Gaza en Agonía: Un Día en la Vida de una Familia Palestinense Bajo el Asedio

La desgarradora rutina diaria de los Sobh, una familia desplazada en Gaza que lucha por sobrevivir en medio del hambre, el calor y el caos

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Por Redacción

El despertar en la desesperanza

Cuando el sol empieza a calentar las carpas del campamento de refugiados en la franja de Gaza, Abeer y Fadi Sobh se enfrentan a la misma pregunta que los atormenta todas las mañanas: ¿cómo conseguiremos comida hoy para nuestros seis hijos?

Esta inquietud los consume desde hace más de 22 meses, desde el inicio de un conflicto devastador entre Israel y Hamas que ha causado estragos no solo en infraestructuras, sino también en el alma de miles de familias como la suya. Para los Sobh, la vida se reduce a tres posibilidades: que abra alguna cocina comunitaria, conseguir algo de harina de camiones de ayuda, o recurrir a la mendicidad. En caso de que todo falle, simplemente no comen.

Guerra prolongada, hambre prolongada

Desde el 7 de octubre de 2023, cuando empezó el último y más mortífero episodio del conflicto israelo-palestino, la situación alimentaria en Gaza se ha deteriorado aceleradamente. Según organismos humanitarios internacionales, la hambruna ya no es un riesgo hipotético, sino una realidad que se vive día a día. El Programa Mundial de Alimentos advierte que más del 90% de la población padece inseguridad alimentaria severa, y unos 500,000 niños están en riesgo de desnutrición aguda.

Israel impuso una bloqueo total de alimentos y suministros durante dos meses y medio a principios de 2025. Alegaron que era una manera de presionar a Hamas para liberar a los rehenes capturados en su ataque inicial. Aunque en mayo volvió a permitirse la entrada parcial de ayuda humanitaria, esta representa apenas una fracción de lo necesario. Además, el colapso del orden público ha implicado que muchas veces las entregas no lleguen a destino: se roban, se acaparan o se revenden a precios impagables.

Una ducha con agua de mar

En pleno verano, la carpa que sirve de hogar para la familia Sobh, ubicada en un campamento costero al oeste de Gaza capital, se convierte en un horno. Con el agua potable escasa, Abeer acude al mar para traer cubos de agua salada. Es la única forma de "bañar" a los niños.

Uno por uno, los pequeños se paran en un viejo recipiente metálico mientras su madre les echa el agua salada sobre la cabeza. La más pequeña, Hala, de apenas nueve meses, llora cuando el agua le irrita los ojos, mientras los demás niños aguantan en silencio.

Luego Abeer recoge las colchonetas, barre la arena del piso de plástico de la carpa e inicia su jornada de búsqueda. No quedó nada del día anterior; la primera tarea es salir a mendigar el desayuno. Algunas veces consigue lentejas. Otras muchas vuelve con las manos vacías.

Una cocina que abre una vez por semana

Fadi, de 30 años y vendedor ambulante antes de la guerra, se dirige a la cocina comunitaria más cercana. A veces lo acompaña uno de sus hijos. Pero muchas veces no hay comida. Cuando logra entrar tras horas de espera, es común que regrese sin nada. "Los niños se acuestan con el estómago vacío", lamenta.

Este padre de seis hijos solía dirigirse hacia el norte, donde llegan camiones de ayuda desde Israel. Pero el acceso es caótico y peligroso. Las multitudes desbordadas por el hambre asaltan los camiones, y en muchas ocasiones, hay disparos de las tropas israelíes en el área. Según testimonios, algunos de esos disparos son de advertencia; otros, no. Fadi fue alcanzado en la pierna durante una de esas luchas por la comida y ahora, además de su epilepsia, lidia con la movilidad reducida.

Niños convertidos en porteadores

Abeer, con sus hijos mayores —Youssef (10), Mohammed (9) y Malak (7)— va en busca de agua potable. Desde una planta desalinizadora en el centro de Gaza, camiones reparten agua. Los niños cargan pesados garrafones. Youssef, con uno a cuestas. Mohammed, arrastrándolo con esfuerzo. Sus cuerpos infantiles se doblan bajo el peso de la supervivencia.

