La Frontera Militarizada: Una Estrategia de Trump que Redefine la Seguridad Nacional
El despliegue sin precedentes del ejército en la frontera con México expone tensiones legales, humanas y políticas detrás de la política migratoria de EE.UU.
Una frontera armada hasta los dientes
La frontera entre Estados Unidos y México, particularmente en zonas como Nogales, Arizona, se ha convertido en un escenario donde la presencia militar ha pasado de ser simbólica a estratégica. Desde que Donald Trump asumió la presidencia en 2017, su promesa de una política inmigratoria fuerte y contundente ha cristalizado no solo en muros de concreto o alambre de púas, sino también en botas, rifles y helicópteros.
Actualmente, más de 7,600 efectivos de diversas ramas del ejército patrullan la frontera sur, en comparación con los 2,500 registrados antes del aumento más reciente. La cifra viene acompañada de una infraestructura táctica: vehículos blindados Stryker, drones de vigilancia, y hasta un centro de comando militar instalado en la remota base de inteligencia del Ejército en Fort Huachuca.
Una estrategia militar para disuadir migrantes
Los militares no realizan detenciones de rutina —lo cual sigue siendo competencia de la Patrulla Fronteriza—, pero en zonas específicas designadas como “zonas militarizadas” tienen autorizaciones especiales, incluyendo detener a personas que crucen ilegalmente terrenos militares o bases aéreas cercanas.
“La disuasión en realidad es aburrida”, confiesa la Sargento de 24 años Ana Harker-Molina, una inmigrante panameña que se naturalizó estadounidense y ahora patrulla la zona con un fusil M5. Aunque rara vez hay acción, ella sostiene que el simple hecho de que los soldados estén presentes hace pensar dos veces a los potenciales cruzadores.
El General de División Scott Naumann, quien lidera la misión, remarca: “Podemos desplegarnos rápidamente en zonas remotas donde los carteles desvían su tráfico. No tenemos sindicatos ni límites de horas. Nuestra capacidad de respuesta es incomparable”.
Un descenso en los cruces ilegales... pero sin bajar la guardia
En una paradoja que desconcierta a algunos, el número de aprehensiones en la frontera ha caído hasta niveles inéditos en 60 años, según datos de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza. Sin embargo, la estrategia militar no se ralentiza. Para Naumann, la baja es una victoria, pero también un espejismo: “Las temperaturas extremas del verano disuaden, pero apenas bajen, veremos un repunte”.
Mientras tanto, soldados vigilan día y noche con detectores de calor y sensores infrarrojos que pueden localizar personas en movimiento en las tinieblas desérticas. A esto se suman esfuerzos físicos como la colocación de nuevas capas de alambre de púas y la reactivación de sectores del tan debatido muro fronterizo.
La figura legal bajo la lupa: ¿violación del Posse Comitatus Act?
El incremento del protagonismo militar plantea una interrogante legislativa: ¿viola esto el “Posse Comitatus Act” de 1878? Esta ley prohíbe que los militares ejerzan funciones de policía civil en el territorio estadounidense. Según Joshua Kastenberg, profesor de Derecho en la Universidad de Nuevo México y ex juez militar, la situación es ambigua: “Puede que lo vulnere, o puede que no. La ley es clara respecto a ciertas limitaciones, pero también hay excepciones, como la defensa de instalaciones militares”.
Por su parte, Dan Maurer, profesor de Derecho en Ohio Northern University, lo interpreta más como una declaración política que estrategia legal: “Esto forma parte de una campaña visual para que Trump le garantice a su base que está cumpliendo su promesa de frenar la inmigración”.
El enemigo invisible: los “got-aways”
Muchos de los esfuerzos actuales se centran en los “got-aways”, término con el que se identifica a los individuos que logran esquivar a la Patrulla Fronteriza y desaparecer dentro del territorio estadounidense. Según cifras internas, miles de personas logran hacerlo cada mes, usando desde vehículos de contrabando hasta rutas trazadas por carteles.
“Puede que sólo tengamos segundos antes que un migrante se suba a una camioneta y desaparezca en una ciudad, o días si logran disimular su paso por áreas boscosas o desiertos”, explica Naumann.
A pesar del descenso en el flujo de inmigración, el gobierno ha propuesto contratar 3,000 nuevos agentes de la Patrulla Fronteriza, cada uno con una bonificación de firma de hasta 10,000 dólares. Para la Casa Blanca, esto subraya que la baja en los cruces no es excusa para desmovilizar.
Impacto en comunidades fronterizas y críticas de derechos humanos
Nogales, una ciudad dividida por el muro y las patrullas, vive su nueva cotidianeidad con resignación. Los residentes ven pasar vehículos militares junto a sus edificios, helicópteros que inspeccionan desde lo alto, y soldados haciendo guardia en lo que antes eran laderas desérticas y tranquilas.
Organizaciones humanitarias como Amnesty International han denunciado que la militarización fomenta un “estado de excepción perpetuo” en la frontera, donde los derechos civiles pueden ser ignorados arbitrariamente.
Además, diversos estudios indican que el endurecimiento del control fronterizo no detiene la inmigración, sino que la transforma. Según el Migration Policy Institute, muchos migrantes toman rutas más desesperadas y peligrosas, aumentando las muertes en el desierto: en 2022, más de 850 personas fallecieron intentando cruzar la frontera sur—aumentando así la letalidad del fenómeno sin resolver sus causas estructurales.
Una misión sin fin definido
“Estamos teniendo ciertos éxitos, las tendencias van en dirección positiva”, sostiene Scott Naumann. No obstante, admite que no hay una fecha límite para la misión. Esa indefinición convierte la frontera en un escenario permanente de vigilancia militar, donde lo que comenzó como respuesta puntual ha devenido en estructura institucional.
En resumen, la estrategia migratoria de Trump convierte a la frontera en una suerte de laboratorio de seguridad nacional. Un lugar donde la línea entre defensa y vigilancia masiva se desdibuja; donde civiles no siempre saben si ser observados significa estar protegidos o vigilados. Entre miles de metros de alambre, sensores térmicos y botas sobre el terreno, lo que despliega Estados Unidos en su frontera con México no es solo poder militar, sino también una visión: la de una nación que, frente a un mundo cambiante, responde con muros y soldados.
¿Qué vendrá después?
Con la elección presidencial en el horizonte y el tema migratorio aún como uno de los puntos más calientes del discurso político estadounidense, la militarización de la frontera podría no solo perdurar, sino evolucionar en nuevas formas. ¿Veremos bases militares permanentes a lo largo de la frontera? ¿Sistemas automatizados con inteligencia artificial? ¿Sanciones aún más severas para los que cruzan?
Lo cierto es que lo que comenzó como una promesa de campaña terminó transformando por completo el paradigma fronterizo estadounidense.