La justicia acorrala a Bolsonaro: ¿fin de una era en Brasil?
Mientras el expresidente enfrenta cargos por su presunta implicación en intentos de golpe y uso indebido del poder, Brasil vive uno de los momentos más intensos de su historia democrática reciente
El expresidente brasileño Jair Bolsonaro ha sido una de las figuras más controvertidas de la política latinoamericana en la última década. Desde su ascenso meteórico en 2018 hasta su abrupta caída tras las elecciones de 2022, ha dejado una profunda huella en el tejido político de Brasil. Hoy, vuelve al centro de atención, no como jefe de Estado, sino como acusado ante la justicia bajo cargos que incluyen intento de golpe de Estado y destitución del orden democrático.
¿Por qué Bolsonaro debe usar un grillete electrónico?
La última novedad en el caso judicial contra Bolsonaro se conoció el viernes, cuando se comunicó oficialmente que debe llevar una tobillera electrónica como medida cautelar ordenada por el Supremo Tribunal Federal (STF). Además, se le ha prohibido el uso de redes sociales y el contacto con otros investigados, incluido su hijo Eduardo Bolsonaro, representante en el Congreso que reside actualmente en EE.UU. y mantiene lazos estrechos con el expresidente Donald Trump.
Esta medida surge como parte de una orden emitida en una megaoperación de allanamientos llevada a cabo por la policía federal en Brasilia, que incluyó su residencia y las oficinas de su partido. Los hechos judiciales coinciden con la acusación formal de la Procuraduría General de la República, donde se responsabiliza a Bolsonaro de actuar sistemáticamente antes y después de las elecciones de 2022 para incitar a la insurrección y socavar la legalidad democrática.
Un juicio de gran alcance y consecuencias políticas
Este proceso judicial está sacudiendo los cimientos de la derecha brasileña. El congresista Sóstenes Cavalcante, líder del Partido Liberal (PL), lo describió como “otro capítulo en la persecución de figuras conservadoras” en Brasil. Mientras, el propio Bolsonaro ha insistido, a través de redes sociales, que todo se trata de una “caza de brujas”. Esta afirmación ha sido repetida por su aliado internacional más cercano, el expresidente estadounidense Donald Trump.
“Esto es una cacería política contra un líder que ha buscado representar valores familiares, libertad económica y lucha contra el socialismo”, escribió Trump en una red social, evocando su ya famoso rechazo a la legalidad cuando fue sometido a juicio político en 2021.
La reacción ante el juicio ha provocado una polarización extrema en las redes y en las calles. Para algunos sectores, especialmente urbanos, representa un proceso necesario para reafirmar la democracia en Brasil. Para otros, sobre todo en zonas rurales y evangélicas, es percibido como el “martirio” de su líder.
El contexto: elecciones de 2022 y los ecos del Capitolio
Bolsonaro fue derrotado en 2022 por una estrecha diferencia frente a Luiz Inácio Lula da Silva, quien regresó a la presidencia en uno de los comebacks políticos más sorprendentes a nivel mundial. Desde entonces, Bolsonaro adoptó una retórica de fraude electoral, similar a lo visto en EE.UU. tras las elecciones de 2020 con Trump.
El 8 de enero de 2023, manifestantes bolsonaristas invadieron instituciones democráticas como el Congreso, el Palacio Presidencial y la Corte Suprema en Brasilia. Esta acción fue ampliamente considerada como el intento nacional de replicar el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021 en Washington D.C.
Desde aquel día, las investigaciones se aceleraron. Varios exmilitares, asesores e incluso familiares de Bolsonaro se encuentran bajo escrutinio. El caso ha abierto un campo minado político, donde incluso las relaciones internacionales comienzan a sufrir tensiones, debido a la percepción de que existe una internacionalización del populismo autoritario.
