60 años del 'Domingo Sangriento': La lucha por los derechos de voto en EE. UU. continúa
Sobrevivientes de Selma recuerdan una marcha histórica que conmocionó a la nación y llevó al Acta de Derechos Electorales, mientras alertan sobre sus amenazas actuales
SELMA, Alabama — El 7 de marzo de 1965, los ojos del mundo se posaron sobre un puente en Alabama. Lo que comenzó como una marcha pacífica por los derechos de voto terminó envuelto en violencia policial. Aquel día conocido como el “Domingo Sangriento” se convertiría en un punto de inflexión en la historia de Estados Unidos, impulsando la aprobación del Acta de Derechos Electorales apenas cinco meses después.
Hoy, a 60 años de la aprobación de esa ley, los veteranos de la lucha por los derechos civiles recuerdan con orgullo y dolor sus batallas... y con preocupación el presente. En palabras de Charles Mauldin, uno de los jóvenes que desafió la brutalidad policial ese día, "la misma lucha de hace 61 años es la lucha que tenemos hoy".
Una marcha hacia la historia
Con apenas 17 años, Mauldin se encontraba entre los primeros en cruzar el puente Edmund Pettus en Selma, Alabama, junto a otras 600 personas. Al frente de la columna iban el líder de derechos civiles John Lewis y Hosea Williams. En cuanto los manifestantes alcanzaron la mitad del puente, las autoridades les ordenaron dispersarse. Cuando Williams pidió rezar antes de hacerlo, comenzaron los ataques.
“Nos golpearon con porras, lanzaron gas lacrimógeno, nos atropellaron con caballos”, recuerda Mauldin, ahora de 77 años. "Fue brutal. Querían matarnos, querían callarnos. Pero no podíamos retroceder”.
Richard Smiley, de 16 años entonces, cuenta que llevaba dulces en los bolsillos por si acababa en la cárcel y no le daban de comer. “Nuestras rodillas temblaban. Pero no íbamos a dejar que el miedo nos detuviera”, dice. "Estábamos dispuestos a morir por el derecho a votar".
Selma, 1965: pobreza, racismo y resignación
En ese entonces, menos del 2% de los afroamericanos en el condado de Dallas estaban registrados para votar, a pesar de representar más del 50% de la población. Las trabas incluían exámenes de lectura insuperables y cláusulas estructuradas para excluir a los votantes negros.
El histórico “Domingo Sangriento” fue televisado nacionalmente, y su brutalidad generó tanto repudio que el entonces presidente Lyndon B. Johnson no dudó en actuar. Cinco meses después, el 6 de agosto de 1965, se aprobó la Ley de Derechos Electorales, la pieza legal más importante del movimiento por los derechos civiles en EE. UU.
“Es una victoria para la libertad tan significativa como cualquier otra ganada en cualquier campo de batalla”, dijo Johnson al firmar la ley.
¿Triunfo definitivo? La lucha no terminó
La Ley de Derechos Electorales garantizó la supervisión federal sobre los estados con historial de discriminación, obligándolos a obtener aprobación previa antes de modificar cualquier ley electoral. Los cambios fueron tangibles: la participación de votantes negros en el sur se disparó — del 23% en 1965 al 61% en 1969 en Mississippi.
Sin embargo, en 2013, la Corte Suprema de EE. UU. anuló la sección clave de la ley que determinaba qué jurisdicciones necesitaban supervisión. Desde entonces, varias legislaciones estatales restringieron el acceso al voto: identificaciones obligatorias, depuración de registros, limitaciones al voto por correo, entre otras tácticas.
“Ya no es una llovizna; es una tormenta”, lamenta el exsenador Hank Sanders, de 82 años.
De King a la actualidad: una lucha sin final
Dos semanas después del “Domingo Sangriento”, fue el propio Martin Luther King Jr. quien encabezó una marcha de 87 kilómetros desde Selma hasta Montgomery. A su llegada, miles escucharon su discurso “How long? Not long” — "¿Hasta cuándo? No falta mucho". La esperanza era que se lograra un cambio permanente.
Sanders, como miles de afroamericanos, participó en aquella marcha final. Pero su optimismo se desvaneció al año siguiente, cuando una lista de candidatos negros perdió en un condado mayoritariamente afroamericano. “Me di cuenta de que el camino sería más largo de lo que pensamos”, cuenta.
Hoy, figuras como Donald Trump han criticado los programas de diversidad e inclusión, calificándolos de “tiranía”, y varios estados han promovido propuestas que afectan desproporcionadamente a las comunidades negras y latinas. Las estrategias recuerdan, para muchos, a los esquemas de exclusión de la era Jim Crow.
¿Retrocedemos en derechos conquistados?
Organizaciones como el Southern Poverty Law Center y el Legal Defense Fund han advertido sobre estos retrocesos. Entre 2020 y 2024, más de 450 leyes con efectos restrictivos fueron propuestas en 49 estados, según el Brennan Center for Justice.
Un informe del Brennan Center indica que estas leyes incluyen:
- Reducción de horarios de votación en domingo, afectando esfuerzos liderados por iglesias afroamericanas.
- Restricciones al voto por correo.
- Purgas más agresivas del registro electoral.
- Distritos electorales rediseñados para dispersar el voto negro.
La lucha, en perspectivas como la de Mauldin o Smiley, no terminó. Solo cambió de forma.
Una causa heredada y viva
Cada marzo, miles de personas se reúnen en el puente Edmund Pettus para conmemorar los hechos de 1965. Entre ellos suelen estar íconos como Barack Obama (quien asistió como presidente en 2015), líderes religiosos, jóvenes activistas y descendientes de los marchadores originales.
Mauldin recuerda que incluso con 17 años, supo que aquel día marcaría la historia. "Fue una causa por la cual valía la pena arriesgar la vida". Y hoy, advierte, no se puede bajar la guardia. “Nos manifestamos por derechos que aún se encuentran bajo ataque”, dice. “Lo que ganamos con sangre y valor, puede perderse si no luchamos de nuevo”.
Otro 6 de agosto, otra oportunidad
En medio de tensiones raciales, debates sobre los derechos electorales y la transparencia del sistema democrático, reflejarse en Selma no es solo honrar el pasado. Es una alerta para el presente.
Como dijo el reverendo King en 1965:
“La moral del universo es larga, pero se inclina hacia la justicia”.
La historia parece demostrar que esa curvatura necesita manos que sigan empujando.