Tensión en Tennessee: el dilema ético y logístico del caso Byron Black y la pena de muerte

Entre decisiones médicas, obstáculos legales y objeciones morales, la ejecución del preso Byron Black reabre un debate incómodo sobre el papel del sistema de salud en la aplicación de la pena capital

El sistema judicial y médico de Tennessee se encuentra en el centro de una tormenta ética y legal sin precedentes. La próxima ejecución de Byron Black, un recluso del corredor de la muerte de 69 años condenado por un triple asesinato en 1988, ha desatado una serie de conflictos entre tribunales, agencias estatales y hospitales locales. Todo gira en torno a un dispositivo médico implantado en su pecho: un desfibrilador automático cardíaco que podría interferir dramáticamente con el procedimiento de ejecución, y especialmente con el protocolo de inyección letal del estado.

¿Quién es Byron Black? Un caso con décadas de historia

Byron Black fue condenado por el asesinato de su pareja Angela Clay y sus dos hijas, Latoya de 9 años y Lakeisha de 6. El crimen se cometió mientras él se encontraba en libertad bajo un esquema de trabajo temporal, cumpliendo otra condena por haber herido de bala al exesposo de Clay. Desde entonces, ha pasado más de tres décadas en prisión. Su ejecución está programada para el 5 de agosto, convirtiéndose en uno de los casos más controvertidos del estado.

El caso de Black ha sido utilizado durante años por activistas en contra de la pena de muerte como un ejemplo del sistema punitivo estadounidense y de las fallas del proceso, incluyendo retrasos, condiciones médicas complicadas y el tratamiento de presos con potenciales discapacidades intelectuales, una alegación que su defensa ha mantenido por años.

El corazón del problema: un desfibrilador implantado

En términos médicos, Byron Black tiene implantado un desfibrilador automático implantable (DAI), un dispositivo que detecta arritmias cardíacas y emite impulsos eléctricos para restaurar el ritmo normal del corazón. Durante una ejecución mediante inyección letal, específicamente con pentobarbital como agente, se puede desencadenar actividad cardiaca irregular que activa el DAI.

Esto, según sus abogados, puede convertir la ejecución en un espectáculo cruel, ya que el desfibrilador sería estimulado una y otra vez en un intento inútil por revivir al paciente, generando convulsiones visibles y dolor innecesario. Es decir, una ejecución cruel e inusual, prohibida por la Octava Enmienda de la Constitución estadounidense.

El fallo judicial y la exigencia médica

Una jueza de Nashville ordenó al Departamento de Correcciones de Tennessee que el dispositivo de Black sea desactivado médicamente el día anterior a la ejecución. Como parte del cumplimiento, los funcionarios del estado dijeron que Nashville General Hospital —un hospital público de la ciudad— accedió a hacerlo en sus instalaciones, aunque no acudiría a la prisión el día de la ejecución.

Pero esta afirmación fue refutada tajantemente por una portavoz de la institución médica. El hospital negó rotundamente haber accedido a participar de la desactivación, y destacó que no tuvo contacto con las autoridades del Departamento de Corrección para coordinar el procedimiento.

“El hospital no tiene ningún rol en las ejecuciones del Estado,” dijo la portavoz Cathy Poole. “Cualquier afirmación de participación fue prematura e inexacta.”

La ética médica en juego

Más allá del problema logístico, lo que está en el centro del conflicto es la ética profesional. La participación de médicos en ejecuciones está prohibida por los códigos de ética de las principales asociaciones médicas de Estados Unidos, incluyendo la American Medical Association y la Society of Correctional Physicians.

Estas organizaciones consideran que manipular un desfibrilador para permitir una muerte por ejecución contradice el principio fundamental de la medicina de “no hacer daño”. Las directrices éticas prohíben expresamente cualquier asistencia médica cuyo objetivo sea facilitar una muerte provocada por el Estado.

Un Estado bajo presión

La batalla legal se intensificó cuando el estado de Tennessee solicitó al Tribunal Supremo estatal que revise el mandato de la jueza. Argumentaron que la orden entra en conflicto con la seguridad pública, técnica operativa y con la autoridad legal del tribunal inferior. También mencionaron el riesgo de transporte desde la prisión hasta el hospital —unos 11 kilómetros— ante posibles protestas u obstáculos imprevistos.

