Minería, petróleo y tradición: el choque entre desarrollo y subsistencia en el corazón de Alaska
Mientras las políticas de desarrollo impulsadas por Trump avanzan, las comunidades nativas debaten su futuro entre el sustento económico y la preservación cultural
Una tierra de contradicciones
Alaska, la vasta y majestuosa frontera del norte estadounidense, es mucho más que montañas nevadas y ríos interminables. Es el hogar ancestral de miles de familias nativas como los Yup’ik, Iñupiat, Aleut y Athabascans, quienes han vivido en armonía con la naturaleza durante milenios. Sin embargo, hoy se ven enfrentados a una dualidad difícil de resolver: el desarrollo económico que promete empleos y progreso, y la protección de un entorno vital para sus tradiciones, alimentación y espiritualidad.
Durante la segunda administración de Donald Trump, estas tensiones se intensificaron. Su política de > no sólo contempló la explotación de recursos energéticos, sino que definió a Alaska como un epicentro estratégico para proyectos de extracción petrolera y minera.
Las políticas de Trump y el retorno del extractivismo
Desde su primer día en su segundo mandato, Trump inició una ofensiva para abrir tierras públicas de Alaska a la exploración y desarrollo de recursos. Una orden ejecutiva firmada el día de su investidura dejó claro su objetivo: “Desbloquear esta riqueza natural aumentará la prosperidad de nuestros ciudadanos y mejorará la seguridad económica y nacional”.
La legislación aprobada en julio de 2025 permitió ventas sin precedentes de licencias de exploración de petróleo y gas en la llanura costera del Refugio Nacional de Vida Silvestre del Ártico (Arctic National Wildlife Refuge, ANWR), así como en otras áreas del estado. También se impulsaron proyectos como la carretera Ambler Road, que abriría el acceso a zonas remotas ricas en minerales.
Trump ha respaldado estos proyectos señalando que son vitales para reducir la dependencia de Estados Unidos de la energía extranjera y revitalizar comunidades rurales. Incluso realizó una visita de alto perfil a Prudhoe Bay —uno de los yacimientos petroleros más grandes de América del Norte— destacando su plan de duplicar la cantidad de petróleo que fluye por el oleoducto de Alaska.
La división dentro de las comunidades nativas
Más del 20% de la población de Alaska se identifica como nativa o indígena estadounidense, la proporción más alta de todo el país. Sin embargo, no existe una postura unificada respecto al desarrollo extractivista. Algunas corporaciones nativas, conformadas según la Ley de Acuerdos para Liquidación de Reclamaciones Nativas de Alaska (ANCSA), apoyan los proyectos por los beneficios económicos que conllevan.
Thomas Leonard, vicepresidente de Calista Corp., involucrada en el proyecto minero Donlin Gold, señaló: “Este tipo de proyecto, al estar en nuestras tierras, nos da voz y participación directa”.
Pero otros, como el Colectivo Tribal Mother Kuskokwim, denuncian los riesgos ambientales y culturales. Gloria Simeon, líder yup’ik, advierte: “La relación con nuestra tierra no es económica, es espiritual. Lo que está en juego es nuestra esencia como pueblo”.
La crisis del salmón: una advertencia viviente
Uno de los símbolos más profundos del actual conflicto en Alaska es la trágica desaparición del salmón en los ríos Kuskokwim y Yukón. Las autoridades estatales han impuesto fuertes restricciones a la pesca de subsistencia, afectando directamente a los campamentos pesqueros tradicionales, espacios donde las familias enseñan a las nuevas generaciones las habilidades, cosmovisión y valores culturales.
“Los campamentos de pesca son como nuestras universidades tradicionales”, dice Gloria Simeon. “Sin salmones, no hay aprendizaje, ni cultura”.
Las causas aún no se comprenden por completo. Estudios apuntan al cambio climático, la pesca comercial masiva, enfermedades y la competencia entre peces salvajes y criados en criaderos. Pero el impacto es innegable: hambre, pérdida de identidad, ansiedad colectiva.
Kristen Moreland, directora del Gwich’in Steering Committee, explica: “Si deja de migrar el caribú, al igual que el salmón, se rompe el lazo ancestral que nos conecta con la Tierra. Mis hijos aprenden en los festivales y cacerías. ¿Qué les enseñaremos si ya no están esos animales?”
Caribú y petróleo: el corazón del Refugio Ártico
La pradera costera del ANWR, una zona de crianza crucial para miles de caribúes, es también el sitio que Trump y sus aliados seleccionaron para acelerar la perforación petrolera. Esto ha encendido una batalla legal, política y espiritual.
La Conferencia de Jefes Tanana, que representa a docenas de tribus del interior de Alaska, ha sido tajante en su rechazo. Su líder, el jefe Brian Ridley, dice: “Nos ofrecen empleos temporales, pero nos dejan con el costo eterno de destruir nuestro hogar”.
Historias como la de la alcaldía de Kaktovik —única comunidad dentro del refugio y defensora de la exploración— ilustran la complejidad del tema. El alcalde Nathan Gordon Jr. expresó que los ingresos del petróleo ayudarían a preservar sus tradiciones y sostener a la comunidad. Pero hay quienes temen que sea una promesa hipotecada a intereses externos.
Tradición versus desarrollo: ¿existe un punto medio?
El dilema que enfrentan las comunidades nativas no es trivial. Los defensores del desarrollo económico argumentan que el acceso a empleos, infraestructura, educación y servicios básicos puede transformar comunidades históricamente marginadas.
“Necesitamos pararnos sobre nuestros propios pies”, afirma PJ Simon, primer jefe del Consejo Tribal de Allakaket. “Y eso no es incompatible con nuestra identidad si somos incluidos en las decisiones de desarrollo”.
Sin embargo, los costos ocultos generan inquietud profunda. Sophie Swope advierte que las consecuencias son más que geográficas o climáticas. “Hay una falta de respeto a nuestros estilos de vida tradicionales. La industria viene, extrae, y se va. Nosotros nos quedamos con los ríos contaminados, las depresiones comunitarias y el tejido social roto”.
Numerosos informes señalan que las tasas de suicidio, alcoholismo y desarraigo entre jóvenes nativos aumentan cuando se pierden los vínculos con las prácticas tradicionales de pesca, caza y convivencia. Es una herida invisible que no puede medirse en barriles ni toneladas de mineral.
La lucha por el alma de Alaska
Alaska se ha convertido en un microcosmos global del eterno enfrentamiento entre explotación y conservación. Las decisiones que se tomen no solo marcarán el destino de sus recursos, sino también definirán si es posible reconciliar identidad y progreso.
El caso del proyecto minero Donlin y las perforaciones en el ANWR son ejemplos vivos del pulso que late entre dos visiones del mundo. Una basada en crecimiento económico lineal, la otra en ciclos de respeto y reciprocidad con la naturaleza.
En palabras de Gloria Simeon: “Lo que hacemos con esta tierra no solo refleja quiénes somos hoy. Define el legado que dejaremos”.
¿Puede Alaska ser ejemplo global?
El debate dentro del estado más grande de EE. UU. ofrece enseñanzas valiosas. Es posible que las corporaciones, gobiernos tribales y administraciones públicas trabajen en conjunto —pero solo si existe voluntad real de reconocer la soberanía, cultura y visión ancestral de los pueblos nativos.
En última instancia, la encrucijada que vive Alaska también interpela a otros rincones del planeta donde los pueblos originarios alzan su voz frente al avance de proyectos extractivos. Desde la Amazonía hasta el Ártico, la pregunta sigue siendo la misma: ¿qué entendemos hoy por progreso?