La paradoja trumpista: cómo las tarifas de EE. UU. amenazan a sus propios aliados en Europa

A pesar de su cercanía ideológica con Trump, el gobierno húngaro de Orbán no logra escapar del impacto económico de los aranceles estadounidenses

La tormenta perfecta entre aliados ideológicos

En mayo de 2019, el entonces presidente estadounidense Donald Trump recibió con entusiasmo al primer ministro húngaro Viktor Orbán en la Casa Blanca. Ambos lideraron proyectos políticos nacionalistas, euroescépticos y marcadamente conservadores. Su sintonía iba más allá de lo protocolario: compartían visión del mundo.

Pero en 2024, esa aparente fraternidad internacional enfrenta una dura prueba. El anuncio por parte de Trump de nuevos aranceles de hasta el 30% a productos importados desde México y la Unión Europea ha desencadenado un terremoto económico, político y simbólico. En medio de estas tensiones está Hungría, un pequeño socio comercial de EE. UU., que paradójicamente se encuentra en la mira de las mismas sanciones que podrían debilitar su economía.

Las consecuencias económicas: exportaciones sin margen

Hungría representa un caso especial dentro de la UE. Con una economía orientada a la exportación, el país centroeuropeo depende en gran medida de sus ventas al extranjero. Aproximadamente el 15% de sus exportaciones extracomunitarias se dirigen a los Estados Unidos, incluyendo sectores clave como la automoción, la industria farmacéutica y el vino.

El impacto de los aranceles es potencialmente devastador. Péter Virovácz, economista jefe de ING Hungría, advirtió:

“Los aranceles podrían eliminar por completo la posibilidad de que Hungría exporte a EE. UU.”

En declaraciones para medios locales e internacionales, Virovácz señala que se trata de un "escenario catastrófico" para sectores como el vinícola, donde pequeñas empresas como Taste Hungary podrían dejar de operar en el mercado estadounidense por falta de rentabilidad. Dicha empresa ha exportado cerca de 10,000 botellas anuales a Estados Unidos, pero asegura que ante aranceles del 30% tendrá que abandonar completamente el negocio transatlántico.

Lo que las buenas relaciones no pueden comprar

Pese al fuerte alineamiento ideológico entre Trump y Orbán, la política económica proteccionista del expresidente republicano no hace distinción.

Péter Krekó, director del centro de estudios Political Capital, lo resume así:

“Las buenas relaciones bilaterales no compensan los conflictos comerciales entre la UE y EE. UU.”

Esta realidad choca con la apuesta de Orbán de acercarse a Trump como un aliado privilegiado en Occidente. En 2023, el mandatario húngaro incluso declaró que estaba negociando “otros acuerdos económicos” con Washington para contrarrestar los efectos de los aranceles. Pero los expertos coinciden: sin acuerdos comerciales bilaterales concretos, Hungría sufrirá igual que el resto de los socios de la UE.

Industria automotriz y farmacéutica: pilares en jaque

Gran parte de la economía húngara se sustenta en la industria automotriz. Marcas como Audi, Mercedes-Benz y Suzuki operan fábricas en el territorio. Más del 30% de las exportaciones húngaras corresponden a vehículos o partes vinculadas.

Si se imponen aranceles del 30%, como ha amenazado Trump, muchos de estos productos perderían competitividad en el mercado estadounidense, lo que podría conllevar despidos y cierre de líneas de producción.

A esto se suma el sector farmacéutico, vital para el país. Empresas como Gedeon Richter exportan millones en medicamentos hacia EE. UU. La posibilidad de un arancel del 200% a productos farmacéuticos europeos, como también ha sugerido Trump, sería "un golpe de gracia" para esta industria.

“Las amenazas de impuestos del 200% eliminarán cualquier posibilidad de exportación competitiva”, alerta Virovácz.

Interdependencia comercial: ¿autolesión estadounidense?

No solo Europa sufre. También la economía estadounidense podría verse afectada negativamente. Las represalias por parte de la UE ante los aranceles sobre productos como el vino, los autos o los medicamentos provocarían un aumento de precios e inflación. Como señala un informe de la Chamber of Commerce de EE. UU., las tarifas suelen implicar:

  • Reducción de la competitividad para empresas estadounidenses en el extranjero
  • Aumento de precios para consumidores y empresas importadoras
  • Pérdida de empleo en sectores orientados a la exportación

En 2024, el valor del comercio entre EE. UU. y la UE es de más de 1.7 billones de euros (2 billones de dólares), según datos oficiales de Eurostat y la Oficina de Análisis Económico de EE. UU. Medidas arancelarias que afecten esta dinámica inevitablemente tendrían efectos globales.

¿Se pueden excluir aliados?

Aunque se ha especulado con la posibilidad de que Hungría, como país con buena sintonía ideológica con Trump, pudiera negociar una exención, los analistas son escépticos. “Hungría simplemente no tiene las cartas”, afirma Krekó, haciendo eco de la forma directa de hablar del expresidente estadounidense.

Además, las normas de la Organización Mundial del Comercio (OMC) y de la propia Unión Europea impiden que un país miembro haga acuerdos comerciales bilaterales sin autorización comunitaria. Orbán está atrapado en su propia apuesta: sí a Trump, pero sin renunciar a la membresía europea. Y ese equilibrio es, actualmente, insostenible.

Trump, el estratega impredecible

La política comercial de Trump ha sido calificada por muchos como impredecible pero coherente en un punto: el nacionalismo económico. Su estrategia de “America First” ha incluido desde tarifas al acero canadiense hasta amenazas contra Japón o Corea del Sur. Bajo esta lógica, Europa no es sino el nuevo objetivo.

Hungary podría ser una daño colateral en este pulso entre potencias, pero también un ejemplo de cómo las decisiones unilaterales pueden generar fricciones incluso entre aliados estratégicos. No hay pactos ideológicos que amortigüen el peso de una tarifa del 30% cuando esta encarece a niveles insostenibles productos clave para las pequeñas y medianas empresas.

¿Qué camino queda para Hungría?

Sin un tratado de libre comercio entre EE. UU. y la UE, Hungría tiene pocas opciones. Su dependencia del comercio exterior hace que cualquier barrera arancelaria se transforme en crisis estructural. Pese a su intento de declararse como un aliado cercano de la política trumpista, las reglas del juego económico global se imponen al amiguismo geopolítico.

El gobierno de Orbán, enfrentado a Bruselas en múltiples temas —desde el estado de derecho hasta la política migratoria—, quizá necesite reconciliarse con el núcleo de la UE si intenta proteger su capacidad exportadora. Irónicamente, su mejor carta contra Trump podría ser reforzar el bloque comunitario que tanto ha criticado.

¿Es esto un ensayo del futuro?

Si Trump regresa a la Casa Blanca, esta historia podría multiplicarse. No solo Hungría, sino países aliados de Estados Unidos por razones ideológicas podrían verse sorprendidos por intereses económicos que no reconocen ese tipo de lealtad. El nacionalismo económico, al final, es nacionalismo, sin adjetivos sentimentalistas.

Lo expresó claramente Gábor Bánfalvi, empresario húngaro que exporta vinos a EE. UU.:

“Uno empieza a preguntarse por qué estamos haciendo esto. No es realmente una forma rentable de ganar dinero”.

La realpolitik económica no perdona. Hungría y muchos otros están aprendiendo que, en el juego de las tarifas, ni la ideología ni la admiración garantizan inmunidad.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press