La gran desconexión rusa: cómo el Kremlin construye su muro digital

Entre bloqueos, censura y vigilancia, Rusia avanza hacia un internet aislado al estilo del Gran Cortafuegos chino

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Un internet cada vez menos libre

En Rusia, intentar conectarse a internet empieza a parecerse más a una misión imposible que a una experiencia cotidiana. Videos de YouTube que no cargan, páginas en blanco en medios independientes y conexiones móviles que desaparecen durante horas o incluso días. ¿La causa? No es un fallo técnico. Es una ofensiva deliberada del Kremlin para controlar por completo el cyberespacio ruso.

Este proceso comenzó hace más de una década, pero en los últimos años, y especialmente desde la invasión de Ucrania en 2022, ha dado un salto cualitativo. Rusia no solo bloquea sitios web y plataformas extranjeras no alineadas con sus intereses; también refina sus métodos tecnológicos para vigilar, ralentizar y manipular el tráfico digital. Todo apunta al objetivo final: crear un “internet soberano”, una red controlada por el Estado, desconectada en buena medida del resto del mundo, una versión local del "Gran Cortafuegos" chino.

Del activismo digital a la guerra por los datos

La obsesión del Kremlin con el control de internet tiene orígenes concretos. Entre 2011 y 2012, miles de rusos salieron a las calles a protestar por unas elecciones parlamentarias plagadas de sospechas y por la decisión de Vladímir Putin de volver a postularse como presidente. Las redes sociales y medios digitales jugaron un papel crucial para organizar estas manifestaciones. Fue entonces cuando se encendieron todas las alarmas del aparato estatal.

Desde entonces, se aprobaron leyes que permitieron bloquear sitios web, exigir a las empresas tecnológicas que almacenaran datos en servidores ubicados en Rusia y compartir información con los servicios de seguridad. Se implementaron incluso equipos técnicos para cortar el tráfico de datos o redirigirlo según conveniencias políticas.

Uno de los capítulos más emblemáticos fue la fallida —pero significativa— campaña para bloquear Telegram entre 2018 y 2020. La popular aplicación resistió los embates del gobierno, gracias a su arquitectura descentralizada. No obstante, otros objetivos de censura sí han caído desde entonces, mientras la tecnología estatal mejora día a día.

El año 2022: punto de inflexión

La invasión a gran escala de Ucrania marcó un antes y un después. Las autoridades bloquearon Facebook, Twitter, Instagram y otras redes occidentales, clasificándolas como "plataformas extremistas". También se apuntó contra Signal, YouTube y servicios que albergaban medios críticos con el gobierno, como Cloudflare o sitios gestionados fuera de Rusia.

Los servicios de VPN, ampliamente utilizados hasta entonces para eludir la censura, comenzaron a ser bloqueados sistemáticamente. Aun así, muchos internautas persistieron. Pero el ambiente se volvió más hostil: buscar información considerada “ilegal” o “extremista” —según criterios amplios del Estado— puede ahora ser sancionado penalmente.

¿Qué es considerado «extremismo»?

La vaguedad de la legislación rusa en este tema permite incluir desde denuncias independientes sobre corrupción hasta contenido LGBTQ+, obras musicales críticas del gobierno o, más recientemente, el libro póstumo del líder opositor Alexei Navalny. De esta manera, se castiga no solo la publicación, sino también la búsqueda o lectura de determinados contenidos.

Grupos de derechos digitales advierten que se quiere instaurar un entorno parecido al de Bielorrusia, donde la gente puede ser detenida por seguir a un canal de Telegram “prohibido”. En palabras de Anastasiia Kruope, de Human Rights Watch: el Kremlin está llevando a cabo “una muerte digital por mil cortes”.

MAX: el gran hermano digital ruso

En este ecosistema de vigilancia aparece MAX, un nuevo mensajero nacional desarrollado por la empresa estatal VKontakte. MAX se presenta como una aplicación integral: servicios públicos, pagos, mensajería, blogs y más. Pero lo más relevante es que viene con funciones que permiten compartir información con las autoridades y está previsto que sea preinstalado en todos los smartphones a la venta en Rusia.

El diputado Anton Gorelkin ya alertó que WhatsApp —con más de 97 millones de usuarios en Rusia según Mediascope— debería “prepararse para salir del mercado”. Telegram, por otro lado, podría correr mejor suerte, al mantener un vínculo ambivalente con el Kremlin.

La arquitectura de la censura digital rusa

Organizaciones como Roskomsvoboda han documentado cómo el Estado está acumulando cada vez más poder sobre la infraestructura de internet. Un dato revelador: más del 50% de las direcciones IP de Rusia están actualmente en manos de solo siete empresas, siendo Rostelecom (estatal) responsable del 25%.

  • En 2023, obtener una licencia para ofrecer servicios de internet pasó de costar 7,500 rublos (unos $90 USD) a 1 millón (más de $12,300 USD).
  • Cerca de la mitad de los sitios web rusos siguen hospedados en servicios extranjeros, lo que los convierte en blancos vulnerables de bloqueos masivos al cortar relaciones con esos proveedores.

El abogado experto en ciberseguridad Sarkis Darbinyan explica que esta estrategia no solo busca ordenar el tráfico dentro de Rusia, sino también garantizar que todo lo que entra o sale del país digitalmente sea rastreable. Al no depender de infraestructura extranjera, el gobierno puede aplicar con más eficacia sus herramientas de censura y filtrado.

¿El nuevo cortafuegos global?

Durante años, observadores creyeron que Rusia no podría replicar el nivel de aislamiento que logra China a través de su Gran Cortafuegos. Sin embargo, esa percepción ha cambiado. Hoy parece claro que el Kremlin ha adoptado un enfoque más calculado, lento y sistemático para ir cerrando las compuertas digitales.

Los apagones parciales de internet están siendo ensayados regularmente —sobre todo en regiones en conflicto—, así como la ralentización selectiva de plataformas como YouTube. No se bloquean de forma frontal, sino que se hacen inutilizables por lo tediosas que resultan de usar.

Mientras tanto, la presión sobre medios independientes y periodistas ha alcanzado niveles críticos. Sitios como Mediazona o Novaya Gazeta, que aún resisten dentro o fuera del país, enfrentan obstáculos técnicos continuos. Para muchas familias rusas, la única versión de la realidad accesible en línea es la que muestra el Estado.

La resistencia digital aún persiste

Pero el relato no está cerrado. Muchos rusos continúan usando VPNs, accediendo a servidores espejos, o combinando múltiples herramientas para mantenerse informados. Exiliados digitales y periodistas han trasladado sus plataformas al extranjero, adaptándose rápidamente al entorno restrictivo.

Además, aún hay espacio para la presión internacional. Las sanciones y la retirada de empresas occidentales han ralentizado parcialmente el avance de algunas medidas represivas, pero también han empujado a Rusia a construir alternativas propias con mayor rapidez.

Como dijo Darbinyan, “los hábitos digitales de una población no se cambian en uno o dos años. Muchos crecieron con un internet rápido y libre, y esa memoria es difícil de borrar”.

El futuro en juego

Rusia no ha logrado aún separarse totalmente del internet global, pero está peligrosamente cerca. Lo que está en juego no es solo el acceso a información neutral u objetiva, sino la capacidad misma de una sociedad para pensar críticamente y participar en el discurso público.

La historia digital rusa nos recuerda que no hay que dar por sentada la libertad en línea. El camino hacia una red controlada no siempre es abrupto; a veces, es una sucesión de pasos pequeños que terminan construyendo un muro difícil de derribar.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press