Túnez, cuatro años después del 25 de julio: ¿Renacimiento autoritario o defensa del pueblo?
La efeméride de la fundación de la república se transforma en símbolo de protesta contra el poder absoluto de Kais Saied
El 25 de julio, una fecha cargada de simbolismo en Túnez, ha tomado un nuevo significado desde que el presidente Kais Saied tomara medidas extraordinarias en 2021 para concentrar el poder en sus manos. Tradicionalmente, este día se celebraba como el aniversario de la proclamación de la república en 1957, un hito en el camino del país hacia la autodeterminación tras décadas de colonialismo francés. Pero hoy, cuatro años después de las decisiones más radicales de su historia reciente, Túnez enfrenta una batalla ideológica y civil sobre el rumbo de su democracia.
El contexto histórico: del despertar democrático al retroceso autoritario
Tras la revolución de 2011 que dio inicio a la llamada Primavera Árabe, Túnez fue celebrado como ejemplo de transición democrática pacífica en el mundo árabe. La adopción de una nueva constitución en 2014 y la realización de elecciones multipartidistas consolidaron esta imagen. Sin embargo, las tensiones nunca estuvieron del todo resueltas. El sistema parlamentario multipartidista generó gobiernos inestables y fragmentados, lo cual, junto con una profunda crisis económica, provocó un creciente desencanto ciudadano.
Fue en ese clima de crisis que Kais Saied, un antiguo profesor de derecho constitucional, elegido presidente en 2019 con una abrumadora mayoría, decidió intervenir. El 25 de julio de 2021, disolvió el Parlamento, cesó al primer ministro y comenzó a legislar por decreto. Justificó su decisión alegando una "situación extraordinaria" y la necesidad de combatir la corrupción y la ineficiencia del sistema político. Para algunos sectores, fue una maniobra valiente y necesaria. Para otros, un golpe de Estado encubierto.
El otro 25 de julio: protestas y simbolismo
Este año, manifestantes se reunieron en la capital, Túnez, para conmemorar lo que consideran no un aniversario republicano, sino el inicio de una deriva autoritaria. Al grito de “sin miedo, sin terror, el poder al pueblo”, exigieron el fin de la represión estatal y la liberación de numerosos presos políticos.
Entre los manifestantes, muchas mujeres lideraron las consignas, reclamando justicia para figuras políticas encarceladas como Abir Moussi—líder del partido Free Destourian—y la abogada Sonia Dahmani, ambas expresiones de distintas corrientes ideológicas dentro del espectro político tunecino. También fueron recordados Rached Ghannouchi, expresidente del Parlamento y líder del movimiento islamista Ennahda, quien permanece detenido, y otros opositores perseguidos.
Un detalle simbólico que marcó la jornada fue una jaula vacía portada en la manifestación, representación del estado opresivo actual y de una democracia "enjaulada". El mensaje era claro: la república por la que lucharon durante la revolución no es la que se vive en 2024.
Un poder cada vez más centralizado
Desde su maniobra de 2021, Kais Saied ha reconfigurado profundamente el panorama institucional: ha aprobado una nueva constitución mediante referéndum en 2022 que otorga al presidente amplios poderes, y ha limitado la capacidad de la oposición y del poder judicial para fiscalizarlo.
Este viraje político ha sido denunciado por organismos internacionales y locales. Según Amnistía Internacional, Túnez vive una represión sistemática contra voces disidentes, incluyendo periodistas, activistas y ciudadanos comunes. Las acusaciones de “socavar la seguridad del Estado” han sido utilizadas con frecuencia para justificar arrestos sin debido proceso.
La economía como detonante del descontento
Paralelamente, Túnez afronta una grave crisis económica. La inflación supera el 10%, el desempleo juvenil ronda el 40%, y el país ha tenido dificultades para alcanzar acuerdos de financiamiento con el FMI. Las tensiones con los sindicatos y el aumento del costo de vida han llevado a huelgas frecuentes y a una creciente fragmentación social.
En este contexto, Kais Saied ha adoptado una retórica nacionalista que, si bien es popular entre ciertos sectores, ha profundizado el aislamiento internacional del país. Su negativa a aceptar “condiciones externas” para recibir ayuda financiera ha enfriado relaciones con la Unión Europea y ha abierto la puerta a influencias alternativas, como China o países del Golfo, en un intento por reposicionar a Túnez geopolíticamente.
Crítica desde dentro: ¿autocracia en proceso o democracia en crisis?
Las voces críticas dentro de la sociedad no cesan. Samir Dilou, exministro de derechos humanos y miembro de Ennahda, resumía así el sentir de muchos: “El 25 de julio solía marcar la fundación de la república. Ahora marca su desmantelamiento. El poder absoluto es corrupción absoluta”.
Incluso antiguos aliados de Saied han comenzado a cuestionarlo. Líderes sindicales y académicos advierten que la concentración de poder no ha resuelto los problemas estructurales del país. Por el contrario, aseguran que ha debilitado instituciones clave y limitado el diálogo político necesario para lograr consensos duraderos.
El papel de los jóvenes y de la sociedad civil
De modo irónico, quienes lideraron la revolución de 2011 —los jóvenes y los activistas digitales— son también quienes ahora enfrentan la represión del gobierno. Mientras que las redes sociales fueron una herramienta de liberación hace una década, hoy son vigiladas y usadas como evidencia judicial contra usuarios críticos.
Esto ha generado una nueva evolución en la protesta: el arte, la sátira política y las expresiones callejeras han cobrado fuerza como herramientas de resistencia pacífica. Murales criticando el autoritarismo o performances teatrales en espacios públicos son cada vez más comunes, desatando intercambio cultural y solidaridad ciudadana, incluso desde el exilio.
¿Hacia dónde va Túnez?
Cuatro años después del quiebre institucional, el balance es ambiguo. Si bien hay sectores que siguen respaldando a Saied —persuadidos por su discurso anti-élite y antipartidos—, crece la percepción de estancamiento autoritario. La marcha del pasado 25 de julio lo dejó claro: para muchos, el experimento de Saied no está dando frutos en mejorar la calidad de vida o fortalecer el Estado de Derecho.
La comunidad internacional observa con preocupación. La Alta Representación de la Unión Europea ha pedido respeto a los derechos humanos y elecciones libres, transparentes e inclusivas en el futuro. Estados Unidos ha reducido parcialmente su ayuda. Túnez, otrora modelo de la Primavera Árabe, corre el riesgo de convertirse en otra promesa rota.
¿Puede la historia repetirse?
La historia tunecina no es ajena a ciclos de autoritarismo y resistencia. Desde Bourguiba, el primer presidente, considerado padre de la república, hasta Ben Ali, derrocado en 2011, los tunecinos conocen el costo de la centralización excesiva del poder.
El futuro de Túnez parece, por ahora, suspendido entre dos 25 de julio: el de 1957, esperanza republicana; y el de 2021, símbolo de ruptura democrática. La pregunta que divide al país es: ¿cuál define mejor el presente?
“Nos prometieron dignidad y libertad durante la revolución”, dijo una manifestante. “Hoy tenemos miedo de hablar. Pero incluso con miedo, resistimos”.