Ninoshima: La isla olvidada donde aún resuenan los ecos de Hiroshima
A 80 años de la primera bomba atómica, la búsqueda de restos humanos en Ninoshima continúa como un acto de memoria y reconciliación
Una tragedia escondida a la sombra de Hiroshima
Cuando pensamos en Hiroshima, la imagen más emblemática suele ser la Cúpula Genbaku, el monumento pro memoria que quedó en pie tras la bomba atómica lanzada el 6 de agosto de 1945. Sin embargo, hay un nombre que rara vez se menciona en los libros de historia: Ninoshima, una pequeña isla al sur de Hiroshima donde miles de los heridos y moribundos fueron trasladados en los días posteriores al bombardeo nuclear.
El infierno llegó en barco
Situada a apenas 10 kilómetros del hipocentro, Ninoshima fue escenario de una de las operaciones de emergencia más trágicas y caóticas del siglo XX. Tras el ataque, equipos militares japoneses —algunos de ellos entrenados para misiones suicidas— comenzaron a transportar víctimas a la isla, que albergaba un centro de cuarentena del ejército imperial. Aquellos que aún respiraban llegaban desnudos, quemados, con piel colgando de sus rostros y extremidades, y con pocas esperanzas de supervivencia.
Según registros históricos, más de 10,000 personas pasaron por esta isla en condiciones inhumanas. Cuando el hospital de emergencia cerró sus puertas el 25 de agosto de 1945, solo unos pocos cientos seguían con vida. Las condiciones eran tan precarias que muchos murieron poco después de recibir una mínima atención. Miles fueron enterrados en fosas comunes, en bomb shelters colapsados o incinerados en hornos improvisados originalmente ideados para animales de carga. La isla, literalmente, se convirtió en una tumba flotante.
La voz de los testigos
Los relatos que sobreviven son desgarradores. Yoshitaka Kohara, un exmédico militar que trabajó en el hospital de Ninoshima, escribió en 1992 que nunca había visto algo tan cruel, a pesar de haber atendido soldados en los peores campos de batalla: "Era un infierno", recordó. Cuando comunicó a los pacientes sobrevivientes que la guerra había terminado el 15 de agosto, muchos no reaccionaron; simplemente lloraron en silencio.
Eiko Gishi, en ese entonces un joven recluta naval, ayudaba a transportar heridos. Él y sus compañeros cortaban bambú para fabricar utensilios improvisados, pero la mayoría moría antes de usarlos. Pronto, tuvieron que usar refugios antiaéreos como criptas temporales, al no contar con espacio suficiente para internamientos. Era una mezcla de desesperanza y colapso.
La persistente búsqueda del cierre
Hoy, 80 años después, la isla de Ninoshima aún guarda secretos. Restos humanos siguen emergiendo de la tierra gracias a investigadores comprometidos como Rebun Kayo, académico de la Universidad de Hiroshima. Desde 2018, visita regularmente la isla en busca de osamentas, impulsado por la voluntad de honrar a los muertos y darles un lugar en la memoria colectiva.
En sus excavaciones, ha encontrado más de 100 fragmentos óseos, incluida la mandíbula de un infante con pequeños dientes aún incrustados. Algunos de estos hallazgos han sido señalados por residentes locales cuyas familias presenciaron las inhumaciones en la isla, como si los propios muertos pidieran ser encontrados. "Ese niño lleva mucho tiempo solo", dice Kayo. "Es intolerable".
Memoria, duelo y perdón
Entre quienes se conectan emocionalmente con esta búsqueda está Tamiko Sora, una mujer de 83 años que sobrevivió al bombardeo a apenas 1.4 kilómetros del epicentro. Días después de la detonación, en su caminata hacia un refugio con su familia, conoció a una niña de 5 años y a una mujer quemada que rogaba ayuda para su bebé. Todas desaparecieron entre la multitud y nunca supo qué fue de ellas. Hoy, cree que podrían haber muerto en Ninoshima. Rezando frente a una caja que contenía fragmentos de hueso, dijo emocionada: "Me alegra que finalmente te hayan encontrado".
Ninoshima: de base militar a altar de la memoria
Además de ser un epicentro de la tragedia humana tras el bombardeo, Ninoshima tiene un pasado militar poco conocido. Según Kazuo Miyazaki, historiador local, la isla fue usada para entrenar a kamikazes con lanchas de madera. Durante la guerra, fue campo de ensayo de la desesperación imperial japonesa.
Hoy, Miyazaki dirige un pequeño centro de memoria en la isla. Su madre fue enfermera del ejército y participó en la atención médica improvisada que se ofreció en agosto de 1945. Kazuo perdió familiares en Hiroshima y se ha convertido en un canal vivo de las historias que muchos prefieren olvidar. "Hiroshima no fue una ciudad de paz desde el inicio, fue todo lo contrario", afirma. "Debemos contar la historia una y otra vez".
Un lugar para recordar
Desde 1947, unos 3,000 restos humanos han sido hallados en Ninoshima, pero se estima que todavía hay miles más. Algunos visitantes llegan por curiosidad, otros por devoción. El paisaje pastoral de la isla, con zonas de cultivo de ostras y vistas al mar, esconde bajo tierra escenas de dolor eterno.
Hoy, Ninoshima es más que un símbolo. Es un recordatorio de que la tragedia no termina con la guerra. El duelo colectivo que aún envuelve a Japón tiene una de sus expresiones más profundas en rincones como este. Como dijo Sora tras su última visita: "Cuando rezo aquí, hablo con ellos. Les cuento que estoy bien. Que la vida continuó".
Lecciones para el presente
- El ataque atómico a Hiroshima causó 140,000 muertes para fines de 1945.
- Ninoshima albergó un hospital de emergencia y un centro de cuarentena militar.
- Las condiciones médicas eran tan rudimentarias que la isla se volvió un cementerio improvisado.
- Investigadores como Rebun Kayo siguen descubriendo restos y escribiendo historias que el tiempo se niega a borrar.
- El legado humano de Ninoshima interpela al mundo en tiempos donde la tensión nuclear resurge en el este asiático.
Mientras Corea del Norte levanta misiles y Japón debate su política de defensa, quizás este rincón del pasado sea el espejo que todos deberían mirar. Bajo el suelo de una isla remota y entre los huesos del olvido, aún late una advertencia: jamás debemos abandonar la memoria ni permitir que la historia se repita.