Manipulación de datos e ilusiones económicas: el estilo Trump en cifras
Cómo el expresidente de EE.UU. ha instrumentado la desinformación estadística sistemática para reforzar su narrativa política
El poder de los números: cuando los datos se convierten en política
En política, los números no son solo herramientas técnicas: son narrativas poderosas, armas retóricas y, a menudo, trampolines hacia la legitimidad. Ningún político moderno ha entendido esta dinámica en forma tan visceral como Donald J. Trump.
Desde que irrumpió en la escena política hasta su presidencia y más allá, Trump ha demostrado una estrategia recurrente: si los datos reflejan algo negativo, entonces los datos están equivocados. Esta postura ha dejado una estela de desinformación que abarca desde estadísticas económicas hasta informes de salud pública.
Negar la evidencia: una técnica probada
Cuando en 2020 la pandemia de la COVID-19 alcanzaba cifras alarmantes, Trump no buscó reforzar el sistema sanitario, sino que propuso una solución escalofriante: reducir la cantidad de pruebas realizadas para que la pandemia “pareciera menos grave”. Dijo durante un mitin en Tulsa, Oklahoma:
“Cuando haces pruebas a este nivel, encuentras más casos. Entonces le dije a mi gente: ‘¡Bajen las pruebas, por favor!’”.
Este patrón se ha repetido repetidamente: menos datos, menos problemas. No importa si los números provienen de centros respetados como el Buró de Estadísticas Laborales, la NASA o el Centro Nacional para la Salud Ambiental; si contradicen la narrativa presidencial, se descartan, se atacan o se adulteran.
El caso del informe laboral: fraude o error metodológico
Más recientemente, tras la publicación del informe de empleo de julio que reflejaba una preocupante ralentización en la contratación, Trump encontró un culpable inmediato. No cuestionó las condiciones del mercado laboral, sino que despidió a Erika McEntarfer, comisionada del Buró de Estadísticas Laborales y acusó a los datos de ser “falsos”.
La revisión a la baja fue importante: se redujeron en aproximadamente 258,000 los empleos originalmente reportados para mayo y junio. Sin embargo, revisiones como estas son comunes. Jed Kolko, exfuncionario del Departamento de Comercio, lo explicó de manera didáctica:
“Las revisiones resuelven la tensión entre la puntualidad y la precisión. Queremos datos rápidos porque las decisiones deben tomarse con lo mejor disponible, pero también buscamos exactitud.”
No obstante, Trump ligó directamente esta revisión con una agenda política, insistiendo —sin evidencia— que los cambios pretendían “hacer parecer mal a los republicanos”.
Una historia de datos manipulados
Las denuncias de Trump contra datos “manipulados” no son nuevas. Su historial de sesgar cifras incluye algunos ejemplos alarmantes:
- Valor de sus activos: Un juez en Nueva York concluyó que Trump infló el valor de sus propiedades y patrimonio para obtener préstamos favorables.
- El paso del huracán Dorian: Alteró manualmente con un marcador Sharpie un mapa para incluir a Alabama en la trayectoria del huracán, contradiciendo al Servicio Meteorológico Nacional.
- Elecciones de 2016 y 2020: Alegó fraude masivo en ambas contiendas. En 2016, dijo que había “millones de votos ilegales de inmigrantes”, aunque él ganó esa elección. En 2020, tras perder frente a Joe Biden, insistió en que había ganado.
Eliminar lo incómodo: datos científicos en la mira
El menosprecio de Trump por los datos no se limita al campo económico. Durante su presidencia, varias agencias científicas fueron afectadas por decisiones inéditas:
- Informes sobre cambio climático desaparecieron de sitios gubernamentales.
- Estudios sobre acceso a vacunas fueron cancelados.
- Indicadores sobre identidad de género eliminados de bases oficiales.
En julio pasado, desaparecieron reportes financiados con impuestos sobre los impactos del cambio climático. Aunque la NASA debía alojarlos, la agencia posteriormente aclaró que eso ya no era “necesario”.
¿Datos confiables? Solo si “su gente” los produce
El asesor económico de la Casa Blanca durante Trump, Kevin Hassett, lo resumió bien en un intento de justificación pública:
“El presidente quiere que su propia gente esté a cargo, para que cuando veamos los números, sean más transparentes y confiables.”
En otras palabras, la única transparencia que vale es la que él maneja. Esto puede tener serias consecuencias. Como explicó el profesor Douglas Elmendorf de Harvard:
“Nuestro sistema democrático se basa en el flujo honesto de información. Sin ello, las políticas públicas se construyen sobre una base falsa.”
El peligro no es solo político. Confiar en cifras incorrectas puede derivar en más inflación, decisiones erradas sobre tasas de interés, fallos en distribución de ayudas sociales, y mucho más.
El golpe a la confianza institucional
Más preocupante aún es la erosión de la confianza pública en el aparato institucional. Cuando los datos se convierten en campos minados ideológicos, el ciudadano común queda desprotegido.
Y este modus operandi no ocurre en el vacío. El Congreso, según Elmendorf, tiene el deber de contener excesos como estos, eligiendo líderes de agencias de forma responsable y estableciendo límites legales. Pero en muchos casos, no ha actuado.
Una estrategia global de desinformación
Desde que empezó a cuestionar los datos de empleo en 2015 y 2016 (cuando declaraba que las cifras “son todas inventadas”), hasta abrazarlos plenamente cuando le favorecieron durante su presidencia, Trump ha demostrado que los hechos, para él, son negociables.
El patrón se repite en distintas esferas: elecciones, economía, crisis sanitarias, meteorología y ciencia. ¿La fórmula? Descargar responsabilidades, sembrar sospechas, desacreditar al mensajero y finalmente imponer su propia narrativa.
El daño que provoca va más allá de los informes y estadísticas. Es un ataque al concepto de verdad verificable —uno de los pilares de cualquier democracia saludable.
El desafío de reconstruir la confianza
Reconstruir la confianza pública en los datos oficiales será una tarea monumental. Requiere reforzar la autonomía institucional, dotar a las agencias estadísticas de independencia real y sancionar la manipulación deliberada.
Esto también exige educación digital, pensamiento crítico y un periodismo vigilante. Pero mientras una parte considerable del electorado celebre las teorías de conspiración y rechace la evidencia empírica, cualquier estadística estará sujeta a sospecha.
En la era Trump, la pregunta ya no es qué tan sólidos son los datos. Es si tendrán permitido significar algo.