Batalla de mapas: Texas y California libran una guerra política por el control del Congreso
Redistritaciones estratégicas, rebelión legislativa y tensiones partidistas: así se cocina el futuro político de Estados Unidos rumbo a 2026
Todo comienza con los mapas
En el ajedrez político de Estados Unidos, los tableros no siempre se juegan sobre campañas ni debates. A veces, las partidas más determinantes se libran en las salas legislativas a través de la redistritación política. En este momento, dos gigantes estatales, Texas y California, protagonizan una batalla sin precedentes cuyo objetivo es redibujar el mapa del Congreso previo a las elecciones intermedias de 2026.
Lo que está en juego es mucho más que cinco o seis escaños: es la posibilidad de inclinar la balanza legislativa, modificar dinámicas en cámara y reforzar —o debilitar— el proyecto político del presidente Donald Trump en su segundo mandato.
Texas: la resistencia demócrata en plena ofensiva republicana
En Texas, donde los republicanos dominan históricamente, Donald Trump busca asegurar cinco escaños más favorables al Partido Republicano mediante una nueva redistritación. El problema para los conservadores: una valerosa jugada de los demócratas locales para impedir su avance.
Más de 50 legisladores demócratas texanos abandonaron el estado, evitando así que la Cámara estatal alcanzara el quórum necesario para aprobar el proyecto. Este tipo de maniobra ya se había hecho antes, pero en esta ocasión, encendió una mecha más larga de lo esperado.
El gobernador Greg Abbott respondió con amenazas de arresto para los ausentes, autorizando incluso a los policías estatales a localizarlos y traerlos de vuelta. Sin embargo, fuera de Texas, la policía no tiene jurisdicción. Los demócratas, por su parte, denunciaron una amenaza autoritaria, acusando a Abbott de usar "espejismos legales" para justificar su avanzada represiva.
“Si continúan por este camino, habrá consecuencias”, advirtió el presidente de la Cámara de Representantes de Texas, Dustin Burrows, desde el pleno.
Actualmente, los republicanos controlan 25 de los 38 escaños texanos en la Cámara de Representantes federal, prácticamente una ventaja de 2 a 1. Esto, a pesar de que en las presidenciales de 2024, Trump obtuvo sólo un 56.1% de los votos y su contrincante Kamala Harris un 42.5%.
La meta republicana es ampliar aún más esa ventaja parlamentaria para que, llegadas las elecciones de 2026, no haya margen de error.
California responde al fuego con fuego
Casi a 3,000 kilómetros, en la soleada California, el gobernador Gavin Newsom lidera una respuesta que busca nivelar políticamente el campo de juego. Su estrategia: redibujar varias zonas del estado para reducir el número de escaños republicanos de cinco a cero y reforzar la posición de los demócratas en distritos clave.
Actualmente, los demócratas californianos controlan 43 de los 52 asientos disponibles. Con los ajustes propuestos, podrían llegar a controlar hasta 48, consolidando aún más su dominio en el territorio más poblado de EE.UU.
Los distritos de congresistas republicanos como Ken Calvert, Darrell Issa, Kevin Kiley, David Valadao y Doug LaMalfa serían modificados para diluir el voto conservador e incrementar el demócrata. De forma paralela, se ampliarían ventajas para legisladores demócratas en riesgo, como Dave Min, Derek Tran y Mike Levin.
“California no se quedará de brazos cruzados mientras esta democracia se desvanece”, afirmó Newsom, impulsando una reforma que requiere aprobación legislativa y posiblemente votación ciudadana.
Pese a los esfuerzos legislativos en marcha, cabe señalar que las reformas de redistritación en California se enfrentan a un alto escepticismo ciudadano. Desde hace más de una década, los votantes transfirieron esa responsabilidad a una comisión independiente como salvaguarda ante la manipulación partidista del mapa electoral.
Pugna estructural: federalismo vs. presidencialismo
Más allá del cálculo electoral, esta disputa territorial refleja una tensión institucional cada vez más aguda entre el poder federal y los gobiernos estatales. Trump pretende reforzar su base de apoyo legislativo con medidas que exacerban su idea de supremacía presidencial, mientras algunos estados ponen freno invocando el derecho a ejercer su propio contrapeso institucional.
