La masacre olvidada de Sweida: ¿Nuevo régimen o mismo horror?
Una comunidad drusa atrapada entre el caos, la represión y la traición mientras Siria redefine su destino
Una comunidad bajo sitio
La provincia de Sweida, en el sur de Siria, de mayoría drusa, ha sido durante años una de las regiones más estables del país, incluso durante los peores momentos de la guerra civil. Sin embargo, en julio de 2025, esa relativa calma fue destruida por una ola de violencia brutal y sorprendentemente sistemática.
El detonante: enfrentamientos entre milicias drusas y tribus suníes beduinas, una chispa aparentemente local pero alimentada por tensiones más profundas y crónicas. La intervención de las fuerzas del gobierno en ese contexto no supuso una pacificación, sino un baño de sangre, con al menos 600 personas muertas, incluidos más de 80 civiles, según el Observatorio Sirio de Derechos Humanos.
"Esas violaciones no fueron actos individuales. Fueron ejecuciones sistemáticas", afirmó Rami Abdul-Rahman, director del organismo. Las imágenes de cuerpos esparcidos por las calles, con disparos en la cabeza, confirman estas alegaciones.
El dolor de una diáspora dividida
Los drusos están esparcidos principalmente entre Siria, Líbano e Israel. De los aproximadamente un millón que hay en el mundo, más de la mitad viven en Siria. Y aunque muchos celebraron la caída del dictador Bashar al-Assad en diciembre pasado, la ilusión por un nuevo orden democrático pronto comenzó a desmoronarse.
Una mujer drusa, que vive en los Emiratos Árabes Unidos, siguió por videollamadas la devastación en su ciudad natal. Su padre salió durante una tregua para verificar lo que ocurría y nunca volvió. Horas después supieron que fue asesinado por un francotirador. Esta es apenas una historia entre tantas, de familias divididas, persecuciones, dolor y miedo.
El caso de Evelyn Azzam
Evelyn Azzam, de apenas 20 años y también de origen druso, relató cómo perdió contacto con su esposo, Robert Kiwan, quien había sido herido por disparos del ejército cuando intentaba justificar que no pertenecía a ningún grupo armado. Fue llevado a un hospital, pero desde entonces, su paradero es incierto.
"Solo quiero saber si está vivo. Nadie me dice nada. Las autoridades no responden. Solo me queda rezar", confesó entre lágrimas.
¿Una nueva Siria o la misma maquinaria de represión?
El actual presidente interino de Siria, Ahmad al-Sharaa, llegó al poder tras la caída de Assad, presentándose como un líder integrador, cercano a postulados islamistas pero con promesas de respeto a las minorías. Sin embargo, los testimonios e imágenes desde Sweida parecen desmentir esa narrativa.
En los últimos enfrentamientos, fuerzas identificadas como parte del nuevo ejército sirio obligaron a residentes civiles a arrodillarse en medio de plazas públicas antes de ser ejecutados. Uno de los casos más estremecedores fue relatado por un sirio-estadounidense, que reconoció a su amigo y gran parte de su familia entre los ejecutados en un video que circuló en redes sociales. Habían sido saqueados y luego acribillados. "Ya no creo en este gobierno. Se dicen milicias, pero son radicales disfrazados de liberadores", declaró.
Las heridas de Latakia y los viejos fantasmas
La violencia sectaria no es nueva en Siria. Lo que presuntamente inició como una revolución civil en 2011, pronto se transformó en una guerra multipolar alimentada por intereses extranjeros. Minorías como los alauitas, cristianos y drusos han sido víctimas frecuentes, aunque en momentos también actores armados.
En Latakia, bastión histórico de los alauitas (grupo religioso al que pertenecía Assad), también se reportaron represalias sangrientas tras el cambio de régimen. Las investigaciones indican patrones idénticos: allanamientos de casas, ejecuciones sumarias, humillación y saqueo.
Víctimas invisibles en el tablero geopolítico
En un mundo demasiado acostumbrado a la violencia en Siria, el caso de Sweida ha pasado casi desapercibido. No ha habido resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU, ni pronunciamientos firmes por parte de las grandes potencias.
Los drusos, históricamente muy reservados y sin una representación política sólida a nivel internacional, son hoy más vulnerables que nunca. Algunos líderes comunitarios han pedido a sus miembros emigrar, mientras otros llaman a la resistencia armada.
Mientras tanto, el gobierno de al-Sharaa se defiende afirmando que se trata de "incidentes aislados" y que los responsables "serán juzgados". Pero la confianza está rota.
Refugiados, desplazados y pérdidas materiales
Más de 15.000 personas han sido desplazadas solo en Sweida, según datos recopilados por Amnistía Internacional. Muchos han regresado a casas vacías, destruidas o saqueadas. Documentos oficiales, objetos religiosos y retratos familiares aparecen quemados o pisoteados.
Algunas aldeas han quedado completamente despobladas. En otras, los residentes sobreviven en sótanos a la espera de otra tregua, mientras el hambre y la falta de suministros médicos agravan la catástrofe humanitaria.
¿Radicalización inevitable?
Los ataques sobre civiles drusos han sembrado entre los jóvenes de esta comunidad un sentimiento comprensible de rabia y desilusión. Varios líderes religiosos han llamado a la moderación, pero otros sectores están respondiendo con la creación de nuevas milicias drusas que ya han iniciado ataques de represalia contra clanes beduinos.
Se teme una nueva escalada de violencia con tintes étnicos y sectarios, algo que volvería a rememorar los capítulos más atroces del conflicto sirio entre 2012 y 2016.
El espejo de la historia
Lo que ocurre en Sweida no debería ser visto como un hecho aislado. La historia reciente de Medio Oriente nos ha enseñado que las víctimas olvidadas de hoy pueden ser los agentes de radicalización de mañana.
"Cuando mis hijos me pregunten por Siria, no sabré qué decir", confesó un refugiado en Líbano. "Nos dijeron que votáramos, que protestáramos, que creyéramos. Y ahora veo las fotos de mis vecinos muertos, tirados como animales. No hay palabras para eso".
Este tipo de testimonios, más allá de las cifras y los comunicados oficiales, deberían llamar la atención de la comunidad internacional. Pero mientras el mundo sigue enfrascado en conflictos mediáticos más visibles, Sweida sangra en silencio.
Hay preguntas urgentes sin responder:
- ¿Quién financia a las milicias que están cometiendo los crímenes?
- ¿Cuál es el rol real del gobierno interino en estas masacres?
- ¿Podrá alguna corte internacional asumir jurisdicción sobre estos hechos?
Por ahora, siguen siendo preguntas lanzadas al vacío. Y lo más triste es que para muchas familias como la de Evelyn Azzam o la del joven sirio-americano que vio morir a sus seres queridos en video, incluso las respuestas podrían llegar demasiado tarde.
Nota: Este artículo es un análisis de la situación basada en múltiples testimonios, informes de derechos humanos y reportes verificados desde el terreno.