Donald Trump y su obsesión con remodelar la Casa Blanca

Desde dorados y querubines hasta salones de baile: un análisis al estilo Trump sobre cómo rediseñar el legado presidencial a su manera

Una visita inusual al techo

El expresidente Donald Trump es bien conocido por su afán por lo teatral, pero su paseo por el techo de la Casa Blanca durante una mañana de martes dejó a muchos confundidos, intrigados y expectantes. Con una vista completa del Jardín de las Rosas y acompañado del arquitecto James McCrery, Trump pasó casi 20 minutos inspeccionando el techo del Ala Oeste, mientras respondía preguntas a gritos desde el césped.

Tomando un paseo, es bueno para la salud”, fue su respuesta a un periodista, una respuesta que, como muchas veces, esconde más de lo que revela.

Un legado construido en concreto (y oro)

Este paseo, aunque excéntrico, es parte de un patrón más amplio. Donald Trump no se ha conformado con dejar su huella política; también desea remodelar el espacio físico del poder estadounidense —la Casa Blanca— con reformas que incluyan desde obras florales monumentales hasta un nuevo salón de baile valuado en 200 millones de dólares, cuyo inicio está previsto para septiembre y que estará listo antes de que termine su mandato en 2029 (si resultara reelegido).

Este deseo de dejar marca en lo material no es nuevo. Durante su primer mandato, Trump ya había redecorado la Oficina Oval con detalles dorados, querubines en relieve y retratos de presidentes que reflejan su visión política. También erigió mástiles enormes para ondear la bandera estadounidense en los jardines norte y sur.

Trump y la arquitectura del poder

Los presidentes han dejado su impronta en la Casa Blanca de distintas maneras. Theodore Roosevelt realizó una importante renovación a inicios del siglo XX; John F. Kennedy restauró muchas habitaciones con piezas históricas; incluso Jimmy Carter instaló paneles solares en los años 70. Sin embargo, ninguna de estas intervenciones tuvo el aura grandilocuente ni el tono “corporativo” como las de Trump.

Y es que para el magnate, la arquitectura no es solo un lenguaje estético, es también una forma de dominación simbólica. El nuevo salón de baile sería uno de los espacios más opulentos del complejo presidencial, y aunque aún no se han revelado detalles de los interiores, se especula que seguirán la línea ostentosa que Trump popularizó en muchos de sus hoteles y torres.

¿Salón de baile o sala de propaganda?

Mientras algunos lo ven como una mejora funcional para eventos diplomáticos, otros interpretan el proyecto como un instrumento más para construir una narrativa de grandeza. Analistas en medios como The Atlantic y Politico han señalado que este tipo de obras suelen funcionar como "escenarios políticos imponentes” diseñados para reforzar la imagen presidencial ante el mundo.

Trump no quiere que la Casa Blanca se vea como una sede de gobierno, quiere que se sienta como un imperio”, afirmó la historiadora política Heather Richardson en una entrevista de 2023.

Las comparaciones no tardan en llegar

Las obras físicas ejecutadas por presidentes en sus residencias oficiales han sido siempre objeto de críticas. El presidente William Howard Taft construyó una "porche para dormir" en el techo para escapar del calor tropical de Washington en 1910. Jimmy Carter, con su espíritu ambientalista, fue el primero en instalar paneles solares en el techo, los cuales fueron desmontados por Ronald Reagan unos años más tarde.

Pero lo de Trump va mucho más allá de la funcionalidad. Se trata de una visión casi monárquica del poder, donde la estética refuerza el carisma, la narrativa política y, en última instancia, la historia que se pretende escribir.

Busco otra forma de gastar mi dinero por este país”, dijo Trump mientras señalaba el horizonte desde el techo.

¿Obra filantrópica o personalismo visual?

Más allá del costo económico, que será asumido en parte con fondos federales asignados a mejoras arquitectónicas históricas, el cuestionamiento moral se centra en el propósito. ¿Es esta construcción necesaria para las funciones de la Casa Blanca o se trata de una megaconstrucción proyectada como extensión de su ego?

Algunos detractores lo han resumido como “la Trumpificación de la Casa Blanca”, un término que alude no solo a los dorados y alfombras lujosas, sino también al uso del patrimonio estatal como branding político.

¿Y después del 2029?

Trump ha insinuado que aunque su segundo mandato se extendería hasta 2029, sus intenciones arquitectónicas podrían continuar más allá, con otros proyectos “en el horizonte”. Pero, ¿quién usará todos estos nuevos espacios si no vuelve al poder? Esa es la gran incógnita.

No es descabellado pensar que esté construyendo, simbólicamente, una pirámide faraónica del siglo XXI. Un mausoleo político en dorado y mármol, que hable de él durante generaciones.

Una estrategia probada: crear titulares

Desde su campaña en 2016, Donald Trump ha demostrado que los titulares valen más que mil tuits. Subirse al techo de la Casa Blanca con un arquitecto al lado y los periodistas gritando desde abajo no es casualidad: es estrategia. Cada paso, cada gesto, cada proyecto… está diseñado para construir espectáculo.

Y funciona.

Mientras tanto, los opositores siguen tratando de entender si están ante un político populista, un empresario devenido en gobernante o un performer nato con el poder de redireccionar el ciclo noticioso con un solo movimiento escénico.

El futuro del salón de baile

El proyecto de construcción, que debería comenzar en septiembre, implicará la demolición parcial del Ala Este, una sección que ha sido modificada múltiples veces desde su construcción original. El nuevo salón no solo tendrá espacio para banquetes de Estado y ceremonias, sino que se utilizará para eventos presidenciales, recepciones internacionales y conferencias de prensa especiales.

La administración Trump asegura que el nuevo espacio “modernizará las funciones diplomáticas del Ejecutivo”, pero muchos expertos ponen esto en duda, señalando que las instalaciones existentes pueden satisfacer esas mismas necesidades sin necesidad de una inversión tan colosal.

¿Redefiniendo “La Casa del Pueblo”?

Algunos analistas políticos y arquitectónicos están preocupados por la transformación del símbolo de la democracia estadounidense en una especie de club privado. La Casa Blanca ha sido desde sus orígenes “La Casa del Pueblo”, abierta a visitas ciudadanas y símbolo de austeridad frente a los palacios europeos. Con Trump, esta noción parece haber mutado.

Incluso sus críticos lo reconocen: Trump ha convertido hasta las decisiones arquitectónicas en maniobras políticas. Si bien no es el primer presidente que remodela, sí es el primero que lo hace a esta escala con fines puramente estéticos y performativos.

Y por si quedaba alguna duda…

Cuando un periodista le preguntó en tono de burla qué iba a construir, Trump respondió con una sonrisa: “Misiles nucleares”. Irónico, exagerado, provocador. Así es el personaje que ha reconfigurado la política estadounidense como si fuera un programa de televisión… o una torre de cristal dorado.

El techo de la Casa Blanca puede ser solo el principio.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press