Umm al-Khair: Las mujeres beduinas que se alzaron en huelga de hambre por justicia

Un pueblo resistente en Cisjordania ocupado clama contra la impunidad y exige el retorno del cuerpo de un líder comunitario asesinado por un colono

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UMM AL-KHAIR, Cisjordania — Bajo el abrasador sol del desierto, en una humilde cabaña de Umm al-Khair, casi dos docenas de mujeres beduinas vestidas completamente de negro han decidido hacer algo inusual: alzar la voz. Su protesta, mediante una huelga de hambre, no solo busca la devolución del cuerpo de Awdah Al Hathaleen, líder comunitario asesinado por un colono israelí, sino que también representa un grito colectivo de hartazgo ante décadas de ocupación, expulsiones y violencia impune.

Una muerte, muchas heridas abiertas

El pasado 29 de julio, Awdah Al Hathaleen fue asesinado por el colono israelí Yinon Levi durante un enfrentamiento en tierras de su comunidad. Testimonios palestinos y un video captado por un testigo muestran a Levi disparando su arma en medio de una refriega sin que se produzcan disparos por parte palestina. Sin embargo, la justicia israelí lo liberó poco después, alegando falta de pruebas concluyentes.

Awdah no era un desconocido. Activista político, profesor de inglés y colaborador del documental No Other Land, ganador del premio Oscar, Awdah dedicó su vida a visibilizar la resistencia pacífica de su pueblo contra una ocupación que amenaza con borrar pueblos enteros del mapa.

El drama de Umm al-Khair: un símbolo del apartheid territorial

Masafer Yatta, región donde se ubica el pueblo beduino de Umm al-Khair, es uno de los epicentros de la expansión israelí mediante asentamientos ilegales. Las demoliciones de viviendas y las incursiones militares son frecuentes. Según datos de la ONU, en lo que va de 2025 al menos cuatro palestinos han sido asesinados por colonos en este sector, y decenas de viviendas han sido arrasadas por excavadoras israelíes bajo el pretexto de construcciones “ilegales”.

Pero para las y los residentes, obtener un permiso de construcción israelí es, literalmente, misión imposible. Como denunció Al Hathaleen mientras vivía, “nos niegan licencias porque quieren que desaparezcamos, no porque infrinjamos la ley”.

Una protesta inusual: mujeres beduinas que rechazan el silencio

La huelga de hambre iniciada hace más de una semana por al menos treinta mujeres de la comunidad, de edades entre 15 y 70 años, rompe con una norma tradicional: las mujeres beduinas suelen guardarse el duelo en privado. Sin embargo, la indignación y el dolor han roto esas barreras culturales.

“Queremos que mi hijo sea enterrado aquí, en su tierra, sin condiciones ni limitaciones. ¿Qué hicimos para merecer este castigo?”, dijo Khadra Hathaleen, madre del activista asesinado. Las autoridades israelíes pretenden devolver el cuerpo solo si aceptan enterrarlo de noche, en una ciudad lejana, y con acceso restringido al funeral.

Para su hermana política, Sara Hathaleen, esta huelga es también una defensa de la dignidad ancestral: “Es un horror vivir con el temor de que vengan de madrugada a llevarse a nuestros esposos o hijos. Ya no podemos callar”.

Condiciones inhumanas: el castigo colectivo como norma

Tras el asesinato, las fuerzas israelíes arremetieron contra el pueblo. Dieciocho hombres fueron arrestados, y uno permanece encarcelado sin cargos claros. La tensión se ha multiplicado con la presencia constante de maquinaria de Levi en las colinas cercanas al poblado, recordándoles que el agresor no solo no ha sido juzgado, sino que sigue hostigándolos.

Las huelguistas, entre ellas la madre, la hermana y la viuda de Awdah, han requerido atención médica. Hanady Al Hathaleen, su joven viuda de 24 años, advierte con firmeza: “Aceptaremos nada menos que un entierro digno para Awdah en su tierra. Murió aquí, y aquí debe descansar. Esta tierra absorbió su sangre, y esta tierra lo reclama”.

Una tierra marcada por la ocupación

La historia de Umm al-Khair es el microcosmos doloroso del conflicto israelí-palestino. Desde la expansión de los asentamientos hasta la impunidad de los colonos violentos, los relatos se repiten entre las comunidades beduinas del sur de Hebrón. Muchos de sus habitantes son descendientes de personas desplazadas en 1948 y 1967, y desde entonces viven bajo permanente amenaza de desalojo.

La construcción de asentamientos como Carmel, justo al lado del pueblo, ha recortado el acceso a agua, tierra y libertad de movimiento. Naciones Unidas y diversas ONG como B'Tselem han documentado ampliamente los abusos, catalogando la política israelí en esta zona como parte de un sistema de apartheid.

Justicia que no llega: el caso Yinon Levi

Yinon Levi, el colono señalado por el asesinato de Awdah, no es un desconocido para las autoridades. Ha sido sancionado internacionalmente, incluyendo por la Unión Europea, por su violencia contra comunidades palestinas. Sin embargo, fue liberado mediante una fianza y sin cargos firmes. Esta acción ha desatado indignación no solo en la comunidad local, sino también entre defensores de derechos humanos.

Los líderes israelíes han justificado las condiciones impuestas al funeral como medidas para “prevenir disturbios públicos”. Pero para los residentes, se trata de otra forma de negación existencial. “No quieren que Awdah se convierta en un símbolo. Pero ya lo es”, dijo una vecina del pueblo.

Un legado inmortal: la fuerza del activismo pacífico

Más allá de las tierras y casas, se disputa también el legado de aquellos que, como Awdah, optaron por la resistencia no violenta. La participación en el documental No Other Land no fue casual: él creía en la cámara como una herramienta para denunciar, en la palabra como una forma de resistir. Su trabajo ayudó a visibilizar una causa que rara vez llega a los titulares internacionales.

Irónicamente, su muerte ha fortalecido esa visibilidad. El apoyo a las huelguistas ha crecido dentro y fuera de Cisjordania, y el nombre de Umm al-Khair resuena en redes sociales gracias a campañas de colectivos de derechos humanos y periodistas independientes.

La historia de las mujeres que ya no guardan silencio

Myassar Hathaleen, madre que amamantaba hasta hace una semana, ha dejado de producir leche por la huelga. Su hermano fue arrestado el día del asesinato y aún no ha sido liberado. “Ya no podemos esperar que otros hablen por nosotras. Vamos a tomar la palabra, aunque se nos escuche desde la debilidad del ayuno y el dolor”, comenta débilmente desde la cabaña.

Su testimonio, como el de todas estas mujeres, desafía estereotipos y rompe el molde del activismo tradicional. “Los hombres están presos o heridos. Si nosotras no hablamos, nadie lo hará”, añade Sara Hathaleen con determinación.

En un conflicto prolongado donde cada centímetro de tierra y cada centímetro de dignidad es disputado, la huelga de hambre de estas mujeres representa un acto histórico: la reafirmación de una identidad, una memoria colectiva y la exigencia de que ninguna vida sea considerada prescindible.

Como dijo una de ellas frente a los reporteros que llegaban a documentar los hechos: “Aquí está nuestra historia. Escúchennos. No queremos venganza. Queremos justicia. Queremos paz. Pero no a cambio de nuestra existencia.”

Este artículo fue redactado con información de Associated Press