bélica en Sagaing no es nueva. Esta región, al noroeste de Mandalay, se ha transformado en uno de los principales bastiones de la resistencia armada contra la junta militar que derrocó al gobierno democráticamente electo de Aung San Suu Kyi en 2021. Desde entonces, la violencia no ha hecho más que crecer, y los ataques aéreos sobre zonas civiles se han convertido en una táctica habitual.
Sagaing: campo de batalla olvidado
Myanmar enfrenta una guerra civil no declarada, con múltiples conflictos simultáneos entre el ejército —la Tatmadaw— y fuerzas rebeldes que van desde milicias étnicas hasta coaliciones de civiles armados. La región de Sagaing, en particular, ha sido escenario de intensos combates desde que el Comité de Representantes de la Asamblea de la Unión (CRPH) formó en 2021 el Gobierno de Unidad Nacional (NUG), que agrupa facciones democráticas y opositoras al régimen militar.
Lin Ta Lu se encontraba bajo control parcial de estos grupos cuando se produjo el ataque. La ofensiva del ejército, con tanques y aviones de guerra, tenía como objetivo recuperar territorio en manos de la resistencia a tan solo 5 km del monasterio.
El monasterio y el impacto simbólico
Más allá del número de víctimas, el lugar del ataque es clave para entender su impacto social y moral. En Myanmar —país profundamente budista— los monasterios son tradicionalmente lugares de neutralidad religiosa y refugio comunitario. Los bombardeos a estos santuarios no solo significan una estrategia militar, sino una clara transgresión a normas sociales y espirituales arraigadas en la historia birmana.
“El uso indiscriminado de armas letales viola toda ética, destruye el tejido social y espolea un odio que tardará generaciones en sanar”, expresó Nay Phone Latt, portavoz del NUG.
¿Un crimen de guerra?
La comunidad internacional ha denunciado repetidamente el uso de bombardeos contra población civil por parte de la junta militar desde el golpe de Estado. La Oficina de Derechos Humanos de la ONU advirtió en marzo de este año que los ataques aéreos mataron a más de 600 personas civiles entre febrero de 2021 y febrero de 2024.
Naciones Unidas ha calificado muchos de esos actos como posibles crímenes de guerra. Según el Derecho Internacional Humanitario, incluso en contextos bélicos, debe respetarse la vida, la integridad y el bienestar de civiles no combatientes. Pero el ejército birmano ha ignorado décadas de tratados internacionales.
Una estrategia bajo presión: recuperar territorio antes de las urnas
Myanmar tiene planeadas elecciones para este año, un intento evidente de legitimar a la junta militar en el poder mediante un proceso que analistas califican como fraudulento. Pero las guerrillas antijunta han logrado mantener vastas porciones del territorio fuera de control militar, principalmente en los estados de Sagaing, Chin y Kayah.
Para recuperar estos territorios, el ejército ha intensificado su campaña militar. Según el Analytical Center for Myanmar Studies, el número de ataques aéreos aumentó un 47% en la primera mitad de 2025 respecto al mismo periodo de 2024.
Civiles: entre desplazamiento, miedo y resistencia
Más de 2 millones de personas han sido desplazadas internamente desde 2021, según un informe actualizado de UNOCHA. Solo en la región de Sagaing, decenas de miles han abandonado sus aldeas en las últimas semanas.
A pesar de esto, muchas comunidades siguen prestando apoyo logístico y humano a las fuerzas de resistencia. “No luchamos solo por nuestras vidas, luchamos por el Myanmar que algún día renazca libre”, dijo una joven maestra desplazada a un periodista local el mes pasado.
¿Qué dice el ejército?
El ejército aún no se ha pronunciado sobre el ataque al monasterio. No obstante, suele justificar sus acciones diciendo que combate a “terroristas” en busca de desestabilizar al país.
Sin embargo, numerosas grabaciones y testigos han documentado múltiples ataques deliberados contra escuelas, hospitales y estructuras religiosas. En muchos de estos casos no se ha encontrado la presencia de grupos armados.
Una comunidad internacional impotente
Desde que comenzó la crisis, la mayoría de países occidentales —incluidos EE. UU. y la Unión Europea— han impuesto sanciones económicas severas contra empresas y militares clave del régimen birmano. Sin embargo, estas medidas no han logrado frenar la violencia ni debilitar significativamente al régimen.
Organismos como Amnistía Internacional y Human Rights Watch han instado repetidamente a la ONU a imponer un embargo de armas total al régimen. China y Rusia han bloqueado en varias ocasiones acciones más contundentes dentro del Consejo de Seguridad.
El precio del silencio
El ataque sobre el monasterio simboliza no solo la brutalidad del conflicto, sino también la impunidad con la que operan las fuerzas armadas en Myanmar. Cada víctima, cada templo profanado, cada vida silenciada por el estruendo de bombas representa una cuenta pendiente no solo en el alma de ese país golpeado, sino en la conciencia internacional.
Mientras el mundo mira hacia otro lado, los monasterios se transforman en morgues, los maestros empuñan armas, y los niños duermen temiendo no despertar. Myanmar, una nación de espiritualidad milenaria y naturaleza desbordante, necesita más que oraciones. Necesita justicia.