Lujo dorado y vidas invisibles: el precio humano del auge inmobiliario en Dubái
Mientras las torres brillan en el horizonte emiratí, miles de trabajadores migrantes viven en condiciones precarias, atrapados entre promesas económicas y una política de vivienda excluyente
Dubái: un oasis de opulencia con un lado oculto
Dubái se ha posicionado globalmente como un emblema del lujo, la innovación arquitectónica y el crecimiento económico acelerado. Sus rascacielos, hoteles de siete estrellas y centros comerciales colosales atraen a inversionistas y turistas por igual. Sin embargo, bajo ese escaparate reluce otra realidad: una ciudad construida, mantenida y habitada por una mayoría de trabajadores extranjeros que enfrentan condiciones de vida extremas.
El crecimiento vertiginoso tras la pandemia de COVID-19 ha impulsado la movilización de millones de personas hacia Dubái. Según informes del gobierno emiratí, su población actual se sitúa cerca de los 3.9 millones de residentes, con una proyección de crecimiento que alcanzaría los 5.8 millones para el año 2040.
Migrantes: los cimientos invisibles de una ciudad brillante
Como ocurre en muchas economías del Golfo Pérsico, la infraestructura moderna de Dubái está apoyada en el trabajo de obreros, conserjes, conductores de taxi y empleadas domésticas provenientes de Asia y África. Muchos de estos trabajadores se incorporan con contratos temporales y salarios bajísimos, que oscilan entre los 300 y 550 dólares mensuales.
Estos trabajadores suelen enviar parte de ese ya escaso ingreso a sus familias en el extranjero, lo que les deja pocas opciones para costear el alto coste de vida en Dubái, donde, por ejemplo, un renta promedio de un apartamento de una habitación alcanza los 1.400 dólares al mes, de acuerdo con datos de la firma inmobiliaria Engel & Völkers.
Una ciudad sin espacio para los que la construyen
Ante la imposibilidad de acceder a rentas en el mercado formal, los trabajadores migrantes buscan opciones alternativas: habitaciones subdivididas, apartamentos compartidos con hasta 20 personas o simples literas en espacios comunes. Pagando entre 220 y 270 dólares al mes por un pedazo de piso o una litera, estos espacios compartidos y, en muchos casos, improvisados, representan su única opción.
Pero desde el año pasado, el emirato ha iniciado una campaña agresiva contra estas formas de vivienda por considerarlas peligrosas, especialmente frente al riesgo de incendios. En junio, un incendio en un rascacielos de 67 pisos en Dubai Marina obligó a evacuar a más de 3.800 residentes. La causa: apartamentos subdivididos ilegalmente que dificultaron las labores de rescate.
Seguridad vs. Supervivencia
Tras el incendio, las autoridades intensificaron las inspecciones. La Municipalidad de Dubái justificó la campaña señalando que buscaba "garantizar los estándares más altos de seguridad pública". Sin embargo, no ofreció alternativas claras para quienes ya no pueden costear una vivienda legal.
Para personas como Hesham, un trabajador egipcio de 44 años, esta política representa una amenaza directa a su supervivencia. Él paga 270 dólares mensuales por vivir en un espacio —una especie de armario adaptado— dentro de un apartamento para diez personas. "No tenemos otra opción", relata.
Otro caso es Ebony, una ghanesa de 28 años, que fue expulsada de su anterior vivienda. Ahora comparte una habitación con 14 personas, y a veces con más de 20. La falta de privacidad, el hacinamiento y el miedo constante a un desalojo forman parte de su rutina.
Un sistema sin refugio
En teoría, los empleadores están obligados a proporcionar vivienda si un trabajador gana menos de 400 dólares al mes. Sin embargo, gran parte del empleo en Dubái ocurre de manera informal, lo que hace difícil supervisar las condiciones verdaderas en las que viven los migrantes.
Steffen Hertog, profesor experto en mercados laborales del Golfo en la London School of Economics, advierte que la ofensiva contra la vivienda informal probablemente aumentará los alquileres entre los más pobres. "Eso generará mucho estrés en personas que ya de por sí están en una situación muy precaria", afirma.
Sin sindicatos ni salario mínimo
El sistema legal emiratí carece de muchos derechos laborales fundamentales. Los sindicatos están prohibidos y no existe un salario mínimo. Por tanto, los trabajadores migrantes tienen poca o nula capacidad para negociar mejores condiciones. Además, la mayoría no tiene acceso a los beneficios gubernamentales reservados exclusivamente para ciudadanos emiratíes, como ayudas para vivienda o asistencia económica directa.
Una contradicción con aroma a petróleo
La United Arab Emirates (UAE), de la cual Dubái forma parte, se proyecta internacionalmente como una tierra de oportunidades. Sin embargo, su modelo económico sostiene un contraste dramático: mientras una minoría disfruta de yates, autos de lujo y restaurantes estrellados, la mayoría habita en condiciones que rozan la penuria.
Según un análisis de Knight Frank, aproximadamente uno de cada cinco domicilios en Dubái tiene un valor superior al millón de dólares. Y mientras se construyen nuevos conjuntos residenciales de ultralujo, los espacios asequibles se transforman en objetos en extinción.
Sueños suspendidos sobre drywall y cortinas
Al caminar por la ciudad antigua de Deira o las periferias de Al Quoz y Sonapur, uno encuentra paredes improvisadas con cartón, cortinas de baño que dividen estancias, y literas amontonadas en habitaciones sin ventilación. Todo esto ocurre en paralelo a zonas como Downtown Dubai o Palm Jumeirah, donde el metro cuadrado de departamento puede superar los 8.000 dólares.
Hassan, un guardia de seguridad ugandés de 24 años, comparte cama en un departamento clandestino. "Te pueden decir que salgas sin darte opción. Sin lugar a dónde ir," señala con resignación.
¿Qué queremos decir cuando hablamos de progreso?
El crecimiento urbano de Dubái y su capacidad para atraer capital extranjero son innegables. Pero también lo es la desigualdad estructural que reproduce. El arquitecto y urbanista británico Doug Saunders ya advertía en su libro Arrival City cómo las ciudades que no integran formalmente a sus migrantes terminan socavando su propio tejido económico y social.
La historia moderna de Dubái se cuenta frecuentemente desde sus hazañas tecnológicas y récords arquitectónicos. Pero tal vez es tiempo de reescribir esa narrativa incluyendo también a quienes, sin aparecer nunca en las postales, han hecho posible ese colosal crecimiento.
La ciudad de los imposibles
Frente a la pregunta de “¿qué quieren que hagamos?”, que reflejan Ebony, Hesham y muchos otros, el silencio estatal resuena con fuerza. Las promesas de modernidad y prosperidad, que tanto atraen al mundo, se desvanecen entre las paredes agrietadas de los alojamientos irregulares.
¿Será posible un Dubái que combine progreso urbano con justicia habitacional? ¿Puede la ciudad-ícono del capitalismo global escuchar las voces de quienes sostienen su base y repensar un modelo urbano más inclusivo? Quizás la verdadera pregunta no esté en si puede, sino en si quiere hacerlo.