Trump, Bolsonaro y una Alianza que Sacude las Relaciones entre EE.UU. y Brasil

Cómo la afinidad entre dos líderes populistas ha desatado una tormenta diplomática y económica entre las dos democracias más grandes del hemisferio

Por: Redacción Especial

Una amistad peligrosa: El nuevo eje conservador Washington-Brasilia

Durante décadas, la relación entre Estados Unidos y Brasil se caracterizó por la cooperación estratégica, el intercambio comercial robusto y un respeto mutuo por sus sistemas democráticos. Sin embargo, esa dinámica ha cambiado dramáticamente en los últimos meses a raíz de una alianza poco diplomática: la que une a Donald Trump con Jair Bolsonaro.

Desde que Bolsonaro perdió las elecciones en 2022 frente a Luiz Inácio Lula da Silva, la derecha populista encontró en su figura una causa internacional. Y en su cruzada, ha arrastrado a Estados Unidos a un conflicto diplomático con el Brasil de Lula sin precedentes desde la Guerra Fría. Todo, bajo la visión personalista de Trump y el respaldo incondicional a su "hermano ideológico" del sur.

50% de aranceles y una grieta geopolítica

La medida que simboliza el nuevo giro de la relación bilateral es contundente: una tarifa del 50% a productos brasileños anunciada por Trump, en clara represalia a la situación legal de Bolsonaro. El exmandatario estadounidense sostiene que su aliado brasileño es víctima de una "caza de brujas", una narrativa que replica sus propias batallas judiciales.

La sanción no fue sólo económica: también se aplicaron medidas bajo la Ley Magnitsky contra Alexandre de Moraes, el juez del Supremo Tribunal Federal que encabeza la investigación contra Bolsonaro por intento de golpe de Estado. La administración Trump alega supuestas violaciones a los derechos humanos y una enjuiciación política orquestada desde el gobierno de Lula, algo que el poder judicial brasileño ha negado categóricamente.

Instituciones versus personalismo

El propio Bolsonaro está bajo arresto domiciliario por incumplir órdenes judiciales, después de que se descubriera que seguía comunicándose indirectamente a través de sus hijos, desobedeciendo restricciones impuestas por la justicia. Aun así, Trump y sus aliados republicanos han adoptado una postura intervencionista, descalificando la independencia judicial brasileña.

“Estamos frente a un Gobierno personalista que adopta decisiones según los caprichos de Trump, no por estrategia de Estado”, afirmó Steven Levitsky, politólogo de Harvard, subrayando el carácter inédito y peligroso de esta relación diplomática.

Un paralelismo inquietante

El vínculo simbiótico entre Trump y Bolsonaro no es nuevo, pero ha alcanzado un nuevo nivel. Desde el inicio de los procesos judiciales que enfrentan ambos líderes por intentar alterar los resultados de sus respectivas elecciones presidenciales, las similitudes se han convertido en bandera para sus seguidores: ambos presentan sus acusaciones legales como persecución política.

“Trump está convencido de que Bolsonaro es un espíritu afín que sufre una cacería similar”, dice Levitsky. La narrativa fue reforzada recientemente por Steve Bannon, quien declaró que “si Bolsonaro no es perseguido, los aranceles pueden levantarse”, articulando una especie de chantaje diplomático hacia Brasil.

Eduardo Bolsonaro: El emisario de la ultraderecha

Eduardo Bolsonaro, el hijo más político del expresidente, ha jugado un rol determinante en tender puentes con el movimiento MAGA de Trump en EE.UU. Después de trasladarse a Estados Unidos en marzo de 2024, intensificó contactos con republicanos clave, alimentando en el Congreso estadounidense la narrativa de un Brasil autoritario que persigue conservadores.

Incluso logró una audiencia ante el Comité de Asuntos Exteriores de la Cámara, un foro que sirvió para amplificar su retórica contra el poder judicial de su país. “Es una estrategia para presionar a la democracia brasileña desde afuera”, concluyó Fábio de Sá e Silva, profesor de estudios brasileños en la Universidad de Oklahoma.