También afirmaron que el desfibrilador podría no generar ningún efecto adverso durante la ejecución, y que en caso de emitir impulsos eléctricos, estos no serían percibidos por Black bajo los efectos del pentobarbital.

Además, consideraron una amenaza a la soberanía del Estado que una corte civil interfiera en los métodos de ejecución, ya que las legislaturas han otorgado a las agencias de corrección la potestad de establecer y aplicar estos procedimientos.

Los abogados insisten: un espectáculo grotesco está por venir

Para Kelley Henry, abogada representante de Black, este proceso ha sido “mal manejado desde el principio”. También denunció que ninguna autoridad del estado se ha ocupado realmente de buscar alternativas médicas compasivas ni ha explorado opciones respetuosas con la dignidad del recluso.

“Mi esperanza es que el Gobernador emita una prórroga y evite este espectáculo siniestro” —Kelley Henry

Henry también subrayó que no existe evidencia de amenaza real de seguridad en el traslado del anciano recluso ni de parte de los activistas que, en general, protestan de forma pacífica frente a ejecuciones con oraciones y vigilias.

¿Qué dice la historia? Medicina y ejecuciones en Estados Unidos

La relación entre medicina y pena capital ha sido históricamente controversial. Desde que se instauró la inyección letal —diseñada en los años 70 en Oklahoma como método “más humano”—, se ha recurrido a personal médico para establecer dosis, preparar soluciones e incluso administrar el contenido.

Sin embargo, a lo largo de los años, cada vez más instituciones se han desvinculado de tales actividades. Estados como California, Florida y Texas han enfrentado litigios debido a complicaciones médicas durante ejecuciones, incluyendo colapsos venosos, errores de dosificación, reacciones inesperadas y, en algunos casos, ejecuciones fallidas.

Uno de los casos más conocidos fue el de Clayton Lockett en Oklahoma en 2014, quien tardó más de 40 minutos en morir luego de que se administrara mal la inyección letal. Su agonía visible desató protestas nacionales e impulsó nuevas demandas por parte de defensores de derechos humanos.

La ejecución como espectáculo público

Casos como el de Byron Black reabren un debate intrínsecamente perturbador sobre la aplicación literal de justicia con métodos cercanos a la tortura. La desactivación de un desfibrilador parece un gesto menor desde la óptica legal, pero es una alegoría del dilema moral profundo que enfrenta la sociedad estadounidense ante la pena capital.

¿Debe el Estado privar de la vida cuando no puede garantizar siquiera que el proceso no infringirá la dignidad humana o médica? ¿Qué papel deben jugar los hospitales públicos en estos procesos? ¿No es toda esta logística una muestra de lo ineficaz e inhumana que se ha vuelto la pena de muerte?

¿Un precedente peligroso?

El hecho de que una corte deba ordenar acciones médicas a través de mandatos judiciales y que un hospital público opte por desobedecer dicha orden marca un precedente complejo. También podría detonar una serie de litigios constitucionales sobre la separación de poderes y los límites administrativos sobre instituciones autónomas como hospitales universitarios o públicos.

Además, pone el foco sobre las condiciones de salud en las cárceles y la necesidad de adaptar los protocolos de ejecución a un contexto cada vez más envejecido: muchos condenados a muerte superan los 60 años y presentan problemas médicos severos, obstaculizando la aplicación de castigos “convencionales”.

El silencio del Gobernador

Hasta el momento, el Gobernador de Tennessee, Bill Lee, no ha comentado públicamente sobre si otorgará un indulto, una suspensión o modificación en la ejecución de Byron Black. El caso está bajo revisión tanto en una corte estatal como en una apelación federal. También se ha presentado una solicitud formal de clemencia basada en la discapacidad intelectual del recluso.

El tiempo corre y cada hora que pasa coloca más presión no solo sobre los tribunales, sino también sobre la conciencia moral colectiva de un estado que mantiene la pena de muerte en vigor, pero cuyo sistema no está preparado ni logísticamente ni éticamente para ejecutarla de manera consistente con los valores que dice representar.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press