Violencia doméstica y falta de vivienda: la crisis invisible que amenaza a las víctimas en Maine
Con refugios sobrecargados y el mercado inmobiliario fuera de control, miles de personas atrapadas en relaciones abusivas se enfrentan a una difícil elección: sobrevivir con su agresor o quedarse sin hogar
Un sistema que ya no da abasto
En los últimos años, Maine ha sido testigo de una alarmante realidad: los refugios para víctimas de violencia doméstica, que antes ofrecían atención de emergencia inmediata, ahora se ven colapsados. Cada día, decenas de personas que huyen de situaciones violentas deben enfrentarse a una nueva pesadilla: la imposibilidad de encontrar un lugar seguro donde quedarse.
Según un informe publicado por la Autoridad de Vivienda del Estado de Maine en enero, existen tan solo 162 camas disponibles en 11 refugios especializados en violencia doméstica para todo el estado. Una cifra pequeña frente a la necesidad.
Demanda creciente, recursos escasos
En el año fiscal 2024, los refugios sólo pudieron admitir a un 14% de las personas elegibles que solicitaron ayuda. Algunos centros reportaron cifras aún peores. Partners for Peace, que opera en los condados de Penobscot y Piscataquis, solo pudo atender al 6% de sus solicitantes, mientras que Safe Voices (activa en Oxford, Franklin y Androscoggin) informó cifras similares. En el condado de Cumberland, Through These Doors solo pudo albergar a 40 de las 358 personas que buscaron refugio con ellos durante el año pasado, un índice de admisión del 11%.
“Antes, las personas estaban con nosotros menos de 30 días. Ahora se quedan entre seis meses y un año”, explica Johnnie Walker, directora de servicios de vivienda y refugio en Partners for Peace.
La crisis inmobiliaria como catalizador
No es que las víctimas necesiten más tiempo en los refugios, sino que no tienen a dónde ir después. Maine sufre una severa escasez de viviendas accesibles, una situación agravada por el aumento del valor de las propiedades. Entre 2020 y 2024, el precio medio de una vivienda en el estado creció más del 50%, mientras que los salarios lo hicieron menos del 33%.
Un informe de la National Low Income Housing Coalition alerta que una persona que gana el salario mínimo en Maine necesita trabajar 61 horas a la semana para poder pagar el alquiler de un apartamento de una habitación.
La pandemia y su sombra persistente
Durante el confinamiento, las llamadas a líneas de ayuda de violencia doméstica aumentaron un 24%, según datos de 2020 del Maine Coalition to End Domestic Violence. Aunque se esperaba un aumento durante la cuarentena, lo preocupante es que el volumen de casos y la gravedad de estos no han disminuido desde entonces.
“Pensamos que los números bajarían después de la pandemia, pero no fue así. Siguen subiendo cada año, pero el mercado de vivienda no puede responder tan rápido”, apunta Grace Kendall, directora de desarrollo y compromiso en Safe Voices.
Viviendas subvencionadas: una esperanza diluida
Muchas organizaciones confiaban en los programas federales de asistencia para vivienda, como los vales del Programa de Elección de Vivienda Sección 8. Estos cubren entre el 60% y 70% del alquiler para familias de bajos ingresos. Pero esa red de seguridad también ha comenzado a fallar.
En 2024, MaineHousing suspendió temporalmente la emisión de nuevos vales porque había excedido su presupuesto. El impacto fue inmediato: New Hope Midcoast, una organización que ayudó a 15 familias a obtener vales el año anterior, solo pudo colocar a una durante este año fiscal.
“Antes podíamos conseguirles a nuestras clientas una vivienda en tres o cuatro meses. Ahora, si conseguimos una después de ocho meses es un milagro”, relata Kendall.
Un círculo vicioso para las víctimas
La imposibilidad de mudarse a una vivienda estable retrasa la salida de los refugios. Esto reduce la disponibilidad para nuevas víctimas. Al no poder ingresar a un refugio, estas mujeres —en su mayoría— toman decisiones desesperadas.
“Muchos deciden, con razón, que es más seguro quedarse en una relación abusiva que terminar viviendo en la calle”, lamenta Kendall.
Krissy Beaton, coordinadora de servicios residenciales en el Hope and Justice Project en el Condado de Aroostook, cuenta que las estancias en sus refugios se han duplicado: pasaron de seis semanas a más de seis meses en promedio.
Alternativas desesperadas: seguridad desde lo esencial
Para los que no pueden dejar su hogar o no consiguen cama en un refugio, las organizaciones ofrecen planes de seguridad personalizados. Estos pueden incluir desde instalar cámaras hasta identificar vecinos o familiares de confianza para actuar en caso de emergencia.
“El primer paso es hacer una evaluación realista del entorno. La planificación de seguridad es básica para ayudarles a navegar su realidad con el menor riesgo posible”, indica Walker de Partners for Peace.
Otros reciben ayuda mediante el pago del primer mes de renta, un depósito de seguridad o un boleto de bus para llegar a casa de un pariente.
Sin prisa, sin casa
Algunos analistas consideran que la crisis actual es resultado de décadas sin construir suficientes viviendas en Maine. Entre 2020 y 2022, el estado vivió un boom poblacional de más de 20,000 nuevos residentes, lo que exacerbó la ya limitada oferta habitacional.
A esto se suma que las agencias de vivienda del estado han superado su autoridad presupuestaria en 4 de los últimos 6 años. En 2024, estas habían gastado el 97% de los $147.9 millones asignados antes siquiera de terminar el mes de mayo.
¿A dónde irán?
Frente a un sistema fallido, la pregunta que las víctimas se hacen es urgente y dolorosa: ¿a dónde ir? Entre el miedo, el frío y la falta de respuestas, aparece una cruda realidad en la que seguir con un abusador puede parecer menos arriesgado —y menos doloroso— que enfrentar un futuro sin techo.
En palabras de Francine Garland Stark, directora ejecutiva del Maine Coalition to End Domestic Violence: “El riesgo de quedarse sin hogar o permanecer en un refugio por meses, tal vez hasta un año, se siente como una alternativa sin esperanza frente al terrible lugar en el que ya están.”
Es evidente que para romper el ciclo de la violencia, no basta con ofrecer líneas telefónicas y refugios: se necesita voluntad política, viviendas accesibles, apoyo económico y soluciones a largo plazo. De lo contrario, estaremos condenando a miles de personas a elegir entre dos formas de sobrevivir al infierno.