Competencia mortal por ayuda humanitaria

“A veces consigo un poco de harina, en muchas ocasiones no consigo nada”, dice Abeer. Para ella ir a Zikim, donde pasan los camiones con ayuda, se ha vuelto parte de la rutina. Sufre la doble desventaja de ser mujer, más lenta y menos fuerte que la mayoría de los hombres en la multitud.

Cuando no logra obtener nada, recurre a los que han tenido más suerte. Les suplica: "Sobreviviste, gracias a Dios. ¿Puedes darme algo?". Algunos responden. Un hombre, Youssef Abu Saleh, cuenta: “Siempre la veo luchando por lograr comida. Sé que su esposo está enfermo. Yo le doy un poco de la ayuda que consigo. Todos tenemos hambre.”

Abrigarse con tristeza al atardecer

Durante las horas más calurosas del día, los niños permanecen dentro de la carpa, casi inmóviles. Dormir es la mejor forma de conservar la poca energía que tienen y de evitar que el hambre aumente. Su actividad se reanuda por la tarde, cuando baja el sol.

Sale Fadi, también Abeer, y muchas veces los niños, en busca de cualquier cosa útil. A veces mendigan a los vecinos. Otras veces exploran las calles destruidas de Gaza en busca de leña, papeles, bolsas, botellas plásticas, incluso zapatos viejos para alimentar una pequeña fogata que puedan usar como cocina.

Un milagro: sopa de lentejas

La mayoría de los días pueden conseguir apenas agua, tal vez algo de harina o lentejas. Se cocina usando la basura recolectada como combustible. Cuando logran juntar sus tres necesidades básicas —agua, comida y fuego—, Abeer puede preparar una sopa de lentejas ligera y aguada.

Ese platillo se ha vuelto el sinónimo de una buena jornada. Otras veces, solo hay silencio y vacío antes de que los niños se acuesten, sin cenar.

Entre la muerte física e interior

“Ya no puedo más”, confiesa Abeer, agotada por el calor y el hambre. “Si la guerra sigue así, estoy pensando en quitarme la vida. No tengo más fuerzas.” Este no es solo un testimonio personal. Es el reflejo de un pueblo entero atrapado entre los escombros, el castigo colectivo y la desesperanza.

Una catástrofe humanitaria documentada

Los números que acompañan esta tragedia son escalofriantes:

  • Más de 35,000 palestinos muertos, según el Ministerio de Salud en Gaza, desde octubre de 2023.
  • Se estima que 70% de la infraestructura civil está destruida o severamente dañada, incluyendo hospitales, escuelas y plantas de agua.
  • De los 2.3 millones de habitantes de Gaza, casi 1.9 millones están desplazados.
  • La tasa de desempleo supera el 80%.

Pero detrás de estas cifras están los rostros: hombres, mujeres y niños como los Sobh, que cada día enfrentan lo insoportable con lo que les queda de dignidad.

¿Quién tiene la responsabilidad?

Más allá de la geopolítica, más allá de las justificaciones militares, alguien debe responder a esta crisis humanitaria. ¿Es justificable descargar semejante castigo sobre una población civil? ¿Dónde queda el derecho internacional humanitario que protege a los no combatientes?

El mundo ha sido testigo y cómplice silencioso del lento degaste de toda una sociedad. Y aunque hace falta una solución política eficaz —que pasa por el fin de la ocupación, la rendición de armas, justicia para las víctimas de ambos lados y respeto mutuo—, la prioridad hoy debe ser humanitaria: se necesita comida, agua, y esperanza.

Mientras tanto, Abeer seguirá buscando lentejas, sus hijos arrastrando garrafones, y Fadi resistiendo en silencio con su pierna herida. Porque aunque ya no tengan nada, aún respiran. Por ahora.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press