Cómo cultivar el amor por la jardinería en los niños: una semilla para toda la vida
Fomentar la conexión de los pequeños con la naturaleza es más que un pasatiempo veraniego; es una inversión en salud, responsabilidad y felicidad
Una infancia con tierra bajo las uñas
Recuerdo con nostalgia los veranos interminables de mi infancia: correr descalzo por el jardín, hacer pasteles de barro y observar con asombro las luces titilantes de las luciérnagas al caer la tarde. Hoy, la escena es muy distinta. Las pantallas acaparan la atención de niños cada vez más pequeños, desplazando ese vínculo natural con el mundo exterior. Sin embargo, es posible sembrar desde temprano una pasión por la naturaleza. ¿Cómo? A través de la jardinería.
Por qué empezar cuanto antes
La clave está en comenzar cuando son pequeños. Una investigación de Frontiers in Psychology demuestra que los niños expuestos desde temprana edad a ambientes naturales muestran mejores niveles de atención, regulación emocional y bienestar general. Además, se incrementan la independencia y las habilidades de toma de decisiones.
La jardinería, en particular, enseña valores como la paciencia, la responsabilidad y el respeto por los ciclos de la vida. Y si se cultivan alimentos, también puede promover una alimentación más saludable a largo plazo.
Permíteles elegir sus plantas
Llevar a los niños a un vivero y permitir que elijan qué cultivar les da una sensación de control y entusiasmo. Podrían optar por flores silvestres porque les gusta su color, o por zanahorias porque les encanta comerlas. Lo importante es que la elección sea suya. Eso sí, verifica que las plantas sean adecuadas para el entorno (¿sol o sombra?) y seguras (algunas hojas como las del tomate o el ruibarbo son tóxicas).
Una herramienta útil es la base de datos del Centro Nacional de Control de Envenenamientos de EE.UU.
Su propio rincón verde
El siguiente paso es asignarles un espacio que sientan suyo: un pedazo del jardín o una maceta con buen drenaje. Con ayuda de una regla o un palo marcado, pueden medir su espacio y ponerle nombre: “El Jardín de Paula” o “Las Caléndulas de Leo”. Incluso pueden inventar nombres divertidos para cada planta.
Este nivel de personalización despierta sentido de pertenencia y cuidado. ¡Es mucho más difícil olvidar regar a una planta llamada ‘Capitán Girasol’!
Herramientas a su medida
Proporcionar herramientas adecuadas a su tamaño es otro paso estratégico. En lugar de confiarles tus instrumentos de jardinería de adulto, adquiere kits infantiles o adapta cucharas de cocina. Las tiendas de reciclaje, ventas de garaje o incluso Amazon ofrecen equipos accesibles y seguros.
Dejar que se ensucien (y que se equivoquen)
Hay lecciones que solo se aprenden con experiencia directa: dejarse llevar por la emoción y cosechar un tomate verde, por ejemplo, resulta una decepción al probarlo. Pero esa vivencia enseña más que cualquier advertencia verbal.
Los errores también abren espacios de reflexión: ¿qué necesitan las plantas? ¿Más agua, menos sol? Permitir que experimenten libremente fortalece su autonomía.
Asociar el cuidado vegetal con el humano
Explícales que las plantas, como ellos, necesitan alimento (fertilizante), hidratación y descanso. Enseñarles a observar señales de deshidratación o carencia nutricional despierta sentido de empatía y observación.
Observar juntos la trayectoria del sol ayuda a decidir el mejor sitio para la maceta o la parcela. Además, mirar el jardín desde dentro de casa también les motiva: su esfuerzo es visible y celebrable.
Agenda y calendario: aliados inesperados
Colocar un calendario en la nevera o su habitación convierte el cuidado del jardín en una actividad estructurada. Regar, desmalezar o voltear la tierra pueden acompañarse de listados para tachar. Eso libera dopamina —lo mismo que al completar cualquier tarea— y refuerza la constancia.
Jardinería como terapia y vínculo familiar
Una revisión en la revista científica Preventive Medicine Reports indica que la jardinería mejora el humor, la concentración y alivia el estrés en niños y adultos por igual. Además, permite pasar tiempo en familia de forma productiva y creativa, alejados de los celulares.
Consejos para mantener el interés
- Hazlo divertido. Crea competencias sanas: ¿quién siembra los girasoles más altos?
- Registra el progreso. Usen fotos semanales o un diario de jardín.
- Asocia la cosecha a actividades familiares: cenar usando albahaca del jardín o hacer limonada con menta plantada juntos.
- Introduce sorpresas: semillas que brotan rápido, como los rábanos o el trigo de gato, aseguran resultados inmediatos que estimulan la paciencia.
La ciencia detrás del contacto con la Tierra
Estudios han demostrado que la bacteria Mycobacterium vaccae, presente en suelos naturales, estimula la producción de serotonina, mejorando el estado de ánimo. Es decir, ensuciarse las manos con tierra puede hacernos más felices (Lowry et al., 2007 – Universidad de Bristol).
Incluso si no tienes jardín...
Las limitaciones de espacio no son una excusa. Se puede cultivar en balcones, terrazas o en interiores con luz natural. Utiliza botellas recicladas, latas o cajas de madera con agujeros de drenaje. Lo importante es la constancia, no la sofisticación del diseño paisajista.
Además, existen opciones como huertos comunitarios, actividades escolares o talleres municipales que enseñan jardinería urbana a niños.
Más allá de flores y vegetales
La jardinería no solo produce alimentos; cultiva autoestima, sentido de logro y conexión. Es un refugio de calma en un mundo hiperconectado. Darle a un niño una semilla es darle una lección de confianza: “Tú puedes cuidar esto, y hacerlo florecer.”
Testimonios reales
Según Dina Colón, madre y voluntaria en la granja urbana Crossroads Farm de Malverne, Nueva York: “Mis hijos vienen felices cada semana a ver cómo crecen sus pepinos. Le ponen nombre a cada planta y se pelean por quién las va a regar. Es hermoso cómo asumen la responsabilidad sin que uno tenga que recordarles”.
Un legado vital
Cuando los niños aprenden a respetar la vida vegetal, también entienden el valor del tiempo, del cuidado y del esfuerzo. No es solo una actividad; es una inversión a futuro.
Quizás, con suerte, esos niños que hoy riegan con regaderas en miniatura serán adultos que sabrán buscar paz entre flores y verduras, y enseñarán a sus propios hijos a hacer lo mismo.