Este enfrentamiento también pone de manifiesto la fragilidad del equilibrio democrático en Estados Unidos. Al usar la redistribución de distritos como arma política, se desdibuja la promesa de representación equitativa basada en población y se da paso a lo que muchos han calificado como un "gerrymandering agresivo" —una técnica tan vieja como polémica.
Una práctica vieja con nombres nuevos
El "gerrymandering", término acuñado a principios del siglo XIX, se refiere a la manipulación de los límites distritales para beneficiar a un partido político específico. Su origen remonta al gobernador Elbridge Gerry de Massachusetts, quien redibujó un distrito con forma de salamandra ("salamander" en inglés) para favorecer a su partido (Demócrata-Republicano) en 1812.
Hoy, más de dos siglos después, la esencia de esta práctica permanece intacta, aunque cobra nuevas formas digitales, apoyadas por diseños algorítmicos e inteligencia artificial para calcular con precisión quirúrgica la maximización del voto partidista.
Según un informe del Brennan Center for Justice, al menos un 87% de la población estadounidense vive en distritos diseñados con un claro sesgo partidista. Más preocupante aún: más de la mitad de esos distritos están considerados "irrecuperables" para la oposición, pues las métricas de margen electoral superan el 10% de diferencia estructural.
¿Camino hacia una crisis mayor?
Las tensiones actuales parecen sólo acelerar una crisis que muchos analistas, de ambos bloques políticos, ya consideran inevitable: una batalla jurídica en la Corte Suprema entre el derecho estatal a rediseñar su mapa y el principio constitucional de representación equitativa.
En 2019, la Corte Suprema de Estados Unidos dictaminó que el gerrymandering partidista es una cuestión "de política no justiciable", es decir, que no corresponde a los tribunales corregir dicha práctica. Con esa premisa, todo indica que el Congreso o futuras reformas constitucionales serían la única salida para regular el descontrol actual.
También es un duelo ideológico
El conflicto no es exclusivamente institucional ni electoral. Es, en su nivel más profundo, un combate ideológico entre dos modelos de país. Texas representa —en la narrativa republicana— el bastión conservador, libertario y defensor del orden constitucional tradicional. Su gobierno promueve economías más desreguladas, restricciones inmigratorias y preeminencia del orden público.
California, por el contrario, se ha convertido en la meca progresista estadounidense: políticas inclusivas, derechos reproductivos garantizados, acción climática ambiciosa y defensa férrea de las minorías.
La colisión entre ambos estados se siente hasta en el discurso político. Mientras Newsom llama a defender la democracia desde los mapas, Abbott reafirma su autoridad y acusa a los demócratas de traición institucional. La gobernadora de Nueva York, Kathy Hochul, respaldó públicamente a los legisladores texanos exiliados, comparando la ofensiva republicana con un "asalto de forajidos al ferrocarril de la democracia".
¿El principio de una guerra abierta por el Congreso de EE.UU.?
Si ambos estados avanzan con sus proyectos, sentarán un precedente explosivo. Podrían originar una cascada de redistritaciones reactivas en otros estados polarizados —como Florida, Georgia, Wisconsin o Michigan—, donde los márgenes de apoyo político no están tan claramente definidos.
Algunos politólogos han advertido sobre una "escalada asimétrica del autoritarismo legal", donde las reglas se usan flexiblemente para favorecer intereses partidistas, alejando al sistema político estadounidense del ideal democrático original.
Una democracia en rediseño permanente
Este conflicto de mapas no es marginal. Es una señal de lo que vendrá. Trump, con su estilo disruptivo, apuesta por un Congreso hecho a su medida para culminar las reformas que no logró en su primer mandato. Y para eso, necesita blindarse a toda costa de una posible derrota en las intermedias de 2026.
Pero la respuesta desde el otro bando no se ha hecho esperar. Los estados liderados por demócratas están dispuestos a usar las mismas armas, aunque sea en aparente contradicción con sus discursos sobre la transparencia institucional.
Todo indica que la guerra de mapas apenas comienza. Y su resultado, más que ningún otro evento, dará forma a la democracia del futuro estadounidense.