Haití al borde del abismo: oligarquía, violencia y el poder de los que nunca gobernaron
La llegada del empresario Laurent Saint-Cyr al consejo presidencial de Haití marca un punto sin retorno para un país asediado por pandillas, donde el sector privado asume un rol político sin precedentes
Una nueva era política en Haití: entre la incertidumbre y el miedo
El nombramiento de Laurent Saint-Cyr, un prominente empresario del sector privado, como presidente del Consejo Presidencial Transitorio en Haití ha reconfigurado no solo la distribución del poder en el país caribeño, sino también los miedos y expectativas de una nación asediada por la violencia y la desconfianza popular hacia las élites económicas.
Saint-Cyr, exlíder de la Cámara de Comercio e Industria de Haití y de la Cámara Americana, es ahora el rostro de un gobierno que representa, por primera vez en la historia moderna del país, a la élite del establishment empresarial. Su primer acto: asumir funciones en medio de intensos tiroteos, amenazas de bandas armadas, y calles vacías en Puerto Príncipe.
Jimmy "Barbecue" Chérizier y el desafío de las bandas armadas
Horas antes del juramento de Saint-Cyr, el ex policía convertido en líder de la federación de pandillas "Viv Ansanm", Jimmy Chérizier —conocido como Barbecue— difundía un video en redes sociales que parecía más un llamado a la insurrección que un simple pronunciamiento: "Pueblo de Haití, cuídense y ayúdennos... en la batalla para liberar el país".
Vestido con un chaleco antibalas y portando un rifle automático, Barbecue pidió a los residentes de barrios clave que abrieran paso a sus seguidores. Su aparición no solo recordó su posición de poder real sobre varios sectores de la capital, sino que ratificó el control de las pandillas sobre más del 90% del territorio de Puerto Príncipe, según estimaciones recientes de agencias como la Oficina Integrada de las Naciones Unidas en Haití (BINUH).
Una transición dirigida por empresarios: ¿esperanza o error histórico?
La llegada de Saint-Cyr al poder no ha sido exactamente recibida con entusiasmo universal. Si bien decenas de personas se congregaron para apoyarlo frente al Consejo Presidencial, un amplio sector de la población y observadores internacionales muestran preocupación. Un hecho innegable: la mayoría de las bandas armadas han sido, históricamente, alimentadas por la colusión entre estructuras políticas y élites económicas.
Por ejemplo, una investigación del Centro de Estudios Económicos y Sociales para el Desarrollo (CESDES) indica que más del 60% de las bandas armadas han recibido recursos de figuras asociadas a actividades empresariales o políticas. "Estamos asistiendo a una plutocracia armada, donde el sector privado ahora legisla y se protege con armas que financió hace décadas", señala el sociólogo haitiano Jean-Robert Jonas.
El caos en las calles: tiroteos, muertos y silencio institucional
Durante la agitada jornada del juramento de Saint-Cyr, partes de la ciudad amanecieron bajo fuego cruzado. En Kenscoff, una zona tradicionalmente tranquila, las bandas no solo cavaron zanjas para atrapar vehículos blindados de la misión liderada por policías de Kenia, sino que también lanzaron cócteles molotov a los agentes desplegados.
El resultado: dos blindados destruidos, tres policías heridos y el mensaje explícito de que ninguna autoridad —nacional o extranjera— tiene poder absoluto frente a estos grupos. Videos que circularon en redes sociales mostraron a miembros armados celebrando y burlándose alrededor de los vehículos calcinados: "¡Ven a buscarlo si puedes!", gritaba uno de ellos.
Un secuestro que simboliza el colapso: niños, misioneros y terror sin sentido
La semana anterior, en Kenscoff, bandas armadas secuestraron a ocho personas, incluyendo a una misionera irlandesa y a un niño de tres años en un orfanato. A la fecha, no hay señales de su paradero. Este hecho golpea el alma humanitaria de Haití y representa el nivel de impunidad que hizo colapsar cualquier institucionalidad confiable en el país.
De acuerdo con cifras de la Organización Internacional para las Migraciones, más de 1.3 millones de personas han sido desplazadas internamente a causa de la violencia. Y, según un reporte reciente del BINUH, solo entre abril y junio de 2025, más de 1,520 personas fueron asesinadas y otras 600 resultaron heridas, un 60% de estas víctimas durante enfrentamientos entre pandillas y fuerzas públicas. Un país en guerra consigo mismo.
Un primer ministro sin credenciales políticas
Alix Didier Fils-Aimé, quien ahora funge como primer ministro, también proviene del mundo empresarial y es ex presidente de una empresa de conectividad en línea. Su experiencia política es prácticamente inexistente, lo que plantea dudas sobre su capacidad de negociar con grupos armados, organizaciones internacionales y —sobre todo— con una población cada vez más desesperada.
En un país donde "la política siempre ha sido una extensión del negocio con otros medios", como señaló en su momento el académico Michel-Rolph Trouillot, el colapso del orden público y la legitimidad de las instituciones ha alcanzado un punto de ruptura inédito.
La comunidad internacional y su papel ambiguo
Mientras los hechos se agravan, la comunidad internacional parece atrapada en una paradoja: apoya a una misión policial africana que enfrenta obstáculos logísticos y operativos, al tiempo que respalda a líderes designados que no han sido elegidos por el pueblo haitiano.
Kenya ha liderado patrullajes en barrios estratégicos, pero enfrenta lo que diplomáticos califican como "resistencia moral, cultural y territorial". Después de perder blindados y sufrir ataques físicos directos, incluso se cuestiona la continuidad de la misión más allá del marco simbólico.
La ONU, por su parte, ha denunciado que los ataques estaban planeados para "hacer el país ingobernable", pero no ha emitido una hoja de ruta política para revertir ese escenario. Haití, entonces, sigue siendo un polvorín sin visión clara de futuro.
¿El silencioso genocidio de un país olvidado?
"Cuando la comunidad internacional ignora a un país atrapado entre élites egoístas y pandillas asesinas, lo que ocurre es una forma de genocidio pasivo", denuncia Jacques Desrosiers, periodista y activista en Puerto Príncipe.
Cada nuevo día en Haití es una negociación entre la vida y la supervivencia: salir a conseguir agua o comida puede significar la muerte. La cotidianidad desapareció. La esperanza también se agota al ritmo de los disparos.
A medida que el poder se centra en empresarios sin experiencia política y que las bandas se exhiben como el segundo Estado, Haití vive el capítulo más caótico de su larga historia de intervenciones, ocupaciones y promesas incumplidas.
En este tablero trágico, la pregunta no es quién está en el poder, sino qué poder sigue existiendo.