Pipas de plomo y leche cruda: los riesgos ocultos que aún enfrentamos en EE.UU.

Mientras el gobierno intenta eliminar viejas infraestructuras peligrosas, resurge la moda de productos alimenticios que ponen en riesgo la salud pública

¿Por qué seguimos expuestos al plomo y otras amenazas evitables en pleno siglo XXI?

Una inquietante serie de eventos recientes ha puesto en evidencia dos amenazas aparentemente del pasado, pero que todavía representan un grave peligro para la salud pública en Estados Unidos: las pipas de plomo en los sistemas de agua potable y el consumo de leche cruda sin pasteurizar. Ambos problemas llevan décadas documentándose como factores de riesgo para la salud humana y, sin embargo, miles de personas aún están expuestas a ellos.

¿Qué está fallando? ¿Por qué avanzamos con lentitud en erradicar estos peligros conocidos? Y más interesante aún: ¿por qué algunas personas deciden voluntariamente exponerse a ellos?

El envenenamiento silencioso: plomo en el agua potable

El plomo, un metal pesado altamente tóxico, solía ser un material común para la fabricación de tuberías de agua en Estados Unidos durante el siglo XX. A pesar de diversas regulaciones y acciones correctivas, aún existen en el país aproximadamente 9 millones de líneas de servicio de agua potable hechas de plomo, distribuidas en ciudades tan importantes como Chicago, Nueva York y Milwaukee.

La Environmental Protection Agency (EPA) anunció recientemente nuevas regulaciones propuestas durante la administración Biden que buscan reducir el nivel de plomo aceptable en agua potable de 15 partes por billón a solo 10. Además, la agencia exige la eliminación completa de todas las tuberías de plomo en un plazo de 10 años.

La medida es celebrada por organizaciones ambientales como el Natural Resources Defense Council (NRDC), que estima que esta normativa podría prevenir hasta 1,500 muertes prematuras anuales por enfermedades cardiovasculares y proteger a hasta 900,000 bebés de bajo peso al nacer. “Es un paso histórico”, señaló Jared Thompson, abogado ambiental del NRDC. “Pero también tememos que el concepto de ‘flexibilidades prácticas’ se convierta en un agujero legal para no cumplir los objetivos”.

Una de las preocupaciones principales es quién pagará por estas costosas renovaciones. Las organizaciones de suministros hidráulicos, como la American Water Works Association, argumentan que no deberían asumir la responsabilidad por las tuberías que se encuentran en propiedad privada. “El plazo de 10 años simplemente no es factible”, se quejan.

Casos famosos: Newark y Flint

Dos ciudades ejemplifican los graves riesgos del plomo en el agua. En Flint, Michigan, una crisis de contaminación de plomo en 2014 afectó a miles de niños y provocó una emergencia sanitaria nacional aún en litigio. En Newark, Nueva Jersey, el gobierno local ha avanzado agresivamente en reemplazar tuberías de plomo tras detectar niveles peligrosos del metal en el agua.

Reemplazar una sola línea de plomo puede costar entre $5,000 y $10,000 dólares por vivienda. Un número considerable de municipalidades simplemente no cuenta con fondos suficientes para completar el mandato sin ayuda federal significativa. Afortunadamente, la Infrastructure Investment and Jobs Act de 2021 incluye miles de millones de dólares para estos fines.

¿Retroceso cultural? El auge de la leche cruda

En el otro extremo de este debate sobre salud pública y regulación, sorprende el resurgimiento de prácticas alimentarias arcaicas como el consumo de leche sin pasteurizar, conocida popularmente como raw milk. Este producto no ha pasado por el proceso térmico que elimina bacterias peligrosas como salmonela, E. coli, listeria y campylobacter.

Recientemente, el Departamento de Salud de Florida informó que 21 personas, incluidos seis niños, contrajeron graves infecciones tras consumir leche cruda. De ellas, siete fueron hospitalizadas y al menos dos presentaron complicaciones severas, como el síndrome hemolítico urémico, que puede llevar a fallo renal.

“Inventamos la pasteurización por una razón”, comentó Keith Schneider, profesor de seguridad alimentaria en la Universidad de Florida. “Es exasperante que esto siga ocurriendo”.

De hecho, la Food and Drug Administration (FDA) califica a la leche cruda como uno de los alimentos más peligrosos que existen. Un estudio del Centers for Disease Control and Prevention (CDC) encontró que las personas que consumen leche cruda son hasta 150 veces más propensas a contraer enfermedades que aquellas que consumen productos pasteurizados.

Regulaciones débiles e interpretaciones laxas

A pesar de esto, en muchos estados —incluido Florida, donde su venta para consumo humano es ilegal— los productores evitan la regulación etiquetando la leche como “solo para mascotas”, lo cual se ha convertido en una práctica común para venderla a humanos en un evidente “guiño, guiño” legal.

Los defensores de la leche cruda argumentan beneficios como una mejor digestión, sabor más natural y contenido nutricional superior. Sin embargo, hasta hoy no existe ninguna evidencia científica sólida que respalde estas afirmaciones.

Un fenómeno sociocultural y económico

Parte del auge de la leche cruda parece vincularse con movimientos de rechazo a la industrialización alimentaria, el regreso a prácticas “artesanales” y la desconfianza hacia las autoridades sanitarias. Esta mentalidad también alimenta otros comportamientos de riesgo, como la compra de alimentos no inspeccionados en ferias rurales o el consumo de suplementos no aprobados por la FDA.

Por otro lado, se ha observado que tanto la lucha contra las tuberías de plomo como el debate sobre la leche cruda reflejan temas más profundos: inequidades estructurales, falta de educación comunitaria, y desinformación.

En el caso del plomo, los más afectados son las comunidades vulnerables donde la renovación de infraestructura es más lenta. En el caso de la leche cruda, el fenómeno se presenta sobre todo en comunidades rurales, montañesas o “alternativas”, donde predomina una visión libertaria que favorece la autodeterminación.

¿Cómo combatir estas amenazas?

Expertos indican que hay que adoptar un enfoque integral. Esto incluye:

  • Educación pública intensiva: sobre los riesgos de consumir productos no regulados y los peligros del plomo.
  • Inversión continua en infraestructura: Se requieren programas federales estables para reemplazar las tuberías más riesgosas.
  • Revisión de lagunas legales: como la venta de leche cruda “para mascotas”, que de facto permite su venta a humanos.
  • Colaboraciones entre estados y municipios: para compartir datos, procedimientos y modelos exitosos de intervención.

La FDA y el CDC han publicado múltiples campañas informativas sobre los riesgos del consumo de leche cruda, pero la eficacia ha sido limitada. El CDC estima que más del 80% de los brotes de enfermedades alimentarias por consumo de leche cruda involucran a niños.

Como dice el sentido común: “más vale prevenir que lamentar”. En una nación tan desarrollada como Estados Unidos, es inaceptable que las infraestructuras contaminantes y las prácticas peligrosas sigan cobrando víctimas.

La modernización de los sistemas de agua y una mejor regulación de los productos alimentarios no solo son opciones viables: son una obligación moral y de salud pública.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press