Bukele y El Salvador: ¿Democracia en ruinas o voluntad del pueblo?
La reciente reforma constitucional que permite la reelección indefinida del presidente Nayib Bukele ha encendido las alarmas sobre el futuro democrático del país centroamericano
En la madrugada del viernes, El Salvador vivió uno de los momentos más polarizadores y significativos de su historia política reciente. La Asamblea Legislativa, controlada en su mayoría por el partido Nuevas Ideas del presidente Nayib Bukele, aprobó una reforma constitucional que elimina el límite de reelección presidencial, extiende los periodos presidenciales a seis años y suprime la segunda vuelta electoral.
¿El salvador de El Salvador o el nuevo autócrata de Centroamérica?
Nayib Bukele, autoproclamado como el “dictador más cool del mundo”, ha construido una narrativa en la que su lucha contra las pandillas y la corrupción le ha valido una popularidad sin precedentes en la nación. Desde su llegada al poder en 2019, ha desbaratado el bloque tradicional bipartidista, reemplazándolo con una aplanadora política hecha a su medida: Nuevas Ideas.
Sin embargo, lo que para muchos ha significado orden y seguridad, para otros representa un proceso sistemático de erosión democrática. Entre sus acciones más comentadas están el uso de las fuerzas armadas para presionar al Congreso en 2020, la purga del sistema judicial en 2021 y la imposición de un estado de excepción desde 2022, todo bajo el manto de la “guerra contra las pandillas”.
La reforma constitucional: ¿mandato popular o legalización del autoritarismo?
Con 57 votos a favor y solo 3 en contra, Bukele consiguió luz verde para lo que muchos temían: la posibilidad de mantenerse en el poder de forma indefinida. Además, con estas reformas se elimina la segunda vuelta electoral, una herramienta diseñada, precisamente, para evitar que un candidato con apoyo limitado imponga su agenda sin necesidad de generar grandes consensos.
¿El argumento de sus defensores? Que “en Europa tampoco hay límite de mandatos presidenciales”, según Damian Merlo, lobbista estadounidense que ha trabajado con el gobierno. Pero los críticos, como la diputada opositora Claudia Ortiz, replican que Europa cuenta con pesos y contrapesos institucionales que en El Salvador han sido completamente debilitados.
Un camino de represión progresiva
Desde hace años diversos organismos internacionales, organizaciones no gubernamentales y activistas han venido denunciando el creciente autoritarismo del gobierno de Bukele. Según cifras oficiales, más de 86,000 personas han sido arrestadas durante el régimen de excepción, que continúa vigente desde marzo de 2022. Representa más del 1% de la población del país.
Amnistía Internacional y Human Rights Watch han denunciado el uso de detenciones arbitrarias, condiciones deplorables en las cárceles y la falta absoluta de debido proceso. El megacentro de detención CECOT ha sido cuestionado por supuestas torturas, desapariciones forzadas y maltratos físicos y psicológicos.
Una democracia desmantelada con una sonrisa cool
Bukele ha logrado lo que pocos presidentes en América Latina: instaurar un gobierno con apariencia democrática, pero funcionamiento autocrático. La popularidad sostenida del mandatario y su innegable capacidad de comunicación, sobre todo en redes sociales, han encapsulado sus políticas represivas en un mensaje de esperanza, modernidad y seguridad.
Su relación con los medios es ambigua: mientras usa plataformas como X (antes Twitter) para afirmar que gobierna para el pueblo y contra las élites corruptas, los medios tradicionales y periodistas independientes han sufrido amenazas, vigilancia y censura. El caso más simbólico: el allanamiento al periódico "El Faro", considerado uno de los medios más críticos del gobierno.
La alianza Trump-Bukele y el nuevo eje autoritario
En los últimos meses, Bukele ha profundizado sus nexos con figuras de la derecha radical estadounidense, en especial con seguidores del ex presidente Donald Trump. Esta alianza le ha dado un blindaje retórico y logístico, además de difusión internacional entre movimientos populistas que ven en Bukele un modelo a seguir.
Esta influencia se ha materializado también en nuevas leyes como la "ley de agentes extranjeros", inspirada en normativas represivas de regímenes como Rusia, Nicaragua o Venezuela. La norma permite al Estado salvadoreño monitorear e incluso cancelar operaciones de organizaciones no gubernamentales que reciban financiamiento internacional, lo que afecta a gran parte de la sociedad civil organizada.
La oposición se queda sin aire
La reforma constitucional es solo la culminación de una serie de movimientos políticos cuyo objetivo ha sido el control total del poder. Los críticos más visibles enfrentan cárcel, exilio o silencio. Ruth López, abogada de la organización Cristosal, fue detenida después de denunciar corrupción. En julio de este año, la ONG evacuó a todo su personal de El Salvador por temor a represalias.
Enrique Anaya, abogado constitucionalista, fue arrestado tras calificar al presidente de “déspota” en televisión nacional. Incluso protestas pacíficas, como la realizada frente a la residencia de Bukele por campesinos en proceso de desalojo, han sido reprimidas violentamente por la policía.
Una población entre el miedo, la esperanza y el realismo mágico
Curiosamente, en medio del avance autoritario, la popularidad de Bukele sigue rondando el 85-90%, según encuestas de CID Gallup y universidades locales. Este respaldo masivo estaría fundamentado en la drástica reducción de homicidios que su gobierno ha logrado: de 52 homicidios por cada 100,000 habitantes en 2015 a menos de 7 en 2023.
No obstante, diversos observadores denuncian que estos datos no siempre reflejan la realidad completa, ya que muchos crímenes no se denuncian por temor a represalias y otros son clasificados como "desaparecidos". La eficacia del miedo también explica parte del apoyo.
¿Qué sigue para El Salvador?
La escalada autoritaria marca un antes y un después. Como expresó Jayme Magaña, abogada en derechos humanos, “la alternancia del poder era un muro simbólico que evitaba volver a las dictaduras. Hoy, ese muro ha sido derrumbado”.
Para activistas como Roxana Cardona, “ha muerto la democracia salvadoreña y ha nacido una tecnocracia al servicio de un solo hombre. Estamos viviendo una dictadura”.
No obstante, Bukele y su maquinaria política insisten en que el pueblo está al mando, que estos cambios reflejan la voluntad de los ciudadanos y que la seguridad ha llegado por fin a El Salvador.
Entonces, ¿es Nayib Bukele un líder autoritario que destruyó la democracia o el gestor de una nueva era política? La respuesta no es lineal, pero lo cierto es que el experimento salvadoreño está siendo observado por el resto de América Latina y más allá como una especie de laboratorio donde se redefinen los límites de la democracia en el siglo XXI.
Solo el tiempo dirá si esta consolidación de poder traerá estabilidad y desarrollo duradero, o si acabará siendo un nuevo capítulo en la larga y dolorosa historia del autoritarismo latinoamericano.