Del aula al exilio: cómo las mujeres afganas están rehaciendo su educación en la era del Talibán
Pese a la prohibición de estudiar impuesta por los talibanes, mujeres afganas como Sodaba y Zuhal lideran una revolución educativa clandestina desde sus hogares
En Afganistán, donde ser mujer significa vivir bajo un cielo de restricciones, ha surgido una resistencia silenciosa pero poderosa: la educación femenina en línea. Bajo el dominio del Talibán, que desde 2021 ha impuesto normas coercitivas que excluyen sistemáticamente a las mujeres de la vida pública, muchas jóvenes han encontrado en internet su único refugio intelectual y medio para continuar su carrera académica y profesional.
Un país sin acceso a la educación: el nuevo panorama afgano
Tras la llegada al poder del Talibán en agosto de 2021, la población femenina afgana ha sido progresivamente privada de derechos fundamentales como volver a sus trabajos, acceder a espacios públicos, y, de manera dramática, asistir a la escuela después de la primaria. Estas políticas extremas han creado lo que muchos consideran uno de los regímenes más hostiles hacia la mujer en el mundo contemporáneo.
La prohibición de la educación superior para las mujeres ha generado una ola de desesperación. Sin embargo, también ha inspirado una reacción innovadora. A través de plataformas digitales, mujeres como Sodaba y Zuhal están desafiando esta realidad, buscando volver a aprender, crear e incluso enseñar.
Sodaba: del silencio al código
“Creo que una persona no debe doblegarse ante las circunstancias, sino crecer y lograr sus sueños de todas las formas posibles”, declara Sodaba, una estudiante de farmacología de 24 años a la que solo se puede identificar por su nombre de pila por razones de seguridad. Luego del veto a la educación impuesto por los talibanes, se inscribió en un curso gratuito de programación ofrecido por Afghan Geeks, una plataforma dirigida por Murtaza Jafari, refugiado afgano en Grecia.
En su pequeño apartamento en Atenas, Jafari, de 25 años, enseña código a distancia a chicas afganas como Sodaba. Lo hace de forma gratuita, como forma de retribuir el apoyo que él mismo recibió años atrás tras huir de Afganistán. “Compartir conocimiento es lo que realmente marca la diferencia”, explica.
Jafari: de refugiado a mentor digital
Jafari llegó a Grecia en bote desde Turquía sin saber qué era una computadora, sin hablar inglés ni griego. Todo lo que tenía era una determinación inquebrantable. Aprendió programación, obtuvo su certificado, y fundó Afghan Geeks. La plataforma ofrece tres niveles de clases de codificación (básico, intermedio y avanzado) y sigue estrictas normas culturales: nunca se exige a las alumnas que enciendan sus cámaras.
Actualmente, tiene 28 alumnas y algunas ya han comenzado a trabajar en proyectos de desarrollo web o creación de chatbots. Las más avanzadas se suman al equipo de Afghan Geeks, que ya cuenta con clientes en EE. UU., Reino Unido y Afganistán.
La educación como acto de resistencia
La represión del Talibán ha desatado una ola de activismo subterráneo. Zuhal, una joven de 20 años, fundó la Vision Online University, una academia virtual que ya cuenta con más de 4,000 alumnas, más de 150 profesores y administradores, y funciona completamente sin financiamiento alguno.
“Cuando la prohibición se impuso, me deprimí. Pero entendí que no debía rendirme. Si me detenía, 5,000 chicas volverían a estar sin nada”, afirma Zuhal, quien también estudia informática a distancia en University of the People, una universidad online estadounidense.
Educación digital como salvavidas
El impacto de estas plataformas va mucho más allá de la formación técnica. Enseñar habilidades como programación o idiomas no solo ofrece una ventana al mundo, sino también una vía de independencia financiera. En un contexto donde a las mujeres se les prohíbe prácticamente todo, trabajar de manera remota se convierte en un acto revolucionario.
Según datos del UNESCO, más del 80% de las adolescentes afganas están actualmente fuera del sistema educativo formal. Iniciativas como Afghan Geeks y Vision Online University son un raro oasis para miles de estas chicas.
Una educación sin rostro
Aunque nunca ha visto la cara de ninguna de sus estudiantes, Jafari mantiene una conexión profunda: “Les pregunto cómo están, qué está pasando en su ciudad… pero nunca les pido que enciendan sus cámaras. Respeto su cultura y sus decisiones”.
Para muchas mujeres jóvenes, estas plataformas también han representado el único espacio donde compartir preocupaciones, establecer redes de apoyo y formar amistades.
Limitaciones tecnológicas y económicas
A pesar de su éxito, tanto Afghan Geeks como Vision Online University operan con recursos mínimos. Usan servicios de videollamadas gratuitos, que limitan el número de participantes y tiempo de conexión. “A veces no puedo pagar ni mi internet”, revela Zuhal.
La ausencia de financiación limita su capacidad para ampliar el proyecto. Sin embargo, el compromiso de los más de 150 voluntarios sigue siendo férreo. Siguen creciendo gracias a las donaciones puntuales y la visibilidad internacional de sus historias.
Del escondite digital al reconocimiento mundial
Ambos proyectos están comenzando a recibir la atención de instituciones internacionales. Algunos gobiernos europeos ya han comenzado a explorar asociaciones, al tiempo que universidades reconocidas en EE. UU. y Canadá han mostrado interés en admitir a alumnas formadas en estas plataformas.
No se trata únicamente de formar programadoras o profesoras. Se trata de invertir en las futuras líderes, madres, pensadoras y científicas de un país que hoy lucha por silenciarlas.
Palabras que se convierten en código
Al final del día, tanto Sodaba como Zuhal representan una lucha silenciosa que se replica en miles de hogares afganos. En habitaciones cerradas, con conexión intermitente, sin rostro visible, están escribiendo líneas de código que representan algo mayor: la afirmación de su existencia y su deseo de un futuro diferente.
“Si yo dejo esto, ¿qué mensaje estoy enviando? Que no podemos. Pero sí podemos. Solo necesitamos persistir”, dice Sodaba con firmeza. Porque para estas jóvenes, encender una computadora no solo es una clase más: es un acto de libertad.