El hambre como arma silenciosa: Nigeria y el colapso de la ayuda humanitaria en África occidental

Una región transforma su desesperación en resistencia mientras el mundo le da la espalda

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Una crisis sin precedentes en Nigeria

Nigeria, el país más poblado de África, enfrenta una urgencia humanitaria que amenaza con desembocar en una catástrofe invisible para muchos países occidentales. Según el Programa Mundial de Alimentos (PMA), cerca de 31 millones de personas están en situación de inseguridad alimentaria aguda, una cifra comparable a que toda la población de Texas estuviera pasando hambre.

Margot van der Velden, directora regional del PMA, advirtió que una combinación de factores —conflictos, inflación, colapso económico y recorte de fondos— ha generado un colapso progresivo del acceso a alimentos básicos. Las consecuencias más duras recaen en las regiones noreste del país, como Borno, donde el cierre de 150 clínicas de nutrición dejaría a más de 300,000 niños en riesgo de desnutrición severa.

¿Cómo llegamos a este punto?

Durante años, la región noreste de Nigeria ha sido un terreno convulso debido a los ataques de grupos militantes como Boko Haram. Estas insurgencias han desplazado a millones de personas, interrumpido cosechas, destruido infraestructura y paralizado el sistema de distribución alimentaria. Sin embargo, a pesar de la gravedad de la crisis, la atención internacional y la financiación han disminuido gravemente.

USAID, la agencia de cooperación estadounidense, alguna vez fue un pilar fundamental de la ayuda humanitaria en la región. No obstante, desde la administración Trump, la agencia ha sido debilitada con múltiples recortes presupuestarios y acusaciones de apoyar agendas liberales, hasta casi su desmantelamiento.

Esto ha generado un efecto dominó: otras potencias y entidades internacionales también han reducido su apoyo, en parte por fatiga donante y también por inestabilidad económica global. El resultado: el ayudante de antaño ha desaparecido justo cuando la necesidad alcanza su pico más alto.

Los números detrás de la hambruna

El PMA solicita con urgencia $130 millones USD solo para sostener operaciones vitales en Nigeria este año. Para ponerlo en perspectiva, ese monto es equivalente al gasto anual en publicidad digital de una gran aerolínea europea.

“Estamos enfrentando la desgarradora realidad de tener que suspender la ayuda humanitaria en zonas devastadas por la guerra” — Margot van der Velden

Pero Nigeria no está sola: Camerún cuenta solo con el 19% del financiamiento solicitado, Mauritania con el 39%, la República Centroafricana con el 49%, Mali con un 57% y Níger alcanza apenas el 74%.

Más allá del hambre: el riesgo de conflictos e inestabilidad

La falta de alimentos no solo provoca sufrimiento físico. Van der Velden fue clara al señalar que esa carencia provoca tensiones sociales y políticas:

  • Fractura comunitaria: al haber menos recursos, las comunidades compiten, se fragmentan y se producen desplazamientos forzados.
  • Estallidos sociales: el hambre es catalizador de revueltas, crimen y reclutamiento forzado por grupos armados o extremistas religiosos.
  • Pérdida de soberanía alimentaria: los países dependen de importaciones cuando la producción local está paralizada.

Según la Fundación Mo Ibrahim, el 70% de los conflictos armados actuales en África tienen causas o consecuencias asociadas con la escasez de alimentos y el cambio climático.

Entre el silencio internacional y el orgullo africano

La paradoja de la situación africana actual es profunda: mientras el hambre crece, la cobertura mediática y la empatía internacional disminuyen. El continente, históricamente sujeto a narrativas de miseria o exotismo, no logra presionar a una comunidad internacional sumergida en sus propias crisis económicas, guerras en Europa del Este y polarización política.

En palabras del escritor nigeriano Chimamanda Ngozi Adichie, “El problema no es la falta de historias africanas, sino que muchas veces solo se escucha una, la del sufrimiento eterno, y se ignora la resistencia silenciosa”.

¿Qué papel juega Occidente?

Ante la realidad descrita, es legítimo preguntar si Occidente está abdicando de su responsabilidad moral. La presión política, los recortes presupuestales y los cambios en prioridades, como la reconstrucción post-COVID o la guerra en Ucrania, han dejado al continente africano en una situación crítica.

Según datos del Centro para el Desarrollo Global, África subsahariana recibió en 2023 un 43% menos de ayuda humanitaria occidental que en 2018, y solo el 2% del total de fondos para seguridad alimentaria global.

A esto se suma el malestar diplomático causado por decisiones unilaterales de países como Estados Unidos, que bajo ciertas administraciones optan por modelar su ayuda desde agendas nacionales e ideológicas, en lugar de mantenerse como financiadores neutrales y solidarios.

Los próximos pasos: ¿intervención o indiferencia?

Hay iniciativas internacionales en marcha, desde programas de resiliencia rurales hasta redes de cooperación Sur-Sur, como la alianza de seguridad alimentaria entre África y América Latina. Sin embargo, su alcance es limitado.

Van der Velden lo resume con crudeza: “Sin apoyo inmediato, nos veremos obligados a dejar morir de hambre a millones”. Es una afirmación que remueve las bases de cualquier código moral universal.

En un mundo donde las hambrunas ya no son ocasionadas por fenómenos naturales sino por decisiones humanas y abandono institucional, la cuestión no es cómo alimentar al mundo, sino por qué elegimos no hacerlo.

Una esperanza que nace en las raíces

En medio de esta crisis, nigerianos organizados han empezado a crear redes comunitarias de intercambio, huertos urbanos y sistemas de microfinanzas, en un intento por recuperar parte del control sobre su subsistencia.

La ONG local Women Without Borders ha alimentado a más de 15,000 niños en el estado de Yobe mediante cocinas escolares en colaboración con madres de familia y agricultores locales.

Estas acciones, aunque insuficientes por sí solas, envían un mensaje claro: el pueblo africano no espera salvadores, sino aliados. Pero si nadie responde al llamado, el hambre no solo matará cuerpos, sino también esperanzas.

Nos acercamos peligrosamente a una década perdida para el desarrollo en África, y será imposible hablar de justicia climática o igualdad de derechos mientras millones mueren silenciosamente de hambre política.

Como dijo Nelson Mandela: "Erradicar la pobreza no es un gesto de caridad, es un acto de justicia." ¿Cuántos actos más de injusticia sistemática estamos dispuestos a tolerar?

Este artículo fue redactado con información de Associated Press