El dilema del futuro rural: ¿universidad o empleo inmediato?

Entre la oportunidad de aprender y la necesidad de trabajar, miles de jóvenes rurales en EE.UU. enfrentan una decisión de vida que redefine el éxito.

¿Qué significa tener éxito en las zonas rurales de Estados Unidos? Para algunos jóvenes como Briar Townes, recién graduado de secundaria en el condado rural de Wyoming, Nueva York, la pregunta no tiene una respuesta tan obvia como podría parecer. Mientras muchos de sus pares en las ciudades se encaminan hacia la universidad como la ruta “natural” hacia el desarrollo personal y profesional, Townes y otros adolescentes en comunidades rurales miran con ambivalencia las oportunidades educativas frente a las laborales que tienen ante sí.

Una paradoja rural: altas tasas de graduación, baja matrícula universitaria

De acuerdo con datos del National Student Clearinghouse Research Center, alrededor del 55% de los estudiantes rurales que se graduaron en 2023 se inscribieron en la universidad. Esta cifra palidece frente al 64% de los graduados suburbanos y el 59% de los urbanos. Paradójicamente, los estudiantes rurales terminan la escuela secundaria a tasas más altas que sus pares urbanos y suburbanos, lo que evidencia que el problema no es el acceso a la educación básica, sino el paso a la educación superior.

Obstáculos estructurales y culturales

La distancia geográfica a las universidades, los costes asociados y la falta de tradición universitaria en muchas familias hacen que la educación superior pierda atractivo. A esto se suma un contexto político donde sectores conservadores —de los que muchos votan en zonas rurales— miran con desconfianza las universidades, argumentando que son centros de ideologías “divisivas”.

“Mi estrés es escoger una opción, no encontrar una opción”, dice Townes, quien considera la posibilidad de continuar en el consejo de artes del condado, trabajar en una fábrica local o en una planta de ingredientes para repostería conocida popularmente como la 'fábrica de galletas'.

¿Universidad o trabajo? La doble narrativa del éxito

En zonas como el condado de Wyoming, la economía gira en torno a granjas, fábricas textiles, plantas de procesamiento y otras industrias manuales. En consecuencia, la universidad no se percibe como la única puerta hacia una vida próspera. Para muchos, el éxito se mide en capacidad de sostener un hogar, estabilidad y conexión con la comunidad, y no necesariamente en titulaciones universitarias.

El superintendente de Perry High School, Daryl McLaughlin, reconoce y valida estas diferentes rutas de desarrollo. Su distrito promueve de manera paralela cursos universitarios de inscripción dual ( dual enrollment) y programas de formación técnica. “Nuestra tarea es preparar a los estudiantes para que puedan elegir el camino que más les beneficie, ya sea la universidad, el empleo o el ejército”, afirma McLaughlin.

El impacto financiero de la universidad: una inversión a largo plazo

Desde una perspectiva estrictamente económica, estudios de la Administración del Seguro Social muestran que los hombres con título universitario en EE.UU. podrían ganar hasta $900,000 más durante su vida que aquellos con solo diploma de secundaria. En mujeres, la diferencia promedio es de aproximadamente $630,000.

No obstante, estos beneficios a largo plazo no son suficientes para convencer a jóvenes que, enfrentando elecciones inmediatas, prefieren insertarse directamente en el mercado laboral. Devon Wells, otro joven de Perry que considera trabajar como soldador o técnico en líneas eléctricas, ni siquiera contempla la universidad como opción inmediata. “He trabajado toda mi vida en la granja con mis padres. Soy bueno con las manos. Es lo único que conozco y quiero seguir haciéndolo”, dice Devon.

Programas de inscripción dual: ¿una solución efectiva?

Para combatir las brechas de acceso a la educación superior, muchas escuelas rurales han implementado programas como el Accelerated College Enrollment (ACE), en asociación con universidades comunitarias. Estos cursos otorgan créditos universitarios aún estando en la escuela secundaria.

En Perry High School, los resultados son visibles: la tasa de matrícula universitaria subió del 60% en 2022 al 67% en 2024. Estos logros se deben en parte a la utilización de fondos federales de alivio por COVID-19 para cubrir matrículas. Tras agotarse aquellos fondos, el distrito mantuvo el programa con recursos propios.

Una visión estratégica para el futuro rural

El reto está más allá de lo individual. Organizaciones como la College in High School Alliance han comenzado a financiar políticas estatales dirigidas a expandir la inscripción dual en áreas rurales. A nivel nacional, aproximadamente el 15% de los estudiantes rurales estaban en programas de inscripción doble a inicios de 2025, una cifra que aún está por debajo de la media urbana y suburbana.

Pero el acceso es solo una parte del problema. Existe un profundo desafío cultural y político respecto al valor percibido de la universidad. Encuestas recientes del Pew Research Center revelan un crecimiento en el escepticismo hacia el valor de la educación superior, especialmente entre conservadores. En zonas rurales, donde el Partido Republicano domina ampliamente, este rechazo es más pronunciado.

La historia se repite: educación como herramienta de poder

La tensión actual recuerda otros momentos históricos donde la educación fue usada como símbolo de progreso o, por el contrario, como herramienta de control ideológico. En la era soviética, por ejemplo, el acceso a la enseñanza universitaria estaba mediado por el nivel de filiación política. En EE.UU., el temor a la “indoctrinación liberal” en las universidades ha sido alimentado por líderes políticos que cuestionan el contenido de los currículos y agendas de diversidad en las instituciones académicas.

Andrew Koricich, investigador en Appalachian State University, resume la situación: “Cuando repites el mensaje de que la universidad es mala, los profesores van a indoctrinarte, es muy difícil ofrecer una narrativa alternativa (...) Pero los datos muestran que, en promedio, un graduado universitario gana un 65% más que uno con solo estudios secundarios.”

¿Qué se debe enseñar? ¿Y quién lo decide?

Detrás de este debate subyace una pregunta más profunda: ¿cuál es la finalidad educativa? ¿Formar trabajadores o ciudadanos? Para Joe Theobold, director de una escuela secundaria en el condado rural de Putnam, Florida, el objetivo de la educación es más amplio: “Es para aprender sobre el mundo y sobre uno mismo. Nadie debería decidir a los 17 años lo que hará el resto de su vida”.

En su escuela, el 100% de los estudiantes son aceptados en alguna universidad, lo cual no significa que todos asistan, pero sí tienen opciones. A través de programas extracurriculares como Camp Osprey, los estudiantes visitan residencias universitarias, comedores y bibliotecas, acortando simbólicamente la gran distancia que los separa de estos mundos.

La educación es una elección, pero también una construcción social

Aunque las decisiones académicas parecen personales, están moldeadas por un ecosistema complejo de cultura, economía, ideología y oportunidades. El caso de Briar Townes refleja este entrecruzamiento: un joven talentoso para el arte, con créditos universitarios ya en mano, pero que posiblemente termine trabajando en una fábrica o en programas comunitarios.

Como dice Robin Wagner-Pacifici, profesora emérita del New School for Social Research: “Nos ubicamos en el tiempo y en la sociedad a través de la educación. Sin ella, es difícil saber dónde estamos en la historia”.

Para cientos de jóvenes rurales, la historia que están escribiendo no es la de una diáspora hacia las universidades urbanas ni la de una resignación pasiva al trabajo manual. Es una historia de decisiones conscientes, contextualizadas y, sobre todo, profundamente humanas.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press