Trump, África y la estrategia del comercio por encima de la ayuda: ¿nuevo comienzo o vieja trampa?
El cambio de paradigma en las relaciones entre EE.UU. y África ha generado oportunidades, promesas y temores: bienvenidos al juego impredecible de la diplomacia económica.
Del paternalismo a la 'diplomacia comercial'
Durante décadas, la política exterior de Estados Unidos hacia África estuvo basada principalmente en la asistencia: programas humanitarios, apoyo al desarrollo, y proyectos de salud pública. Pero la administración de Donald Trump ha transformado radicalmente ese enfoque con lo que llama 'diplomacia comercial': en lugar de ayuda, propone comercio, inversión y acuerdos económicos como motor de las relaciones bilaterales.
En julio de 2025, Trump se reunió con cinco líderes africanos —de Senegal, Liberia, Guinea-Bisáu, Mauritania y Gabón— y prometió un nuevo capítulo en las relaciones bilaterales. Sin embargo, su aparente desconocimiento de la historia y características del continente, junto con gestos poco diplomáticos —como interrumpir discursos o sorprenderse del dominio del inglés por parte del presidente de Liberia— dejaron una percepción mixta del encuentro.
Lo cierto es que Estados Unidos ha roto con su papel de 'gran benefactor' y empieza un proceso diferente, centrado —al menos en apariencia— en la equidad comercial. Pero ¿es realmente así, o se trata de una trampa disfrazada de oportunidad?
Comercio, pero bajo presión: las tarifas como arma
Una de las principales críticas que ha recibido esta política es que va acompañada de tarifas arancelarias agresivas hacia el continente africano. Mientras se habla de inversiones y tratados, países como Sudáfrica, Lesoto y Madagascar han visto trastocados sus mercados por estos impuestos injustificados.
Sudáfrica, potencia industrial africana, ha sufrido una caída de más de 80% en sus exportaciones de vehículos hacia Estados Unidos debido a las tarifas impuestas por la administración Trump. Según el Consejo Empresarial Automotriz de Sudáfrica, están en riesgo más de 100,000 empleos directos e indirectos.
Lesoto, uno de los países más pequeños y vulnerables del continente, fue impactado con aranceles del 50%. El Ministro de Comercio, Mokhethi Shelile, declaró que “al menos 12,000 empleos en la industria textil podrían perderse”. La amenaza de devastación económica obligó al gobierno estadounidense a declarar una suspensión temporal de 90 días a estas medidas, pero la incertidumbre persiste.
Minerales estratégicos: ¿la verdadera motivación?
Uno de los motivos no tan ocultos detrás del giro estratégico de EE.UU. es el interés en minerales críticos. África posee vastas reservas de litio, uranio, cobalto, manganeso y otros materiales esenciales para la transición energética y la industria tecnológica.
El presidente de Senegal, incluso, utilizó un enfoque original para atraer inversiones: propuso a Trump construir un campo de golf en su país. La inquietud, sin embargo, gira en torno a si realmente estas iniciativas favorecerán a las economías africanas locales o si simplemente representan otra forma de extracción neocolonial.
La AGOA en la cuerda floja
La African Growth and Opportunity Act (AGOA) es un acuerdo que desde el año 2000 otorga a 32 países africanos acceso libre de aranceles a casi 2,000 productos en exportaciones hacia EE.UU. Este tratado fue renovado por última vez en 2015 y está programado a expirar en septiembre de este año. El futuro del acuerdo es incierto.
El diplomático Troy Fitrell, enviado de EE.UU. para África, ha dicho que admira el tratado, pero que los países africanos deben ahora luchar por él ante el Congreso estadounidense. Esto significa una carga diplomática extra para los gobiernos africanos, en un terreno político que muchas veces no controlan.
Además, Fitrell dejó claro que cualquier acuerdo comercial futuro “deberá incluir más reciprocidad”, reflejando el deseo de Washington de asegurar beneficios palpables a sus industrias y empresas.
¿Comercio o guerra económica?
Varios analistas ven estas medidas no como señales de cooperación sino como una forma de presión económica. Como expresó el Alternative Information and Development Centre, una ONG sudafricana: “Estas tarifas no son para equilibrar el comercio. Son guerra económica.”
Desde agricultores de vainilla en Madagascar hasta exportadores de cacao en Côte d’Ivoire, el efecto ha sido devastador. Los países más frágiles son, una vez más, quienes están pagando el precio por las cambiantes políticas de las grandes potencias.
La sombra de China
China, lejos de quedarse atrás, ha capitalizado el giro estadounidense ofreciendo condiciones atractivas como acceso sin aranceles para 53 países africanos. Ya considerada como el socio comercial más grande de África desde hace más de una década —con intercambios que superaron los $250,000 millones USD en 2023—, Beijing refuerza su rol en el continente mientras EE.UU. aplica tarifas.
Aunque algunos gobiernos africanos temen represalias por alinearse más con China, como advierte el economista Bester Brendon Verster, muchos ven en esa opción una ruta más estable e inclusiva para el desarrollo económico.
Los números del 'nuevo modelo'
A pesar de las dudas, la Casa Blanca presume de cifras rápidas. En los primeros 100 días del nuevo período de Trump, se firmaron 33 acuerdos comerciales por un valor de $6,000 millones USD. En una cumbre de negocios en junio, se anunciaron compromisos adicionales por $2,500 millones USD.
Entre los proyectos destacados se incluyen:
- Infraestructura digital en Angola
- Almacenamiento de granos en Angola
- Proyectos de energía en Ruanda, Sierra Leona y la RDC
- Iniciativas de turismo en Etiopía
Pero aunque los números parecen impresionantes, expertos recuerdan que África representa menos del 1% del comercio total de bienes de EE.UU.. No es tanto el volumen, sino el valor geoestratégico el que está cambiando la narrativa.
¿Las embajadas como oficinas comerciales?
Una de las innovaciones más controvertidas de esta estrategia estadounidense es la reconfiguración del rol diplomático. Según Fitrell, los embajadores en África ahora serán evaluados por su capacidad de cerrar tratos y apoyar empresas locales y estadounidenses en lugar de por su gestión de proyectos de ayuda humanitaria.
Esto podría poner la diplomacia estadounidense en un nodo de tensiones comerciales, ética política y negociaciones opacas. ¿Hasta qué punto puede una embajada convertirse en una agencia comercial sin comprometer principios diplomáticos y sociales?
¿La lección final?
Desde los años 70, África ha exigido ser tratada no como receptora de caridad, sino como socia en igualdad de condiciones. Paradójicamente, ahora que hay una propuesta de cambiar la caridad por comercio, lo que predomina no es el respeto sino la imposición.
Si bien el impulso a la diplomacia económica podría ofrecer oportunidades inéditas, el uso de aranceles, los recortes de ayuda y la coacción comercial ponen en duda la sinceridad de esta transformación. Más aún cuando los actores externos parecen decididos a garantizar su propio beneficio antes que el mutuo desarrollo.
Como apunta Verster: “El riesgo es que, una vez que EE.UU. obtenga los minerales que desea, África quede atrás... otra vez.”
En un continente ancestralmente rico y estratégicamente vital, la pregunta no es si será parte del futuro económico global, sino en qué condiciones y con qué voz.