Trump, Bolsonaro y la alianza trasatlántica del populismo
La conexión entre Trump y Bolsonaro va más allá de afinidades ideológicas. En 2020, cuando ambos estaban en el poder, Bolsonaro fue uno de los pocos líderes que visitó Mar-a-Lago. El intercambio de favores políticos ha continuado incluso tras sus respectivas derrotas electorales.
La semana pasada, de hecho, Trump impuso un arancel del 50% a las importaciones de acero brasileño, en aparente retribución por las presiones que su aliado está recibiendo judicialmente. En una rueda de prensa en la Casa Blanca, Trump dijo tajantemente: “Lo que le están haciendo a Jair Bolsonaro es una cacería política. No muy diferente a lo que me hicieron a mí”.
Este apoyo internacional, aunque simbólico, refuerza a un bloque político conservador transnacional que insiste en ver los procesos institucionales como herramientas de represión disfrazadas de ley.
¿Qué está en juego para la democracia brasileña?
Expertos coinciden en que el juicio a Bolsonaro es un parteaguas histórico. Augusto de Arruda Botelho, abogado y secretario nacional de justicia, sostuvo recientemente ante la prensa:
"No estamos simplemente juzgando a un individuo, sino midiendo hasta qué punto la democracia brasileña es capaz de procesar institucionalmente una amenaza interna subversiva".
Según datos del Centro de Estudios Legislativos de Brasil, desde 1988 (fecha de la actual Constitución) ningún expresidente del país ha enfrentado un juicio con evidencia tan contundente sobre participación o incentivo al quiebre institucional.
Además, la encuesta Datafolha realizada en junio de este año reveló que un 54% de los brasileños cree que Bolsonaro tiene responsabilidad directa en los eventos del 8 de enero. Y un 62% dijo que estaría de acuerdo con penas judiciales firmes si se le demuestra culpabilidad.
¿Y si es condenado?
Si Bolsonaro es hallado culpable en uno o varios de los procesos abiertos en su contra, podría ser inhabilitado políticamente por décadas, e incluso enfrentar penas de prisión. La ley electoral brasileña establece que cualquier ciudadano condenado por ciertos crímenes queda impedido para ejercer cargos públicos.
Políticamente, esto significaría el fin del bolsonarismo como lo conocemos. Sin su figura central, la derecha populista brasileña tendría que redefinirse o fragmentarse. En este escenario, otras personalidades podrían intentar llenar ese vacío, como Eduardo Bolsonaro o incluso el gobernador de São Paulo, Tarcísio de Freitas, que fue uno de los ministros más visibles en el gobierno de Bolsonaro.
¿Un efecto contagio regional?
Lo que ocurra en Brasil podría marcar un precedente para otras democracias latinoamericanas. El continente ha vivido en los últimos años una ola de autoritarismo blando y populismo confrontacional, con líderes que atacan regularmente a los medios, la justicia y los organismos internacionales.
Desde Nayib Bukele en El Salvador hasta Javier Milei en Argentina —cada uno con sus particularidades políticas—, existe una línea narrativa que pone al pueblo contra las élites, que socava la confianza en la razón institucional y que populariza la noción de que las constituciones son obstáculos antes que garantías.
De este modo, el desenlace de Bolsonaro será observado atentamente por gobiernos, oposiciones, fiscales y activistas no solo en América Latina, sino incluso en Europa y EE.UU.
Un momento definitorio
Brasil se encuentra frente a uno de los momentos más definitorios desde el proceso de redemocratización en los años 80. La lucha no se limita al juicio de un expresidente; es una defensa de los valores democráticos frente a la creciente ola de desinformación, radicalización política y cinismo institucional.
Bolsonaro podrá ver limitado su acceso a redes, portará una tobillera, y quizás más adelante tenga que cumplir condenas. Pero lo que verdaderamente está en juego es si Brasil seguirá siendo un ejemplo de democracia imperfecta pero resiliente, o si continuará por la peligrosa senda del autoritarismo vestido de populismo.