Más grave aún, fue el llamado abierto de Eduardo Bolsonaro a aplicar sanciones Magnitsky contra jueces brasileños. Una acción que entra directamente en el terreno delicado de la soberanía judicial.

Los efectos no deseados: Brasil resiste pero paga el precio

Brasil, tradicionalmente cauto en su política exterior, respondió con una ofensiva diplomática para amortiguar el impacto de las sanciones. Lula y su vicepresidente Geraldo Alckmin participaron en múltiples reuniones con autoridades de comercio estadounidenses. Incluso una delegación de senadores brasileños viajó a Washington para intentar convencer a legisladores y empresarios, destacando la dimensión económica del vínculo bilateral.

Finalmente, el decreto de Trump excluyó del arancel productos clave como aeronaves civiles, aluminio, fertilizantes, pasta de papel y productos energéticos. Un alivio parcial que no disipa las tensiones, pero evita un colapso total en el comercio bilateral.

“Conseguimos suavizar las condiciones”, dijo el senador Nelsinho Trad tras su visita. “Pero está claro que las percepciones sobre Brasil están ideológicamente cargadas.”

¿Qué rol juega Elon Musk?

Otro elemento que ha alimentado las tensiones fue el choque entre Elon Musk y la justicia brasileña. Cuando el magnate desafió órdenes de retirar contenidos considerados antidemocráticos en X (antes Twitter), el juez De Moraes respondió con firmeza suspendiendo temporalmente la plataforma e incluso amenazó operaciones de Starlink en el país.

Aunque Musk finalmente cedió, la controversia sirvió para reforzar la percepción en círculos conservadores de EE.UU. de que el Brasil de Lula y su poder judicial constituyen una amenaza para la libertad de expresión, incluso si las medidas están sostenidas por normas constitucionales del país.

Un boomerang para las democracias

Mientras tanto, el conflicto genera daños colaterales en la imagen de dos de las democracias más grandes del hemisferio occidental. Según Bruna Santos, del think tank Inter-American Dialogue, “EE.UU. dejó una cicatriz en su relación con Brasil al condicionar aranceles a un proceso judicial que no puede ni debe ser intervenido diplomáticamente”.

Además, el uso de la Ley Magnitsky para impulsar una agenda ideológica sienta un precedente peligroso. Así lo expresó el congresista demócrata Jim McGovern: “Están manipulando las sanciones para proteger a alguien que le da palmaditas en la espalda a Trump”.

¿Hacia una nueva Doctrina Monroe?

El intervencionismo en América Latina no es nuevo en la historia estadounidense. Desde la doctrina Monroe en el siglo XIX y su expresión más agresiva en las décadas de 1960 y 70 con los golpes de Estado apoyados por Washington, hasta esta nueva modalidad de influencia ideológica desde la ultraderecha, los métodos cambian pero la lógica imperial se mantiene.

La diferencia hoy es que el motor de la política exterior no son las agencias tradicionales —Departamento de Estado, embajadas, misiones comerciales— sino los vínculos personales y emocionales entre líderes. Un terreno volátil donde las reglas diplomáticas ceden ante lealtades ideológicas.

Las preguntas que quedan

  • ¿Sobrevivirá la democracia brasileña al embate externo y a sus propias fracturas internas?
  • ¿Será Bolsonaro condenado antes de las elecciones estadounidenses de 2024?
  • ¿Qué hará Lula si Trump regresa al poder en enero de 2025?
  • ¿Podrá Brasil recuperar su imagen internacional después de este desencuentro?

En palabras del profesor Oliver Stuenkel, del Carnegie Endowment, “Brasil está pagando el precio de no haber sabido construir mejores canales de comunicación institucional con Washington. Sin contrapesos, la narrativa trumpista encontró espacio y ganó terreno.”

Hoy la mayor nación de América del Sur se encuentra en medio de una tormenta, no sólo política y económica, sino geopolítica. Y el precio de alinearse o resistir puede ser alto. Como siempre, en el sur del continente, lo personal vuelve a ser profundamente político.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press