Cuando la cocina une generaciones: el valor de los campamentos intergeneracionales para niños y adultos mayores
En California, un campamento de verano creado por adolescentes brinda un espacio único para el intercambio cultural y emocional entre abuelas y niños, transformando costumbres culinarias en vínculos afectivos
FULLERTON, California — El aroma de ajo y jengibre fritos lo invade todo. Mientras chisporrotean en la sartén, un grupo de niños observa atentamente a una mujer mayor con delantal a cuadros azules. Ella remueve con una espátula con soltura y cariño, y dice: “Cuando era niña, mi mamá solía cocinar esto mucho”. Lo que está cocinando es un salteado de pollo, y lo que parece una simple clase de cocina es, en realidad, una poderosa herramienta contra uno de los mayores males de la vejez: la soledad.
Una propuesta que va más allá de la cocina
El campamento de verano intergeneracional, organizado por Olive Community Services en Fullerton (una ciudad del condado de Orange con una gran población árabe), tiene como protagonistas a las abuelas voluntarias que, semana a semana, enseñan a niños de entre 8 y 14 años a preparar platos tradicionales, así como manualidades: bordado, costura, joyería en arcilla o creación de tarjetas.
“El aislamiento y la soledad son problemas que enfrentan muchos adultos mayores”, comenta Zainab Hussain, coordinadora del programa, “y ellos aman estar rodeados de jóvenes”. Lo que en principio parecía una actividad lúdica doble, se ha convertido en un espacio de preservación cultural, contención emocional y aprendizaje práctico.
Sabores e historias de vida
Lo que comen, cosen o pintan no es lo más importante. Las interacciones sinceras, las bromas, los consejos y anécdotas compartidas entre generaciones son el verdadero corazón de este espacio. Las mayores no solo enseñan recetas; también transmiten experiencias. Enseñan a mezclar las especias con agua antes de ponerlas al fuego para evitar que se quemen o a usar cúrcuma fresca.
Durante una clase de costura, la niña de 9 años Janna Moten aprendía a usar la máquina de coser con normal nerviosismo, presionando fuerte el pedal: “¡Despacito!”, le sugería una abuela. Aunque decía estar allí «sólo por la comida», brillaba de orgullo al mostrar el bolsillo de tela que había logrado coser. También confesó que desde que aprendió a bordar en el campamento, se ha pasado las tardes practicando punto atrás con hilo y aguja.
Rescatando saberes olvidados
Haqiqah Abdul Rahim, líder de las clases de costura, señala con sabiduría que muchas de las habilidades que enseñan aquí se han perdido de los programas escolares: “Ya no se enseña economía doméstica, así que estamos llenando un vacío”. Y para muchos niños, estas clases son una primera experiencia cercana con los saberes prácticos que antes eran comunes en los hogares.
En el campamento se utilizan herramientas poco conocidas para los más jóvenes, como la cortadora rotatoria de tela o el rodillo para costuras. Según Rahim, que suele estar alejada de sus propios nietos por la distancia, esta experiencia es altamente moralizadora: “Es reconfortante poder compartir tiempo con jóvenes que disfrutan tu compañía”.
Una idea adolescente con un impacto profundo
El campamento nació gracias a Leena Albinali, una joven de 14 años que vive con su abuela. Al darse cuenta de que muchos de sus compañeros no tenían esa misma oportunidad, creó el Golden Connections Club con el objetivo de fomentar encuentros entre jóvenes y adultos mayores.
“Hay muchos estudiantes que apenas ven a sus abuelos, si es que los tienen”, cuenta Leena. Inspirada en una clase donde aprendió sobre el edadismo y las dificultades que enfrentan los adultos mayores, decidió actuar. Su club realiza almuerzos mensuales en la escuela con personas mayores, donde los adolescentes comparten sus conocimientos sobre nuevas tecnologías, como inteligencia artificial, mientras los mayores relatan historias, desafíos personales e incluso dan consejos de vida. “Nos tratan como a sus propios nietos”, dice Leena.
La brecha generacional como oportunidad, no como obstáculo
Las abuelas del campamento no se quejan de los celulares, ni de que los niños no prestan atención. Ellas los alientan a tener paciencia, a cocer sin apuro, a disfrutar el plato final. Por su parte, los niños descubren que muchas de las lecciones de vida que reciben son tan valiosas como las recetas.
“Uno de los consejos que más recuerdo es: ‘viví el presente’. Puede parecer una frase hecha, pero escucharlo de una abuela que ha vivido ochenta años realmente te hace pensar”, confiesa Leena. Y agrega: “Las personas que tenemos ahora, no van a estar con nosotros para siempre”.
El componente identitario: comunidad e inclusión
Muchos de los participantes pertenecen a comunidades con fuertes raíces culturales: árabes, musulmanas o del sur de Asia. Los platos que se preparan —desde samosas hasta curry— no solo evocan sabores familiares, sino que son un acto de reconexión con la identidad cultural.
Este espacio también se convierte en un refugio emocional para quienes enfrentan formas de discriminación distintas por su origen étnico, religión o edad. Aquí, la multiculturalidad se vive con orgullo, y el respeto entre generaciones se convierte en el valor central.
Un modelo replicable: educación emocional y social
En tiempos donde la hiperconectividad suele alejar más que acercar, este tipo de iniciativas permite volver al cuerpo, a las manos, a las miradas y los gestos. Cocinar con alguien implica compartir un espacio, coordinar movimientos, confiar.
Expertos en bienestar emocional y psicología evolutiva sostienen que los vínculos intergeneracionales tienen beneficios comprobados en la salud mental de adultos mayores y efectos positivos en el desarrollo emocional de niños y adolescentes.
- Según la organización Generations United, el 93% de los adultos mayores que participan en programas intergeneracionales aseguran sentirse más útiles y menos aislados.
- Un estudio de la Universidad de Stanford indica que los adolescentes que interactúan regularmente con personas mayores desarrollan mayores niveles de empatía, autonomía y seguridad emocional.
¿Una revolución desde la abuela?
En un mundo centrado en la velocidad y en los logros, este campamento propone una revolución silenciosa, pero profunda: valorar la experiencia de quienes nos precedieron y reconectarla con el entusiasmo de las nuevas generaciones. Ya no como una jerarquía, sino como un diálogo donde ambas partes se enriquecen.
Una cuchara de madera, una aguja, un trozo de tela, una receta de curry. Todo sirve para hilar historias, compartir silencios y recuperar la humanidad que a veces perdemos entre pantallas y rutinas.
Si estos campamentos logran expandirse —en escuelas, centros comunitarios, y casas de cultura—, podrían cambiar la manera en que entendemos la educación no académica: como una experiencia emocional, sensorial y profundamente humana.
Como dijo una de las abuelas del campamento mientras enseñaba a pelar ajo a un niño: “La mejor sazón es hacerlo con amor”.