Heredar la memoria: los nietos de Hiroshima y Nagasaki que luchan por un mundo sin armas nucleares

Ari Beser y Kosuzu Harada, descendientes directos de protagonistas clave de los bombardeos atómicos, se unen para preservar la memoria, buscar la reconciliación y advertir sobre las amenazas actuales del armamento nuclear.

Una historia entrelazada por la tragedia

El 6 y 9 de agosto de 1945, dos bombarderos B-29 de los Estados Unidos arrojaron bombas atómicas sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki. Estas fechas marcaron para siempre la historia del siglo XX y redefinieron los límites del horror bélico. En esos eventos, dos hombres jugaron papeles radicalmente distintos pero finalmente entrelazados: Jacob Beser, especialista estadounidense en radar y único miembro de la tripulación a bordo de ambos bombardeos, y Tsutomu Yamaguchi, un ingeniero japonés que increíblemente sobrevivió a ambas explosiones nucleares. Décadas más tarde, sus nietos se conocieron y decidieron unir fuerzas para preservar la memoria y promover un futuro sin armas nucleares.

De enemigos a aliados por la paz

Ari Beser, nieto del estadounidense, y Kosuzu Harada, nieta del japonés, son ahora aliados en una causa común: prevenir que el mundo repita uno de los errores más catastróficos de su historia moderna. Aunque sus abuelos nunca se conocieron, ambos se convirtieron en defensores de la abolición nuclear en diferentes etapas de sus vidas. Hoy, sus descendientes recorren escuelas, foros internacionales y eventos conmemorativos compartiendo sus historias de familia.

Beser creció en Estados Unidos, donde su abuelo era visto como un héroe. Harada fue criada en Japón, con recuerdos dolorosos de su abuelo, quien no habló públicamente de su experiencia hasta sus noventa años por miedo a la discriminación. Ahora, ambos trabajan para construir un puente entre dos narrativas históricas que durante décadas han vivido en paralelo, raramente en diálogo.

Herederos de una memoria incómoda

El legado que Ari y Kosuzu llevan consigo está cargado de complejidades. Por un lado, Beser confiesa que durante años creyó en la narrativa que justificaba los bombardeos como un mal necesario que puso fin a la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, las voces de los hibakusha (supervivientes de los bombardeos) que ha conocido durante sus visitas a Japón cambiaron su forma de pensar: “No puedo justificarlo más. Lo único que ahora busco es asegurarme de que nunca vuelva a suceder”, comenta.

Por su parte, Harada recuerda haber conocido la historia de su abuelo cuando era niña, al entrevistarle para una tarea escolar. Yamaguchi la conmocionó al contarle sus vivencias, primero en Hiroshima, donde fue gravemente herido, y luego en Nagasaki, donde volvió a ser testigo de una bomba atómica, apenas un día después del primer ataque. Fueron años de silencio hasta que, cerca del final de su vida, Yamaguchi comenzó a compartir públicamente su experiencia.

Una doble tragedia: la historia de Tsutomu Yamaguchi

Pocas veces se ha documentado un caso tan extraordinario como el de Yamaguchi, quien estuvo en ambas explosiones atómicas. El 6 de agosto de 1945 se encontraba en Hiroshima por motivos laborales, como ingeniero en una empresa de construcción naval. Tras sobrevivir, quemado y maltrecho, logró tomar un tren hacia su ciudad natal, Nagasaki. El 9 de agosto, mientras relataba a sus colegas lo que había presenciado, una segunda bomba estalló en esa ciudad.

Reconocido más tarde como el único “nijū hibakusha” (doblemente bombardeado) oficialmente certificado por el gobierno japonés, su historia se convirtió en un símbolo de resistencia, tragedia y el horror absoluto de las armas nucleares. Aunque nunca perdonó al gobierno de EE.UU., siempre repitió que no sentía odio hacia los estadounidenses.

El otro lado del avión: la historia de Jacob Beser

Jacob Beser, un físico y especialista en radar del ejército estadounidense, estuvo presente en ambas misiones: la de Hiroshima a bordo del Enola Gay y la de Nagasaki en el Bockscar. Era un hombre altamente preparado, formado en ingeniería y en física nuclear, y una pieza clave en los sistemas de radar diseñados para medir el impacto de las explosiones.

Durante muchos años, evitó disculparse por su participación, aunque reconocía la gravedad de lo ocurrido: “No fue nuestro momento más orgulloso”, dijo alguna vez en su primera visita a Hiroshima, 40 años después del ataque. Cuando murió, su nieto Ari apenas era un niño y no tuvo ocasión de interrogarle sobre sus pensamientos íntimos sobre la guerra y sus consecuencias.

Dos caminos, un mismo destino

Ambos nietos, impulsados por la necesidad de entender sus raíces, se encontraron en 2013. Desde entonces han cultivado una amistad basada en el respeto, la empatía y el deseo de educar a futuras generaciones. Han desarrollado juntos proyectos educativos, viajes conmemorativos y actualmente trabajan en un libro en el que cruzan las experiencias de sus abuelos, desde perspectivas opuestas del mismo evento histórico.

Solíamos vernos solo como víctimas”, dice Harada. “Pero aprendimos que la guerra arruina vidas en todos los lados”. Esta afirmación marca un giro radical en la narrativa de la memoria histórica. Beser coincide: “Somos los guardianes de la memoria. Pasamos el relevo a las siguientes generaciones”.

El contexto global y las amenazas actuales

La labor de Ari y Kosuzu cobra aún más relevancia en un mundo donde resurgen las tensiones entre potencias nucleares. Desde la guerra en Ucrania hasta el conflicto permanente en Medio Oriente, las posibilidades de una escalada nuclear vuelven a debate. Para Ari Beser, “pensar en qué pasaría hoy, con el arsenal nuclear moderno, si se repitiera algo como Hiroshima, es desesperante”.

Según información del Arms Control Association, en 2024 se estima que existen más de 13,000 armas nucleares en el mundo, de las cuales aproximadamente el 90 % pertenecen a EE.UU. y Rusia. En esta realidad, llama la atención que aún no exista un acuerdo internacional vinculante que prohíba totalmente su uso, producción y almacenamiento.

La lucha por una disculpa nacional

Harada es clara respecto a sus convicciones: cree que el gobierno estadounidense debería disculparse formalmente por los bombardeos nucleares. Aunque algunas voces dentro de la administración Obama hablaron con tonos de reflexión durante su visita a Hiroshima en 2016, EE.UU. nunca ha emitido una disculpa oficial.

La reconciliación toma tiempo; es un proceso que atraviesa generaciones”, asegura Harada. Ella ha asumido como propia la misión de ser educadora y portavoz; viaja por todo Japón relatando la historia de su abuelo e instando a los jóvenes a abrazar la paz como forma de vida.

Memoria que construye futuro

El testimonio conjunto de Ari Beser y Kosuzu Harada es un recordatorio de que el pasado no debe olvidarse. En un mundo polarizado, su colaboración es también una señal de que la memoria compartida puede ser un puente hacia el entendimiento mutuo, más allá del resentimiento y la división nacionalista.

Ambos comprenden que no pueden cambiar el pasado, pero sí pueden influir en el futuro. Y lo están logrando: inspirando a jóvenes, desafiando narrativas simplistas y sembrando la idea de que el perdón y la esperanza no son actos débiles, sino valientes y necesarios.

Como dice Ari Beser: “Todo el mundo necesita esperanza. Y yo la encuentro trabajando con Kosuzu”.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press